La Semana Santa en El Salvador volvió a ser este año un recuerdo de tiempos remotos, de tiempos de dolor y sufrimiento para un pueblo pobre que sigue padeciendo el látigo del déspota, la cruz del autoritarismo, y el salvajismo de unos nuevos ricos que se han adueñado del país, pisoteando todo tipo de derechos ciudadanos y humanos.
El Salvador de 2022 es la representación de María sufriendo por su hijo; esta vez simbolizada en interminables colas de mujeres, agolpadas a las puertas de instalaciones destinadas a calabozos que superan varias veces su capacidad de hacinar detenidos, que son golpeados, maltratados, insultados bajo el principio de “culpabilidad hasta que se pueda demostrar lo contrario” (o cuando el sátrapa que se cree dueño de vidas y bienes en el país decida “ordenar” a sus jueces condenas de 10, 20 o 30 años).
Esas mujeres, como aquellas heroicas que durante el conflicto armado reclamaban por la aparición de sus hijos a los dictadores de turno, hoy apuntan al corazón del sistema de injusticia institucionalizada para decirnos con sus llantos, con sus quejas y hasta con su odio, que solo puede surgir del inmenso amor de madre ante su hijo azotado y crucificado por orden de los Caifás modernos, que las cosas no cambian en El Salvador, y que el aplastamiento de derechos no puede jamás aplastar la esperanza y la lucha, por más insultos y amenazas que ladren desde las alturas los que están en el gobierno.
Esas mujeres sufrientes, representan también un pueblo pobre y empobrecido, sitiado en sus colonias por fuerzas armadas que regresaron a un origen que, parece, nunca abandonaron: el de ser títeres al servicio del que mejor pague, del que ordene muerte y ellos la materialicen en asesinatos, de quien ordene torturas y ellos, con su servilismo habitual, cumplan la orden.
Ese es El Salvador de 2022, un inmenso Gólgota con todos los personajes representando fielmente su papel: los fariseos y traidores vestidos esta vez de cian y otros tonos de celeste, pero también confundiéndose bajo banderas que llevan símbolos cristianos como esa repugnante “ nueva democracia cristiana” y, por supuesto, los que siempre fueron mercaderes del templo y que para eso entraron a la política, los que se disfrazan de naranja, o los que siempre representaron al “partido militar”, desde los días de la dictadura; todos con el único objetivo de enriquecerse cada día más a costa de la miseria del pueblo.
Ese pueblo sufriente, sin embargo, tampoco es inocente. Paga sus pecados. El pecado más grave cometido en mucho tiempo: haber confiado en la versión moderna del Becerro de Oro y haber eligido al más ladrón de una dinastía corrupta; le entregó el poder y le entregó su fe, confió en él a pesar de las advertencias.
Hoy la realidad y el dolor en que los hunde el régimen que ellos mismos eligieron, es la penitencia ante semejante pecado. Pero en la penitencia ha de estar también la Redención, y esa no puede ser otra que la Lucha, la Resistencia, la Denuncia, la toma de las calles, las marchas, como la que sin duda debe mostrarse en toda su fuerza este próximo 1 de Mayo.
La decisión de enmienda no solo es la lucha, es también la conciencia de lo actuado, la necesidad imperiosa de comprender que solo el pueblo salva al pueblo, y que solo en las fuerzas que surgen de él debe confiarse.
La otra lección es la necesidad de la unidad ante un enemigo que no es solo nacional, es el mismo enemigo de la humanidad, de los pueblos, y en especial de los pueblos en lucha. Por eso nuestra lucha es nacional y popular, pero también ha de ser antiimperialista. La unidad ha de surgir, ante todo y sobre todo, desde el pueblo, desde la base y debe sin duda incluir al FMLN, que no solo debe acompañar esa resistencia sino también contribuir con su experiencia de lucha en todos los terrenos para avanzar en la causa más importante, superar la dictadura, pero no para cambiarla por otro grupo explotador como los que a lo largo de décadas han pisoteado los derechos populares.
Es hora de construir las propias alternativas, que no pasan en ningún caso por los tiempos de la burguesía, que no pasan en ningún caso por actuar de comparsa en el montaje electoral de la dictadura para 2024. Pasa, sin duda, por la lucha desde la base, por implementar todas las formas de lucha posibles, que -sumadas- tiren abajo el régimen; que ninguno de los criminales que hoy infligen tanto sufrimiento a nuestro pueblo queden sin castigo, pero no el de la venganza y el odio, sino el de la justicia noble y digna del pueblo; la justicia popular, dura pero ecuánime y noble, la que respetará derechos que esas bestias jamás respetaron.
Rescatar el proyecto nacional y popular histórico del pueblo salvadoreño; consolidar la lucha para asegurar la victoria; desmontar el andamiaje de la dictadura y reafirmar la autodeterminación nacional, en un programa de acción y de lucha que ayude a construir el país por el que ya muchas generaciones de hombres y mujeres patriotas han dado sus vidas.
Aquellos fueron creyentes en Dios, fieles de San Romero, o de las Comunidades de Base, ateos, agnósticos o creyentes de otras confesiones ancestrales, pero todas y todos tenían una FE superior, la fe y la confianza de que más temprano que tarde el pueblo alcanzará la victoria y la paz merecida, y abrazará su futuro digno y justo para construirlo entre todos. Esa será la verdadera PASCUA de RESURRECCIÓN DE ESTE SUFRIDO PUEBLO.