1M de lucha en las calles. El pueblo contra la dictadura

La crisis económica golpea cada vez con más fuerza a El Salvador, se ensaña con los más pobres, a quienes el régimen no solo hambrea y limita sus posibilidades laborales, sino que además asedia y reprime a través de la creciente militarización del territorio nacional.

En solo tres años el gobierno neofascista de El Salvador se va quedando sin más argumentos que la manipulación mediática, la persecución política y la represión preventiva.

La virtual quiebra del país, que ya se anticipa en los mercados internacionales como un ineludible “default”, es la señal más clara del desastre en el manejo de las finanzas públicas (el EMBI (riesgo país) llegó a 19.91 % el pasado 14 de abril, su nivel más alto en toda la historia, y el segundo más alto de Latinoamérica). Tres años de endeudamiento, despilfarro y corrupción, incremento en los precios de los productos básicos, desaceleración de la actividad económica, desempleo: estanflación.  Esa es la realidad actual de El Salvador

Acorralados

El presidente y su régimen están acorralados. Aislado internacionalmente, sujeto a escrutinio permanente por su creciente violación a los derechos humanos y civiles. Sabe que las mentiras cada vez le funcionan menos, y ha empezado a perder incluso terreno en una de sus fortalezas, las redes sociales, donde ya no domina sin oposición como hace dos años. Hoy se le responde y cuestiona, se le critica, y más de una vez es objeto de burla y escarnio, tanto él como su séquito de ineptos funcionarios especializados en insultar por redes y apretar botones en inútiles sesiones parlamentarias. Desde el exterior, diversas personalidades se han dado a la tarea de disputarle también el ciberespacio, cuestionando sus métodos, sus afirmaciones, sus brutalidades, su gobierno.

Cada vez son más los sitios y páginas en redes sociales de abierta oposición a la dictadura neofascista salvadoreña que son cerradas, bloqueadas o hackeadas desde organismos controlados por Casa Presidencial, donde convictos delincuentes cibernéticos dedican sus horas a manipular la opinión pública desde las redes, generar noticias falsas, atacar opositores, hackear sitios incómodos, o enviar amenazas de todo tipo por medio de personas o robots diseñados para tales efectos.

La ley mordaza y la extensión del estado de excepción no son más que evidencias de la fragilidad de un monstruo de apariencia dura pero grotesca, con infames ministros como el de seguridad y defensa, o con fiscales incalificables junto a una corte de justicia prostituida al servicio del régimen, con truhanes como el presidente del legislativo y sus cómplices de bancada. Cada uno de ellos terminará probablemente en las mismas cárceles que hoy construyen (o dicen construir), pero mientras tanto se dedican a ganarse a pulso sus futuras condenas (cuando la justicia regrese por fin al país, del brazo de luchadores genuinos que establezcan no el viejo orden sino una alternativa real para una sociedad demasiado harta de promesas e ilusiones frustradas).

Esta situación se agrava con la evidente profundización de una crisis que la nueva burguesía en el gobierno hace pagar cada día a los más pobres, a los mismos que engaña no solo con propaganda sino también con dádivas y limosnas, con promesas de bienestar y glorias futuras, mientras los corren de sus puestos de ventas callejeras, o les impiden el desplazamiento para trabajar, a fuerza de cercos militares en sus colonias.

La farsa de la #guerracontrapandillas

Muerte, dolor, sufrimiento ha sido el legado de años de operaciones criminales de las pandillas que hoy el régimen dice combatir.  Se sube al carro de la venganza, no para hacer justicia (la venganza jamás lo es) sino para lucrarse del dolor por partida doble: explotar el dolor de las víctimas de las pandillas al presentarse como el duro justiciero que les hará sufrir y pagar por el dolor ocasionado, en una política medieval del ojo por ojo.

Nada nuevo bajo el sol, al fin y al cabo, el dictador llegó al poder explotando los bajos instintos, odios y miedos de una sociedad frustrada, agobiada y vulnerable a discursos que sonaran a cambio, a avance, a algo diferente. Su discurso populista tuvo éxito en la construcción de su falso mensaje; con ello ganó las elecciones.

Al mismo tiempo, el dictador se lucra de las pandillas a las que siempre estuvo asociado su régimen, desde mucho antes de llegar a la presidencia, desde cada alcaldía donde gobernó. Hoy debía “resolver asuntos pendientes”, deudas no pagadas, compromisos incumplidos, favoreciendo a una banda frente a otra (el gobierno sabrá por qué solo persigue a una pandilla y no a los pandilleros en general). Mientras lo hace, extiende el estado de excepción para volver a jugar las cartas que usó en la pandemia, profundizar el control social, apuntar a los restos de la oposición política, y preparar una nueva ofensiva judicial contra los que sigue considerando su peligro más real en el futuro. Allí figura destacado el FMLN.

Que el gobierno no busca resolver casos de homicidios o desaparición de inocentes a manos de las pandillas, lo demuestran sus “razias” indiscriminadas, la inutilidad de su sistema de investigación policial y judicial que a todos trata como “terroristas” y juzga por asociaciones ilícitas, jamás por un crimen en particular. Puede haber más de 15mil capturados en estos 30 días, pero no hay ni un solo acusado por tan solo una de las muertes ocasionadas en ese trágico fin de semana que desató el caos actual.  No lo hay porque esa no es la razón de la farsa gubernamental. No le interesan ni jamás le interesaron las víctimas.

¿Y la oposición?

Si la situación es tal como la planteamos, si las atrocidades de este gobierno son reconocidas en el resto del mundo, si el hambre no solo amenaza sino que golpea a amplios sectores excluidos y marginados, si las injusticias y violaciones a derechos humanos ya suman varios muertos a manos de este Estado represor, si la persecución política sigue manteniendo en las cárceles a mujeres y hombres opositores por el solo hecho de serlo, si a los periodistas incómodos se los insulta y amenaza desde curules y se les “invita” a irse del país y pedir asilo, ¿qué pasa entonces con la oposición?; ¿existe o se manifiesta de alguna manera?; ¿estorba o entorpece la acción criminal del gobierno?

En la respuesta quizás encontremos las razones por las que este clan de lúmpenes burgueses asociados a criminales de toda talla y calibre, sigue no solo en pie, sino vanagloriándose con sus falsas encuestas de tener un “apoyo del 90% de la población para su guerra contra pandillas”, como antes decía que lo tenía para tomarse el congreso, para liquidar el poder judicial, para encarcelar opositores, para despedir masivamente a servidores públicos, para imponernos un bitcoin que sigue sin funcionar, para endeudarnos con proyectos faraónicos que jamás se materializan.

A lo largo del tiempo, diversos sectores de oposición hicieron su aparición en el país con sus denuncias, con sus marchas y protestas, que fueron creciendo en número y variedad de participantes pero que jamás superaron su fragmentación, que ha impedido en todo caso, su crecimiento.

Es evidente que la clave para derrotar a un gobierno dictatorial radica en la unidad, aunque esta sea táctica, con el único objetivo de derrumbar al dictador. Sin embargo, a las puertas del 1 de mayo, fecha emblemática para que las fuerzas populares se aglutinen detrás de banderas de lucha y organización combativa, en El Salvador se observa una gran bomba de oxígeno para el régimen, una garantía para su continuidad: la fragmentación de la oposición, en especial de la que cuenta de verdad, la oposición popular, desde las organizaciones de base, desde los cantones, caseríos y comunidades, desde los barrios y municipios, desde las maquilas hasta los mercados, desde los debilitados sindicatos hasta las embrionarias formas de organización sectorial (juvenil, ambiental, de género, de diversidad, de veteranos, de pensionados, y un largo etcétera).

Cada sector pelea signado por la marca de la cultura neoliberal, la cultura del individualismo acérrimo, que impulsa que cada uno luche por sí mismo, que las mujeres por su lado, y los estudiantes por el suyo, que los profesionales no se mezclen con los obreros en sus marchas, que mucho menos los jueces se mezclen con otras profesiones….  Y así nos va; y así no ve un régimen de satrapía que se frota las manos pensando que aún no necesitará reprimir violentamente al pueblo con todo su poderío militar-policial, porque la división en el pueblo hace su trabajo. Sabe que tarde o temprano deberá reprimir la organización popular y su lucha, pero aún le queda tiempo, y ese tiempo le sirve para seguir dividiendo al pueblo y poder seguir robando con comodidad.

Ese tiempo no puede seguir dándoselo el pueblo. Resulta cada vez más evidente que si se siguen convocando marchas con salidas de los más diversos puntos de la ciudad, en un momento en que la expresión de unidad ante la dictadura debía prevalecer, entonces el enemigo del pueblo tendrá un respiro.

Si esas marchas no confluyen en un punto en común, transformando la lucha en un solo puño, será un error estratégico por no explotar al máximo las posibilidades tácticas de la unidad en la acción ante una fecha tan simbólica y tan determinante en la historia de lucha de los pueblos.  No hablamos aquí de marchar con los esquiroles, con los  rompe-marchas al servicio del gobierno que todos conocemos, hablamos de las múltiples y diversas expresiones de lucha popular, organizada por reivindicaciones de la más diversa índole.

Aún estamos a tiempo, no se necesitan conferencias de prensa que disputen liderazgos, ni otro tipo de ocurrencias de cada sector del campo popular, incluyendo los partidos políticos del pueblo, sino tender los lazos de una marcha colectiva, de la fuerza en los hechos, de la búsqueda de unificación de consignas generales, aunque cada sector exprese con todo derecho las suyas propias y específicas.

El 1M representa una oportunidad de oro para el pueblo, para la lucha, para la búsqueda de avances reales y concretos en la organización antidictatorial. Estamos a tiempo y debemos intentarlo desde las bases, desde las organizaciones populares, desde el FMLN, principal objetivo político del régimen, y por esa misma razón, obligado a dar el ejemplo en materia unitaria, sin vanguardismos ni elitismo, con ansias honestas de acumular fuerzas para un objetivo supremo:  no solo derrotar al dictador y su régimen sino construir una alternativa que rompa con el corrupto sistema que nos hunde en la miseria y la desorganización.

Vale preguntarse por qué el imperio, pese a sus tímidas protestas contra las atrocidades del Estado salvadoreño no va más allá, con sanciones de algún tipo. La respuesta parece bastante evidente: este régimen no solo no es incómodo para el imperio, sino que es funcional a este. Sus “cachetadas de payaso” solo sirven para que el autócrata finja un antiimperialismo tan falso como su imagen y sus discursos. Mientras el sistema esté en manos de estos mafiosos, el imperio no tiene de qué preocuparse; lejos de ello, tiene tiempo para dedicarse a lo que hoy le preocupa más.

Pero al mismo tiempo es importante advertir que ese mismo imperio tampoco se preocupa demasiado por la remota posibilidad de que la oposición cobre fuerza. La razón es simple, si alguien pudiera hoy hacer caer el régimen, no lo cambiaría más que en su forma, pero el fondo del sistema, la continuidad, la dependencia absoluta a los designios e intereses de Washington se mantendría.

Solo una oposición real, popular, organizada y combativa, con una propuesta, métodos y condición revolucionaria, de liberación nacional y antimperialista, haría reaccionar al imperio.

Es obligación de las y los revolucionarios trabajar en la construcción del derrotero que lleve a este pueblo a unir fuerzas, después de tanto tiempo, detrás de una propuesta de cambio realmente transformador, derrumbando un sistema que ya ha cobrado la vida de varias generaciones de héroes del pueblo intentando demolerlo y construir la sociedad justa que nos merecemos.


Que el 1M sirva para renovar y avanzar en esa unidad y en esos propósitos.

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