Necesaria pero insuficiente

El Salvador, un país pobre e inmensamente empobrecido, avanza a pasos acelerados a su bancarrota, no solo económica y financiera, sino social. Este país en crisis de todo su aparato superestructural lleva tres años de un oprobioso régimen autoritario y neofascista, que empieza a dar claras señales de colapso, en particular en su estructura económica, pero que, sin embargo y a pesar de todas las señales rojas que se emiten desde dentro y fuera del país, parece lejos aún de colapsar. ¿Por qué?

Desde el ascenso al poder del Estado de un régimen profundamente parasitario, impredecible e irracional, dominado por la voluntad y capricho de un jefe de clan que explota su popularidad para imponer sus juicios arbitrarios y decisiones irracionales sobre el sector de la burguesía emergente que lidera, pero también sobre el conjunto de la sociedad a la que explota, vulnera y reprime, ese régimen parece incapaz de estabilizarse, a pesar del apoyo popular que declara.

En ese marco, será necesario tratar de realizar mayores esfuerzos de comprensión para separar lo aparente de lo real, y poder interpretar lo más adecuadamente posible la realidad y perspectiva de un país dominado por un grupo burgués cuyo objetivo parece haber sido no solo diezmar las arcas de un Estado, de por si debilitado y empobrecido por endeudamientos, crisis financieras y corrupción, sino garantizar para ese pequeño grupo profundamente especulativo de la burguesía emergente, el regreso a las formas de dominación más primarias de la economía capitalista.

Hoy El Salvador parece orientado a la explotación generalizada de sus escasos recursos a través de una suerte de hipoteca nacional; acumulación por desposesión donde los gobernantes actúan como dueños de finca, liquidando fondos públicos en aventuras especulativas -como el bitcoin- sin consideración alguna hacia una población que perciben irrelevante, en la medida que pueda ser controlada a fuerza de manipulación mediática y explotación del líder mesiánico que han construido para ella.

Parece cada vez más alejado el objetivo original del sector burgués emergente, hoy en el poder, que buscó el reflotamiento del modelo neoliberal dependiente sobre la base de un esquema financiero altamente especulativo y entreguista de todo recurso nacional hipotecable, poniendo así el Estado al servicio total y exclusivo de la clase burguesa hegemónica y de las transnacionales con las que pudieran asociarse.

Hoy el régimen parece pretender hegemonizar su dominio, transformándolo en una dictadura de clase sin maquillajes para, ya sin mayores preámbulos, dominar el espacio político combinando propaganda, promesas falsas, manipulación de la historia y la realidad con represión, persecución, confrontación y creciente aislamiento internacional.

El autoritarismo parece dejar cada vez más de lado sus pretensiones y fachadas democráticas, para dedicarse sin más, al uso de la imposición por la fuerza. El control social así logrado será, sin duda, menos efectivo y duradero que las formas tradicionales del “consenso social y el sentido común”, como forma predilecta de dominación burguesa. Pero si el régimen ha optado, como parecen indicar sus últimos pasos, hacia una salida esencialmente violenta (aunque esta violencia no se manifieste siempre de las formas tradicionales a las que el término hace referencia), no ha sido por elección sino porque se ha ido quedando sin opciones.

La base social del régimen

Hace tres años, abanderado por un aura de ruptura con las formas tradicionales de hacer política, de gobernar, de relacionarse con la ciudadanía, expresado en una supuesta visión generacional “milenial”, y esgrimiendo el mantra de la anti-política, del odio hacia el pasado, ganó un espacio significativo en un sector políticamente atrasado de la población salvadoreña, e impactó especialmente en sectores de una juventud que resulta ser un producto casi perfecto del neoliberalismo y de la cultura neoliberal: individualista, desinteresada por lo que suceda en la sociedad, superficial, consumista, más emotiva que racional, creyente irrenunciable de una nueva religión llamada tecnología, que le hacía creer que solo aquello que se expresaba en sus dispositivos electrónicos (y coincidía con sus puntos de vista preconcebidos por su consumismo digital, manipulado desde las grandes corporaciones) resultaba ser verdad.

Aunque a esa juventud el concepto de clases le resulte ajeno, pertenecía en gran medida a sectores de la pequeña burguesía, base a partir de la cual el proyecto fue expandiéndose a sectores más humildes y populares, explotando en ese caso, las frustraciones de quienes se veían a sí mismos marginados del desarrollo social. Por supuesto, en los estamentos de dirección, control y poder de ese nuevo movimiento, encontraremos una gran mayoría de jóvenes provenientes de la burguesía e incluso de la oligarquía.

Una parte significativa de esa juventud que conformaba el apoyo de masas del partido oficial ni siquiera residía o reside en El Salvador sino en EEUU; segunda o tercera generación de migrantes, que ascendían poco a poco en la escala social norteamericana para incorporarse al oasis de la clase media (mayoritariamente en sus segmentos más bajos, pero suficiente para convertirlos en un subproducto del sistema al que defenderán con uñas y dientes). Ese apoyo se manifestaba más en lo virtual del ciberespacio que en la movilización tradicional.

La nueva narrativa, esencialmente una nueva forma de mercadotecnia política, adoptada por políticos y movimientos marginales de extrema derecha, tuvo sin embargo varios impactos exitosos en el mundo. Señalamos tres, pero están lejos de ser los únicos: Trump, Bolsonaro y el presidente de El Salvador.

En ese contexto, acceden al gobierno quienes hoy rigen los destinos de El Salvador, y que más allá del discurso populista y las promesas de construir un país de primer mundo, condena desde hace tres años a las familias salvadoreñas al hambre, el desempleo, la miseria y la migración.

Se desmanteló no solo las estructuras tradicionales del Estado, que pasaron de hecho a formar parte del aparato que controla el Ejecutivo, sino también del sistema mismo de partidos políticos que, aunque mantiene sus expresiones formales, hace tiempo demuestra una alta incapacidad para enfrentar adecuadamente los actuales desafíos.

Se pone en cuestión la viabilidad de aquel sistema de partidos en la medida que la crisis de ese modelo no es exclusiva de El Salvador, sino que parece una tendencia general en una parte importante del mundo con modelos republicanos parlamentarios burgueses. Es, en parte, la explicación que suelen dar quienes estudian casos como los de Francia o España, al tratar de justificar el crecimiento exponencial de partidos y movimientos extremistas de derecha, que golpean cada vez con más insistencia a las puertas del poder del Estado.

Desgaste y resistencia

La fiesta de esta burguesía con los fondos públicos lleva tres años, pero amenaza con finalizar abruptamente.

En un principio, el régimen contó con el visto bueno del ala más radicalmente reaccionara del imperialismo, en la medida que el accionar político del gobierno salvadoreño coincidía y contribuía a las políticas imperiales del momento, en particular en materia de represión a la migración ilegal hacia el Norte, desde sus puntos de origen.

Sin embargo, la derrota de esa ala republicana a manos de la derecha demócrata abrió contradicciones con el modelo, en especial porque la línea de operación política del régimen seguía manifestando afinidades y lealtades hacia el trumpismo, mientras en materia económica, la oscuridad e irresponsabilidad en el manejo de las finanzas públicas, el alto endeudamiento, la poca atención prestada a las recomendaciones de los organismos multilaterales y el hipócrita discurso, de apariencia antiimperialista, del autócrata salvadoreño fueron gradualmente abriendo brechas, llevando a disputas políticas que no tardaron en ventilarse en redes sociales.

Las actitudes ya conocidas del mandatario salvadoreño y su narcisismo patológico,  intolerante a la crítica, lo fue colocando en un creciente curso de fricciones permanentes, que llegan en la actualidad a una situación donde las anteriormente toleradas (por EEUU y la Comunidad Europea) violaciones a los derechos humanos por parte del Estado salvadoreño, hoy son criticadas y el tema es usado como mandoble en tribunas diplomáticas contra el régimen, cuya maniobra de aparecer cercano a China, Qatar y Turquía, para impulsar una suerte de chantaje, con un  discurso “independiente”, demostró en muy poco tiempo ser solo una maniobra fallida.

Las consecuencias económicas de las críticas mundiales al desmontaje del Estado de Derecho, a las políticas agresivas contra sus propios ciudadanos, y la insistencia en políticas especulativas, como la implementación del Bitcoin como moneda de curso legal, y la apertura de El Salvador como paraíso de la especulación y el lavado de dinero, a través de oscuras inversiones en criptomonedas, sumado a los insostenibles niveles de endeudamiento, llevaron al cierre gradual y permanente de las fuentes de financiamiento internacional a tasas razonables; se suma a esto la desconfianza internacional ante la virtual imposibilidad de pago por parte del estado salvadoreño.

El panorama descripto, y el acercamiento de vencimientos ineludibles del Estado, hacen prever una situación casi insostenible, y es muy posible que el régimen autoritario se decida a echar mano del único recurso de liquidez a que podría tener acceso, aunque sea por la vía de la confiscación: los fondos de pensiones.

Puede hacerlo, porque para ello ha militarizado el territorio nacional, controla todos los poderes del Estado y ha operado una seudo-política de relaciones internacionales que hoy puede serle de utilidad, a pesar de la aparente desventaja que significaría en tiempos de normalidad democrática: el aislamiento internacional, que seguiría utilizando para promover al interior del país una narrativa de nación agredida por poderes internacionales, cuyos intereses se centran en impedir que El Salvador despegue hacia un futuro promisorio de primer mundo. Cualquier lector habitual de la realidad salvadoreña reconocería la falsedad de ese discurso. Sin embargo, no es despreciable la capacidad de manipulación mediática que conserva el régimen sobre importantes sectores de la sociedad.

Y allí reside el punto al que debemos llegar para poder responder aquella pregunta original: ¿por qué el régimen no parece entrar aún en una fase de inmediato colapso?

El primer elemento a considerar es que serán las contradicciones internas en El Salvador y no las presiones externas las que definirán la resolución del conflicto.

En este sentido, mientras las condiciones objetivas parecen ir conformando un panorama propicio para poder afirmar que la situación del régimen es cada vez más insostenible, y desde el plano internacional las presiones se acrecientan, el hecho que aún disponga de capacidad de maniobras mediáticas hacia la población, es decir que conserve -aunque disminuida- su capacidad de manipulación, responde a un insuficiente nivel de desarrollo de las fuerzas de oposición, incluidas las expresiones y sectores con una visión revolucionaria.

La última maniobra del régimen, de amplio espectro militar-político-mediático, denominado guerra contra pandillas, que, en realidad, y a la luz de los crecientes casos de asesinatos de prisioneros capturados en este último periodo, la mayoría de ellos muertos a golpes y sin relación con pandillas, constituye una guerra preventiva contra las comunidades más pobres y olvidadas, en todo el territorio nacional. No es tampoco menor el dato de que se siguen acumulando las denuncias de capturas y encarcelamiento de sindicalistas opuestos al oficialismo, así como de militantes de base del FMLN.

Si el régimen se centra en las comunidades más pobres del país, es porque fueron parte de los sectores a los que más promesas hizo el actual presidente cuando estaba en campaña, ganando su confianza y su voto para después olvidarlas y condenarlas a una miseria creciente, y a la dependencia de un asistencialismo indignante, que funcionó en pandemia y momentos puntuales, pero para los cuales este régimen insaciable de fondos ya no cuenta con recursos para “gastar” en sus antiguos apoyos electorales. La guerra preventiva parece pues, la forma que el oficialismo ha elegido para mantener el control social en sus manos. Del mismo modo, es evidente que sigue viendo al FMLN y a las organizaciones populares y de izquierda como un enemigo a eliminar.

Pero, al mismo tiempo, si trasladamos el “macro problema” de las finanzas públicas al terreno “micro” de la economía familiar, encontraremos que las altas tasas de interés han castrado progresivamente cualquier posibilidad local de inversión, las deudas del estado no son solo con los grandes acreedores mundiales. Su expresión “micro” tiene enorme calado nacional. Como no hay dinero en el erario público no se paga a proveedores, que ya enfrentan quiebras por esa razón; esto significa cierre de empresas, despidos, aumento exponencial del desempleo y la informalidad, pero también, eventualmente de la migración y la delincuencia, por más guerra contra pandillas que implemente el régimen.

Entre los que no están cobrando, o están cobrando con grandes retrasos y generando inseguridad en los bancos y en el sistema en general, pero sobre todo en la estabilidad familiar, hay que incluir a los empleados públicos, a quienes el gobierno no logra liquidar sus salarios; además de policías y otros sectores públicos, obligados a jubilarse, pero a los que no se les liquida sus prestaciones. También los veteranos que, sin duda, en poco tiempo veremos nuevamente en las calles reclamando sus pagos atrasados.

No se trata de predicciones sino de realidades actuales. Sin embargo, el régimen mantiene su capacidad de neutralizar el malestar.  Allí es donde debemos señalar el carácter necesario pero insuficiente de la actual protesta popular.  

El 1 de mayo, las marchas y protestas fueron una buena señal de rebeldía; a lo largo de los días, otras diversas manifestaciones políticas, reivindicativas y culturales se han materializado, sobre todo en la capital.  Las expresiones y críticas de importantes actores de la vida ciudadana, como el cardenal Rosa Chávez, quien advierte que la situación es “una bomba de tiempo”, y algunos organismos de derechos humanos, gremiales, de prensa, partidos como el FMLN, a través de su denuncia de las desesperadas condiciones de pequeños y medianos productores agrícolas, en especial los dedicados a la agricultura familiar; todo ello, en fin, representa expresiones importantes de denuncia, de resistencia, de rechazo al gobierno autoritario de El Salvador. También la prensa hace lo suyo.

Pero sigue siendo insuficiente en la medida que dichas expresiones no logran conformar un amplio movimiento de oposición continuada, que desde las calles, desde la prensa, desde tribunas nacionales e internacionales y desde redes sociales y otras formas de comunicación, se conforme como ente aglutinador de las diferentes expresiones sociales, de trabajadores del campo y la ciudad, sindicatos y gremiales, estudiantes, jóvenes,  mujeres, sectores religiosos, derechos humanos, profesionales, intelectuales y académicos, que amplíen día a día el abanico de una oposición que ponga al régimen en retroceso real, de modo que, por ejemplo, los disparates y amenazas de funcionarios, que hoy se sienten impunes para hacerlo, se lo piensen dos veces porque empiecen a comprender que sus acciones tienen consecuencias.

Sabremos entonces que efectivamente, a aquellas condiciones objetivas se ha sumado el elemento subjetivo esencial, el pueblo consciente, movilizado, organizado y en lucha, capaz de dar por tierra con el régimen más oprobioso que se tenga memoria desde los negros días de la dictadura militar. Es bueno recordar, por cierto, que esas dictaduras cayeron. Todas. Y parecían mucho más fuertes y sólidas que este grupo de sociópatas que gobierna hoy El Salvador. Las tareas están planteadas, es imperativo no perder el esfuerzo acumulado, conscientes de que es necesario redoblarlo, para atraer no solo a los sectores inconformes e insatisfechos, sino a la creciente masa de desempleados, de desilusionados por promesas incumplidas del gobierno que hoy agrede a quienes algún día engañó con espejitos de colores. Descartar para lograr esos objetivos, cualquier mísero cálculo electorero y trabajar en función de un amplio frente de oposición antidictatorial. El régimen debe caer y depende de nosotros que suceda. No caerá pacíficamente, pero caerá, sin duda.

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