Engaño y complicidad

Si algo caracteriza al régimen salvadoreño es su sistemática recurrencia al engaño, la mentira y la oscuridad como forma preferida de ejercer el gobierno.

Dos ámbitos han demostrado ser los preferidos para implementar las herramientas del engaño: la economía y las acciones que ponen en entredicho el respeto a los derechos humanos.  En ambos casos es necesario observar “dos lados del espejo” o, por ponerlo en términos comunicacionales, ver al emisor y al receptor del mensaje. Ambos resultarán culpables del resultado, aunque es evidente que no en similares niveles de responsabilidad.

La política del engaño puede ser ejercida por un tiempo de manera general y tener por un tiempo el efecto deseado por quien mienta descaradamente. Pero será muy difícil que, cuando la mentira se institucionaliza y se reproduzca sistemáticamente, siendo aceptada de forma masiva, esa masa receptora no sea responsable de un cierto nivel de complicidad con sus manipuladores. Síndrome de Estocolmo lo llamarán algunos, pero no parece ser una respuesta totalmente satisfactoria

Después de tres años de constantes mentiras y manipulaciones, de recurrir a la victimización del gobierno, de culpar a gobiernos precedentes de todos los males que siguen aconteciendo gracias a la incapacidad e inacción manifiesta de la actual administración, resulta ya muy difícil afirmar que todo el pueblo vive engañado y es víctima de tal engaño. La situación resulta similar a cuando uno asiste a una función de cine; entra a la sala sabiendo que lo que verá es falso, pero el juego está en aceptar creerse el guion, ser de algún modo cómplice del director y creernos lo que nos cuenta.

Algo similar parece suceder en El Salvador. El pueblo recibe información falsa día y noche, y peor aún, tampoco puede aducir que nadie le dice lo contrario; podemos añadir solo unos pocos ejemplos de la cantidad de evidencia que tiene a su disposición para cambiar su perspectiva y su opinión:

  • En el caso de la economía, la inflación que come los ahorros de la familia salvadoreña es real y concreta, por más que el ministro de Hacienda, afirme que se trata de una cuestión psicológica. No se han producido reacciones populares ante semejante desatino.
  • Que el Bitcoin ha sido un desastre para el país, que ha hecho perder millones de dólares al pueblo salvadoreño, resulta innegable y se dice cada día en los medios. Hemos sido advertidos una y otra vez que se trata de una verdadera estafa financiera. Se ha informado reiteradamente que es el ciudadano presidente y no el Estado el que decide cuando y como invertir el dinero en BTC, sin fiscalización alguna. En cualquier otro país ese único dato hubiera significado las protestas más generalizadas y la posible exigencia de la salida del mandatario por robarse los fondos públicos. En cambio, el presidente recurre a invocar al pueblo a evadir la realidad, a “ser feliz y no mirar las gráficas”, y hasta el momento no se ven mayores reacciones ante semejante desfachatez.
  • Ante la situación de inseguridad, ya se sabe que el plan de control territorial fue siempre una farsa. Se denunció muchas veces el contubernio gobierno-pandillas, pero jamás esto produjo mayores reacciones en sectores mayoritarios de la sociedad.
  • Cuando la prensa desnudó las maniobras oficiales de negociación con los delincuentes y la forma en que el gobierno decidió actuar, sin diferenciarse mayormente de su contraparte criminal, la respuesta fue la aceptación tácita a las insultantes justificaciones o abiertos silencios del grupo de impresentables que actúan en materia de seguridad pública. 
  • Ante la represión indiscriminada y las reiteradas denuncias de violaciones a los DDHH, -comprobadas con el creciente número de muertes en custodia-, las restricciones ilegales a derechos civiles y ciudadanos expresadas en forma de denuncia contundente por la comunidad internacional, y manifestada en las madres, abuelas, hijas y esposas agolpadas a las puertas de las cárceles, donde son ultrajadas por funcionarios de seguridad, no se observa sin embargo,  una reacción esperable de cualquier sociedad que conserve niveles de decencia, humanidad, civilidad y justicia. La venganza parece estar a la orden del día, instigada por los factores de poder estatal. Resulta particularmente preocupante este elemento de desidia en una sociedad que sabe por experiencia propia el dolor que significa ser víctima de violaciones masivas a los DDHH por parte del Estado.
  • El hambre golpea a las puertas; el país a punto de quiebra, incapaz de pagar sus deudas y, en algunos casos, ni los salarios de sus empleados o las deudas a sus proveedores puede pagar. Pero el presidente monta el relato de la Ciudad Bitcoin, de la Ciudad del Surf, del tren fantasma, del aeropuerto innecesario, privilegia el hospital de animales al hospital Rosales, construye una mega-cárcel antes que escuelas y universidades… sin reacción negativa de forma masiva por parte de la sociedad.

No hablamos de las lánguidas protestas de una oposición fragmentada, sin músculo ni carácter. Nos referimos a ese inmenso segmento de la población que vive cada día peor y que sigue creyendo que las críticas al gobierno y sus políticas son confabulaciones de fuerzas extranjeras o de un pequeño grupo de conspiradores locales.

Nos referimos a esa inmensa masa que no ve aún que los delincuentes están en el poder, y que se trata de parásitos dispuestos a robarse todo lo que se pueda, y para ello utilizar los recursos que sean necesarios. Por ahora esos recursos son el engaño y, crecientemente, la represión y la violencia. Pero esa inmensa masa engañada también consiente que la engañen, acepta o justifica las violaciones a los DDHH. Y, al hacerlo, esta sociedad se convierte en cómplice de sus asesinos, de sus expoliadores, de esos parásitos que se comen y carcomen el país por dentro.

Los antecedentes de la historia

No es la primera vez en la historia que esto sucede. Las dictaduras en el cono sur de Nuestra América, con su grado de brutalidad inconcebible hasta entonces, no hubieran sido posible sin la anuencia silenciosa de una importante parte de la sociedad que se volvió cómplice, por miedo, por terror, por desidia o cobardía, una complicidad que se expresaba en una frase trágica cuando alguien mencionaba un nuevo secuestro, un nuevo asesinato brutal: “algo habrán hecho”, decían entonces, escondiendo los rostros.  Hoy, en El Salvador, no necesitan esconderse, solo escudarse en que “creen (lo que quieren) porque lo vieron en las redes”, o porque lo dijo el presidente.

Mucho antes aún, otros regímenes usaron métodos de manipulación similares. Así, los usados por un emergente régimen nazi en la Alemania de los años 30. La propaganda fue una herramienta importante para obtener el apoyo de la mayoría del público alemán que no había respaldado a Hitler.  Esta sirvió para hacer avanzar el programa nazi, que requería la aceptación, el apoyo o la participación de amplios sectores de la población.

En aquel momento, un nuevo aparato de propaganda estatal combinado con el uso del terror para intimidar a quienes no se sometían, permitió manipular y engañar a la población alemana y al mundo exterior. Los propagandistas predicaron un atractivo mensaje de unidad nacional y un futuro utópico que tuvo resonancia para millones de alemanes. También organizaron campañas que facilitaban la persecución de grupos que estaban excluidos de la visión nazi de la comunidad nacional.

Al derrumbarse el nacional-socialismo, juzgados sus responsables por aquellos crímenes, aquel pueblo que había sido de los más educados de Europa, tuvo también que enfrentar sus propios fantasmas, reconocer su actitud cómplice ante la barbarie; ya la excusa de no saber lo que sucedía, de haber sido engañado, no servía.

Fue necesario para aquellos pueblos de América y de Europa, enfrentar su cobardía y su complicidad, que muchas veces tuvo razones ideológicas, pero no siempre.

Luchar hasta vencer

No se puede engañar a todos todo el tiempo y, tarde o temprano, dos factores harán colapsar el régimen y acabará con sus personeros juzgados y encarcelados como debe ser, aplicando la justicia. Esos factores serán, probablemente, el colapso general de la economía y, sobre todo, el despertar del pueblo. Allí radican las tareas fundamentales del momento para las y los revolucionarios, perseverar en la educación, en la información, en la organización popular, en acompañar las incipientes formas de lucha, en apoyar en la denuncia ante el salvajismo oficial. Desnudar al régimen.

El régimen se plantea perdurar. Para ello violará Constitución y leyes secundarias. No será compitiendo en su terreno ilegal e ilegítimo que las fuerzas revolucionarias y sectores avanzados contribuirán a la elevación de la conciencia social y política del pueblo salvadoreño sino, por el contrario, combatiendo y denunciando cada una de esas maniobras ilegales, negándose por todos los medios a ser cómplices de las mismas.   No son pocas las mujeres y hombres que, habiendo aceptado en su momento las propuestas celestes, hoy reniegan de ellas, al ver en lo que en realidad se han convertido. Es un comienzo. Los pueblos se equivocan, pero también sabiamente rectifican.

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