Señales peligrosas
El 10 de marzo, el mundo financiero, estadounidense en primer lugar, pero casi de inmediato el universo del capitalismo mundial de la especulación financiera y de las grandes empresas de tecnología, se convulsionó al conocer que un banco del oeste de los EEUU, de considerable envergadura (ocupa la posición 16 a nivel nacional en relación a sus activos), el Silicon Valley Bank (SVB), entraba en bancarrota.
El golpe de gracia fue una estampida bancaria que forzó su quiebra después de que la Reserva Federal de Estados Unidos subiera los tipos de interés, ahuyentando a potenciales inversores de una institución financiera conocida especialmente por sus relaciones con las empresas emergentes o start-ups tecnológicas de mayor expansión mundial y también, al capital riesgo.
Según diversos informes de la prensa especializada, la caída del SVB supone la mayor quiebra de una institución financiera estadounidense desde que Washington Mutual se hundiera en el pico de la crisis financiera de 2008. SVB tenía sucursales en China, Canadá, India, Reino Unido, Dinamarca, Alemania, Israel y Suecia.
Durante el año pasado, superado el floreciente momento de oportunidades que la pandemia significó para las grandes empresas tecnológicas, las acciones de estos gigantes han venido sufriendo importantes caídas en bolsa, y generando decenas de miles de pérdidas de puestos de trabajo, en uno de las mercados que desde inicios de siglo había sido considerado como el motor o locomotora de una importante parte de la economía mundial. El boom de las tecnologías digitales de la información y la comunicación, las redes sociales, las ventas por internet y el internet de las cosas, hicieron creer al mundo que aquello que fuera digital debia ser naturalmente seguro.
En cierto modo, de la misma manera fue actuando y pensando el mundo financiero. Apostar por las grandes tecnológicas era apostar por lo seguro. El SVB se distingue, en ese sentido, de la mayoría de instituciones financieras del mundo: lejos de diversificar sus fuentes de ingresos y su cartera de clientes, se focalizó casi de manera exclusiva en las start-ups tecnológicas y en las empresas de capital riesgo. Es claro que un golpe en esos sectores podría impactar de lleno a un banco con esas características.
El BSV no solo se vio afectado por la caída de las acciones de aquellas empresas durante el año pasado sino también por el agresivo plan de la Reserva Federal de aumentar los tipos de interés para combatir la inflación.
Ahora se sabe que el banco había comprado miles de millones de dólares en bonos del Tesoro de los EEUU y de otros países en los dos últimos años usando los depósitos de los clientes de la misma forma en la que operaría normalmente cualquier otro banco. Estas inversiones son habitualmente consideradas seguras en el entorno tan característico de la especulación financiera y el mundo de la banca. Pero su valor cayó porque pagaban intereses más bajos que los que brindaría un bono similar emitido en la actual realidad de elevadas tasas de interés.
Sin duda la características de los clientes principales de SVB jugaron un papel importante en su caída, en la medida que ese tipo de empresas de alta tecnología comenzaron a necesitar efectivo durante el año pasado, porque la financiación del capital riesgo se estaba acabando y, en consecuencia, se dificultó la obtención de financiamiento para determinados negocios. De este modo, los clientes del SVB tuvieron que extraer sus propios depósitos para financiar sus proyectos. Esto obligó al banco a vender activos (bonos antes de su vencimiento, que se conoce como bonos sin madurar) por 21,000 millones de dólares para cumplir con las solicitudes de retirada de los clientes. Así se configuró una pérdida de 1,800 millones de dólares para el banco, que intentó compensarlo con una frustrada ampliación de capital, El conjunto de elementos mencionados fueron conformando el escenario para la temida estampida o corrida bancaria.
La ley de bancos de EEUU limita el seguro de los depósitos a 250 mil dólares. En la medida que los clientes del SVB eran grandes corporaciones con millones depositados, retiraron sus excedentes de $250K ante el peligro de insolvencia bancaria. El hecho provocó que las acciones del banco se desplomaran un 60 % y llevó a las autoridades a intervenir la entidad para evitar que la situación se agravara.
Inútiles intentos de calmar aguas turbulentas
Desde el ejecutivo estadounidense y desde los organismos financieros de aquel país se esforzaron de inmediato en enviar mensajes de tranquilidad para evitar otras estampidas, que en estos casos resultan fatales para el sistema. De hecho, el domingo 12 de marzo, los órganos reguladores de EE.UU. cerraron el Signature Bank, de Nueva York, que prestaba servicios, sobre todo, a empresas de abogacía y de criptomonedas.
Reconocieron que podría haber algunos focos de intestabilidad pero en cualquier caso rechazaron la posibilidad de efectos mayores. Sin embargo, no pudieron dejar de aceptar la posibilidad de repercusiones económicas, en particular en las empresas emergentes del sector tecnológico de EEUU.
Y finalmente, más allá de las palabras que buscan tranquilizar a los bancos y sus clientes en EEUU, es importante observar el pragmatismo de las agencias de calificación, como Moody’s, que rápidamente anunció la rebaja de su calificación al sistema bancario estadounidense: «Hemos cambiado de estable a negativa nuestra perspectiva sobre el sistema bancario de EUA. para reflejar el rápido deterioro en el entorno operativo luego de las retiradas de depósitos en Silicon Valley Bank (SVB), Silvergate Bank y Signature Bank (SNY) y las quiebras de SVB y SNY«, dio a conocer Moody´s en un informe.
¿Efecto domino?
Apenas cinco días después del desenlace del SVB, otro golpe a los sistemas bancarios internacionales nos alertan de los altos niveles de inestabilidad en un universo en el cual inestabilidad o volatilidad puede ser sinónimo de colapso.
Esta vez las informaciones provenian de Europa, concretamente del Banco Credit Suisse, que el miércoles 15 de marzo sufrió una abrupta caída del 30% en bolsa. ¿Qué produjo tal caída? La negativa pública del principal inversor del banco suizo a ampliar su participación accionaria en la entidad, lo que provocó el inmediato desplome en la bolsa.
Según expertos, un eventual colapso del Credit Suisse, sería más grave que el del SVB al tener una hoja de balances mucho más grande y mayores interconexiones en el mundo. El Banco, segundo más grande de Suiza y uno de los 30 bancos más grandes del mundo, tiene ya una historia con complicaciones.
Esto representa amenazas o advertencias para el sistema financiero mundial, porque a diferencia del caso del californiano SVB o del Signature de N.Y, que no pertenecen al selecto grupo de los más grandes, y que en consecuencia el gobierno de EEUU anunció que no saldría a su rescate ni de sus clientes (aunque dio a conocer medidas para proteger los depósitos), aparecer en esa treintena exclusiva obliga al sistema financiero al salvataje en caso de colapso.
Una oscura historia de problemas
Los problemas del Credit Suisse vienen de lejos. En el año 2021, una serie de investigaciones periodísticas mundiales conocidas como los Secretos Suizos (Suisse Secrets) puso en jaque la vieja tradición del secreto bancario en aquel país. La investigación se centró en Credit Suisse, y demostró que durante décadas el banco se alimentó con una cartera de clientes que incluía dinero proveniente de dictadores y personajes asociados con la corrupción, la tortura, el crimen organizado y el narcotráfico.
Los datos filtrados incluyen información sobre más de 18.000 cuentas de Credit Suisse, que estuvieron abiertas desde los años 40 hasta bien entrada la última década, aunque la gran mayoría corresponde al período entre 2000 y 2016. En conjunto, contenían fondos por valor de más de 100.000 millones de dólares.
Involucra a 30.000 titulares de esas cuentas, tanto personas como empresas, con domicilios en más de 120 jurisdicciones y representan a más de 160 nacionalidades. Los años con más aperturas de cuentas fueron 2007 y 2008. El año de mayor cierre de cuentas fue 2014, coincidiendo con la introducción de nuevas regulaciones en Suiza para intercambiar automáticamente información fiscal de clientes con residencia en el extranjero.
Las consecuencias del escándalo generaron para el banco una fuga de capitales por aproximadamente 100 mil millones de dólares. Además, en 2021 perdió 5,100 millones por el colapso de un fondo de inversión, el Archegos Capital Management, mientras que en 2022, las pérdidas del banco ascendieron a 7,900 millones de dólares. En esas circunstancias, la entidad esperaba que su máximo inversor, Amar Al Judairy, presidente del Banco Nacional Saudita y principal accionista de Credit Suisse, elevara su participación del 9.8% a más del 10%. Pero el magnate saudí negó esa posibilidad en una conferencia de prensa, advirtiendo que en caso de aumentar la participación actual entrarían en vigor “una serie de nuevas reglas”.
En un intento por llevar tranquilidad, el presidente de Credit Suisse, Axel Lehmann, aclaró que el banco no necesita ningún rescate gubernamental y que el mismo posee «un balance sólido”. Se mostró confiado en el actual proceso de reestructuración de la compañía, que buscaría focalizarse en la gestión patrimonial, desvinculándose de su unidad de inversión.
Horas después del desplome del 30%, el banco frenó el ritmo de la caída y las acciones comenzaron a cotizar 14% a la baja. Es de notar que el Banco Central de Suiza había anunciado su disposición a aportar 53.7 mil millones de dólares, de ser necesario, para el salvataje del Credit Suisse. Como vemos, ni eso logró calmar totalmente las aguas.
La situación apunta al clima de volatilidad y desconfianza que impera en el mundo financiero a partir de los sucedido en EEUU. Una muestra de ese estado es lo que sucedió a partir de la caída de las acciones del Credit Suisse, que arrastró a la baja a otros bancos europeos en la bolsa, como en el caso del Société Générale (-12,5%), BNP Paribas (-11%), Commerzbank (-10%), UBS (-8,5%) y Deutsche Bank (-8,5%).
Las consecuencias para la periferia
Si algo caracteriza al mundo financiero en cualquier orden es su cobardía. Solo colocan sus activos en donde obtienen más seguridades y cuando especulan es con fondos ajenos; ante el menor síntoma de peligro huyen con sus capitales a puertos más seguros.
La actual realidad del capitalismo financiero mundial, su inestabilidad, desconfianza e incertidumbre reflejada en las bolsas tendrá, sin duda, sus efectos en la periferia mundial, los países dependientes sujetos a las decisiones de los grandes centros de poder en virtud de sus deudas externas, su dependencia del acceso a créditos y las interrelaciones de la banca local con los grandes centros de poder financiero mundial.
En el caso de El Salvador, es sabido que la deuda externa ya supera el 85% del PIB y que ante la escasez de acceso a crédito externo, debido a su elevado endeudamiento, sus erráticas políticas públicas, el aplastamiento de elementos básicos del estado de derecho y las violaciones de DDHH, junto a las políticas de oscuridad en materia de transparencia y control de la corrupción, el gobierno ha recurrido a buscar recursos incrementando su deuda interna, la cual proviene de las AFP y la banca privada; esa deuda ya supera en 22% a la deuda externa.
En circunstancias normales las consecuencias de estas acciones gubernamentales repercutirían en la disminución de la liquidez y ciertas dificultades para el acceso a créditos para los sectores privados, con la consecuente elevación de las tasas de interés, lo cual afecta sin duda amplios y diversos aspectos de la economía nacional, la creación de empleos e incluso la probable pérdida de estos, mientras que la inflación sigue haciendo estragos en las finanzas de la familia salvadoreña.
Pero el capitalismo mundial no parece, como vimos, encontrarse en circunstancias normales, y por lo tanto es predecible que la inestable situación mundial repercutirá de una manera aún más directa y violenta sobre las débiles estructuras económicas salvadoreñas, empezando por las finanzas públicas, pero sin duda golpeando con intensidad de huracán sobre las condiciones materiales de vida del pueblo y en especial sus grandes mayorías explotadas y excluidas.
La oscuridad como politica
Esta semana se conocieron nuevas encuestas en las que los medios no se cansan de alabar supuestos niveles exorbitantes de respaldo popular presidencial, y hasta la virtual aceptación de una ilegal e inconstitucional postulación a la reelección, a pesar de las claras consecuencias legales que estas acciones podrían acarrear para quien las apoye, las promueva o las cometa.
Resulta interesante poner aquellas cifras en contexto, no de las manipuladas narrativas oficialistas, sino de la cruda realidad que el capitalismo financiero mundial nos señala. En este sentido, mientras la popularidad presidencial se basa en los aspectos de la seguridad, ya ampliamente analizados en trabajos previos, los aspectos críticos no dejan de aparecer, y de manera muy destacada.
Esos aspectos que se reflejan en la encuesta de LPG Datos dada a conocer la pasada semana, se centran en tres elementos: el manejo de la economía, la crítica y rechazo al fracasado experimento del Bitcoin, y las diversas promesas electorales incumplidas.
Los principales problemas del país en este momento, según la ciudadanía, son la economía, la inflación y el desempleo. Los problemas económicos, de acuerdo a las respuestas, aparecen por encima de los de seguridad, y tienen el registro más alto desde que LPG Datos hace esta medición. Al preguntar sobre los aspectos más importantes del país, las respuestas establecen como los peor calificados el costo de la vida y el respeto al consumidor. En este sentido, el 67.6% de las respuestas identifican el rubro de la economía como el problema principal en el país; esa cifra se subdivide en función de las respuestas en 33.3% (economía en general); 17.7% (inflación y alto costo de la vida); 11.8% (desempleo); 2.9% (pobreza); 1.7% (otras respuestas). Por otra parte, en lo concerniente a la seguridad, solo el 4.2% la identificó como un problema actual.
De tal modo que, mientras los avances de la seguridad empiezan ya a desgastarse un poco como novedad en la percepción y preocupación de la sociedad, el drama económico de cada familia prevalece y, según todo apunta, resultará cada vez más difícil para el gobierno distraer la atención de la gente respecto a su principal preocupación.
Así las cosas, y visto el panorama financiero internacional, los augurios para el régimen en esta materia no resultan halagüeños. Quizás por ello siguen apostando al espectáculo como distractor de masas. Baste recorrer el interminable listado de conciertos y espectáculos (gratuitos y de pago) que incesantemente parecen mantener las calles de las principales ciudades como si de un gran escenario se tratase. El régimen explota esto publicitariamente tratando de proyectar hacia el exterior y hacia los turistas un “país en paz” (pero militarizado, y con cada asistente a los espectáculos, bajo abierto escrutinio militar y policial).
Pero junto al espectáculo que adormece, el régimen recurre con vigor a la ocultación y la falta de transparencia. Como todo buen tahúr, es necesario no solo distraer sino ocultar y escatimar. Por eso siguen tomando decisiones que impiden verificar gastos y compras. La última decisión en ese sentido fue restringir el acceso ciudadano a un instrumento conocido como COMPRASAL, limitando el acceso únicamente a los proveedores del Estado.
Ese sitio permitía dar seguimiento a procesos de compra de diferentes instituciones estatales, desde gobierno central hasta autónomas y alcaldías. Se comenzó a ocupar en 2004 y se mejoró durante la primera gestión de gobierno del FMLN para ampliar su uso entre instituciones. Gracias a que estas debían colocar en el sitio la información sobre licitaciones, compras y demás procesos, la ciudadanía podía dar seguimiento y encontrar quiénes eran los contratistas del Estado y los montos de las compras, entre otras cosas.
Sin duda, la decisión viene a sumarse a un largo listado de mecanismos de fiscalización pública que fueron desapareciendo a lo largo de la presente gestión. Estas acciones contribuyen, evidentemente, a sustentar la sospecha ya generalizada de que la corrupción, el nepotismo, los negocios entre amigos, son la moneda corriente del gobierno.
Cuando hablamos de distractores, esta semana pasada fue un ejemplo del uso y manipulación sin escrúpulos de cualquier desgracia que suceda en el país, explotándola en beneficio del gobierno, o para desviar la atención de problemas que el régimen prefiere ocultar.
Un múltiple accidente vial, que involucró un camión de gran tonelaje y provocó entre otros daños la muerte de dos conductores, fue de inmediato explotado mediáticamente por los personeros del régimen para seguir imponiendo el sentido común del autoritarismo, condenando mediáticamente y deteniendo ilegalmente al conductor del camión (a quien la ley ampara por haberse quedado en el lugar de los hechos, y dar negativo al consumo de sustancias) y al representante legal de la empresa, que se hizo presente para asumir responsabilidades.
De inmediato se desató en redes sociales una campaña de demonización y condena del trabajador del transporte y, simultáneamente, el anuncio de medidas para restringir las horas de circulación de grandes camiones, o el control del peso transportado. Las medidas anunciadas no tendrían nada criticable, si no fuera porque ya existen, pero además porque suponen una reacción populista que apunta a las emociones del “gran público”, porque en definitiva así ve este gobierno el hecho de gobernar el país: un show que debe mantener a la audiencia entretenida y con sus emociones siempre en alto para que la adrenalina y no la materia gris sea el motor cotidiano de una ciudadanía cautiva.
Como en algunos casos anteriores de groseros intentos de manipulación oficialista, esta vez la campaña desde CAPRES para utilizar el desgraciado accidente y a un trabajador honesto como chivo expiatorio volvió a salirle mal al gobierno. Las respuestas de los usuarios de redes sociales, así como del sindicato internacional de transportistas parecen haber doblado nuevamente la mano y la voluntad del régimen, que puso de inmediato a actuar a sus lacayos en fiscalías y juzgados para poner en libertad a los dos detenidos injustamente.
No todas son, pues, buenas noticias para el régimen, que más allá de números y encuestas aparentemente favorables, nota que camina sobre un terreno inestable, demasiado inestable para quien supuestamente cuenta con apoyo popular abrumador y no necesitaría recurrir, como empieza a mostrar con sus reformas electorales de último momento, a maniobras, juegos sucios y golpes bajos para asegurar victorias electorales amañando las reglas de juego en su favor.