La vigencia del pensamiento y la obra de Schafik en la organización del partido revolucionario, el poder popular y la lucha anti-dictatorial.*
Luego de saludar a los y las participantes, y agradecer al Instituto Schafik Hándal la organización y el espacio, quisiéramos iniciar estas reflexiones, partiendo de un supuesto que esperamos sea el hilo conductor de este análisis: mirar la realidad de El Salvador y el mundo desde el pensamiento de Schafik es trasladar sus enseñanzas y reflexiones al hoy y al aquí. Esto es, el análisis concreto de la situación concreta, como enseñaba Lenin. No basta con recitar frases célebres, ni repetirlas como si fueran un mantra.
Con Schafik, como con Fidel, y también con el Comandante Chávez, es muy fácil ceder a la tentación de citarlo de manera hueca, fuera de contexto. Son pensamientos universales, gigantescos y por eso, muchas veces se puede hacer uso de ellos a conveniencia, sin que siquiera la audiencia caiga en la cuenta del fraude.
Pero desde que participamos en este tipo de eventos, lo hacemos con una intención clara y manifiesta: rendir homenaje al pensamiento, a la vida de lucha, al ejemplo de persistencia, coherencia y combatividad que nos ha legado Schafik. Y no hay mejor homenaje para un pensador y actor revolucionario, que recordarlo desde la honestidad intelectual. No como una cita sin contexto, o como aquel calco y pega del cual nos advertía Mariátegui acerca del marxismo, sino como elementos que sirven como la luz de una linterna en una senda oscura, nos ayuda a ver por donde caminamos, pero somos nosotros mismos los que tomamos la decisión de avanzar o retroceder, de tomar el sendero de la izquierda o el de la derecha. Sin esa luz, sin embargo, tomaríamos nuestras decisiones a ciegas, y las posibilidades de errar aumentarían exponencialmente.
Dicho esto, nos proponemos abordar un pequeño análisis de la situación concreta que enfrentamos desde la izquierda en El Salvador.
La presente etapa encuentra a la izquierda revolucionaria y al pueblo salvadoreño enfrentando desafíos de enormes magnitudes y los mismos se expresan en al menos tres aspectos: en la organización y la necesidad del retorno al rumbo revolucionario del partido; en el regreso a las fuentes, al pueblo, a las bases para, junto a ellas, trabajar en la construcción de poder transformador desde el pueblo. Finalmente, en nuestro horizonte se van cerrando nubarrones cada vez más negros, que amenazan a la nación con el retorno a formas de dominación que habíamos desterrado de El Salvador a partir de la firma de los Acuerdos de Paz, los mismos que el gobierno en turno pretende negar; acción que por cierto le esta costando una nueva ola de repudio nacional e internacional.
Enfrentamos un enemigo dispuesto a hacer todo lo que esté en su poder para aniquilar al FMLN como símbolo de lucha, esperanza, organización y conducción de esas luchas del pueblo salvadoreño. Del éxito o fracaso de ese cometido depende nuestro enemigo para poder consolidarse o no como clase dominante y hegemónica, que pueda plantearse el control social por medio del bonapartismo populista que no logra consolidar aún, precisamente por la existencia orgánica y política del FMLN.
El reflotamiento del modelo neoliberal dependiente en crisis depende, según sus planes, de que este nuevo grupo de poder en desarrollo, producto de la asociación entre un sector de la burguesía emergente y algunos de los factores tradicionales de la oligarquía, logren asegurar en el país un periodo más o menos extenso, que la burguesía estima en no menos de 30 años, de “paz social”, entiéndase esto como explotación de las clases trabajadoras sin conflictos que pongan en riesgo la estabilidad económica, asegurando así tasas sostenidas de ganancia, acumulación y reproducción del capital.
Ese frente de lucha, como vemos, va mas allá de la propia viabilidad y vitalidad del FMLN, sino que también la burguesía y un sector de la oligarquía se juegan en esto su destino.
Pero debemos además centrar estos conflictos en batallas aún más amplias, que nos conectan con nuestras hermanas y hermanos de todo el continente (y del mundo, en cierto modo), en el carácter antiimperialista de nuestro ideario. Y todo esto por una causa: el socialismo. Un socialismo con características propias, tanto locales como regionales, porque cada vez parece más evidente que el destino de El Salvador ha de estar necesariamente ligado al de su hermanos centroamericanos.
Precisamente, el carácter antiimperialista de nuestra lucha se expresa también en las intenciones de nuestros enemigos. Si algo tienen en común las poderosas fuerzas de la oligarquía con los intereses del imperialismo, es el común interés en el hecho de que una hipotética desaparición del FMLN como fuerza política revolucionaria les beneficia a ambos.
Es importante subrayar esto hoy, cuando se está produciendo un cambio de guardia en la administración de los asuntos de Washington, porque debemos siempre tener claro que los cambios de gobierno no cambian el carácter imperial de los EEUU, sus grandes corporaciones y su complejo industrial militar; no cambian sus intereses ni sus intenciones extraterritoriales; pueden, y de hecho sucede, cambiar las formas de la relación y la selección de sus aliados en función de los giros de sus políticas, pero jamás algo se pondrá por encima de la defensa de sus intereses. En esto no existe sentido humanitario, consideraciones relativas a lealtades o amistades, como muchas veces pretenden engañarnos desde las tribunas diplomáticas o desde su industria cultural de la dominación, ese complejo llamado Hollywood. EEUU tiene intereses, y si estos se ven afectados, el imperio reacciona, más allá de que gobiernen republicanos o demócratas.
En todo caso, nuestra lucha nacional, regional, continental, tiene siempre su centro aquí y ahora, porque es aquí, en El Salvador de la segunda década del segundo milenio donde nos toca desarrollar nuestra lucha por las transformaciones. Es en este tiempo y lugar donde debemos interpretar y resolver las contradicciones que la lucha de clases nos plantea en las actuales circunstancias.
Establecido ese contexto debemos hablar del partido revolucionario, del instrumento al que Lenin llamaba el destacamento de vanguardia, y que para Schafik su misión debía ser revolucionaria jamás conformista, y en cualquier caso realista (conocer la realidad para cambiarla) pero radical, en el sentido de ir a buscar las raíces profundas de los problemas y abordarlos desde esa óptica.
Pues hoy enfrentamos todos los desafíos antes mencionados con un partido en transición, con un partido vulnerable, con debilidades acumuladas a lo largo de un proceso extenso de deterioro político e ideológico, que intenta superar, pero en donde aún quedan muchos temas por saldar para poder avanzar en la dirección que nuestro pueblo reclama.
Para nadie que desde la izquierda dé seguimiento a los problemas del país resultarán extrañas o sorpresivas las posiciones que se debaten, tanto en el FMLN como en la izquierda en general y en el movimiento popular. Por supuesto, cada cual desde su propia perspectiva.
Cuando intentamos entender cual fue o cuales fueron los detonantes de esta situación, debemos movernos hacia los días de las últimas dos derrotas electorales, marzo 2018 y febrero 2019. Particularmente la última, que definió la presidencia de la república, y que significó por su calado y profundidad, no solo una derrota electoral sino, sobre todo, una derrota política que, además, consumó la ruptura del equilibrio estratégico a favor de la derecha oligárquica neoliberal y pro-imperialista.
Dejemos claro nuevamente que hablamos de detonantes, no de causas, porque estas últimas vienen de mucho más atrás, se relacionan con aspectos aguda y oportunamente señalados por Schafik, pero que no fuimos capaces de traerlos al debate y abordarlos a tiempo y en las condiciones que se requería.
Ya en el ejercicio de los dos gobiernos del FMLN, se manifestaron muchas de aquellas debilidades y, ante la cada vez más clara evidencia del alejamiento gradual y creciente de la población y de nuestra propia base respecto de los diferentes niveles de conducción, ante los errores de concepción, de políticas y en general del abandono de los métodos revolucionarios de conducción, los problemas se fueron acumulando.
Un primer congreso partidario, en noviembre de 2015, no bastó para comenzar lo que podía significar un largo pero efectivo camino de rectificación.
Desde el gobierno adoptamos tibias medidas reformistas que no ofrecían a las grandes mayorías un horizonte de cambio real para sus vidas, más allá de apaciguar las inequidades y ciertas injusticias sociales. En todo caso, quedaron pendientes aquellas opciones presentadas por Schafik como tareas propias de la Revolución Democrática, que apunta a la eliminación del capitalismo neoliberal:
“El programa que hemos elaborado tiene a la base la conciencia de que no se trata de la abolición inmediata del capitalismo en general, de toda expresión de relaciones capitalistas de producción, distribución e intercambio. De lo que se trata en nuestro programa de la época de la revolución democrática es de abolir el capitalismo neoliberal dependiente y asegurar el desarrollo nacional con justicia social y en democracia participativa, que supere la pobreza, el desempleo profundo y crónico, el atraso educativo-cultural y científico-técnico, que garantice la salud, la vivienda, el medio ambiente, la equidad de géneros; que reactive la economía, reconstruya y fortalezca el tejido productivo nacional agropecuario e industrial, apoyando a la pequeña y mediana empresa, las empresas cooperativas y desarrollando la integración regional. O, dicho en pocas palabras: construir la base económica y social que haga posible transitar a una sociedad socialista”[1]
Por supuesto, un programa de esa naturaleza probablemente requiere más de diez años en su aplicación, pero a nuestro juicio hubo dos problemas centrales:
- La sociedad en su conjunto, en particular las grandes mayorías excluidas, no fueron incorporadas a esos procesos como sujetos de cambio, no se sintieron pues integradas, ni tampoco percibieron un sentido de apropiación y su consecuente defensa de lo que entonces pasarían a ser conquistas y no simples “beneficios”; esto tiene que ver con nuestra incapacidad para informar, pero sobre todo para educar.
- Justo es reconocer que hubo pasos importantes en la dirección correcta, por ejemplo en temas relacionados con la agricultura, la incorporación de sectores micro-empresariales y artesanos (urbanos y rurales) a los procesos productivos, como sucedió con los programas de apoyo a la educación (zapatos, leche, uniformes, etc), pero ante los graves problemas de bloqueos financieros, tanto por la oligarquía como por el propio sistema judicial en sus más altos niveles, no fuimos capaces de llamar al pueblo a defender las conquistas, a resistir a partir de hacer comprender al pueblo los desafíos que enfrentábamos. Hubo temor y faltó algo que jamás le faltó a Schafik, faltó confianza en las masas, en la seguridad que, conociendo la situación el pueblo –sobre todo el pueblo organizado-, la reacción sería combativa y de resistencia junto con el gobierno.
Afectados en gran parte por nuestros fallos y debilidades en el gobierno, al mismo tiempo desalentamos desde el partido el accionar del movimiento social y popular, evitamos o impedimos que expresara sus críticas públicas contra nuestra forma de gobernar.
Hoy la consecuencia de esos años de políticas erráticas, conciliadoras con nuestros enemigos de clase, con políticas de alianzas erróneas, nos presentan mayores complejidades y dificultades a la hora de abordar con serenidad pero con energía un proceso adecuado de rectificación, partiendo de consultas permanentes con la militancia en el territorio. Nuestra actitud tuvo y sigue teniendo también consecuencias en la situación de debilidad del movimiento popular, que muy lentamente va recuperando su propia independencia de criterio para accionar en defensa de sus intereses.
Hoy le toca a una nueva dirección partidaria, surgida de elecciones internas democráticas, con un alto componente de jóvenes con formación, experiencia en el FMLN y determinación, abordar junto con compañeros mayores, veteranos y experimentados, los procesos de debate, de reflexión y de corrección de aquello que deba ser corregido. Ese proceso ya ha iniciado de hecho, y debemos avanzar de conjunto como partido en ese terreno. Esto no se hará sin dificultades y reacciones en contra, de parte de sectores cuyo horizonte no es la revolución sino el sistema. Pero es imprescindible desarrollar esos procesos y superar colectivamente los obstáculos.
En ese sentido, es importante subrayar el apoyo a los organismos colectivos de dirección y el reconocimiento a una realidad objetiva: el tiempo ha llegado para que esas transformaciones al interior del partido nos pongan en sintonía con las necesidades y expectativas del pueblo y de una parte importante de la militancia, que espera que regresemos a nuestros orígenes de lucha, claridad, coherencia y fidelidad a la misión revolucionaria de cambiar este sistema. Recordemos la advertencia de Schafik respecto del partido: Su composición, su organización y funcionamiento deben ser coherentes con esa misión.
Y en esta tarea debemos estar y sentirnos convocados todos y todas. No se trata de competencias entre generaciones sino de lucha conjunta entre las diversas experiencias acumuladas a lo largo de la historia de este partido. No tenemos ya derecho a equivocarnos porque ya lo hemos hecho y hoy estamos llamados a corregir e integrarnos en la más revolucionaria de las luchas, la de contribuir al fortalecimiento de un partido fiel a sus principios originales, re-enrumbarlo firmemente hacia la revolución, una revolución de integración multi-generacional, con nuevos paradigmas de inclusión social, de género y de diversidad racial, genérica, cultural, de participación protagónica en los grandes temas que aquejan a la humanidad, como la catástrofe climática y hoy, la pandemia, que pone al modelo y al sistema capitalista mismo al borde del colapso y con pocas respuestas ante nuevos problemas.
Compañeras y compañeros, el orden burgués como lo hemos conocido está siendo sometido a profundas convulsiones. La crisis del COVID vino a revelar ante los ojos del mundo un sistema injusto, falso e incapaz de responder a los grandes desafíos de la humanidad en su conjunto.
Las diferencias enormes entre las políticas de tratamiento, no solo para sus ciudadanos sino para muchas otras naciones del mundo por parte de países como Cuba, China, Vietnam, entre otros, demostraron ser infinitamente superiores y humanas que las políticas de las potencias capitalistas hacia sus propios nacionales. La diferencia radica en una palabra mágica: solidaridad. Término extraño para los centros de poder capitalista, donde la tasa de ganancia es ley y el brazo deforme de la especulación financiera llega hasta los productores y distribuidores de vacunas, los grandes laboratorios y las multinacionales dedicadas a lucrarse de la salud de la población mundial.
Para las clases dominantes en El Salvador y en particular para el clan que gobierna desde 2019, la pandemia representó y sigue representando oportunidades para la especulación, la corrupción desde el gobierno y sus círculos de allegados, y una excusa perfecta para la implementación de pruebas y ensayos de autoritarismo estatal. A lo largo de los meses, diversas formas de control social, represión, persecución desde todos los órganos e instituciones al servicio del Ejecutivo han sido implementadas, mientras formas de persecución política por vía judicial, conocido como Lawfare se implementa con mayores niveles de impunidad.
El proceso de campaña electoral está siendo otro teatro de operaciones donde se comprueban las fuertes corrientes autoritarias, populistas, intolerantes y retrógradas, que desde el gobierno nacional avanzan sobre la sociedad, neutralizando, cooptando o reprimiendo al movimiento popular y partidos políticos que se le resisten.
La reversión permanente de diversos programas implementados durante los gobiernos del FMLN, la gestión gubernamental a base de mentiras y manipulación de masas a través de la publicidad y las redes, va conformando un escenario propicio para la configuración de un gobierno dictatorial.
El regresivo papel de la fuerza armada y de la policía nacional civil, junto a las evidencias cada vez más claras de connivencia gubernamental con el crimen organizado en pandillas, se perfila no solo como una amenaza inmediata, que sin duda el gobierno utiliza en el proceso electoral en que nos encontramos, sino que se perfila como el instrumento de control para la protesta popular, una vez se agoten los conejos de la chistera publicitaria gubernamental y ese mismo pueblo salga a la calle como respuesta al hambre, el desempleo, la pobreza y la miseria, que se afincará en nuestro país en el mediano plazo, en tanto las finanzas públicas se desplazan a todo vapor al despeñadero de la quiebra, la cesación de pagos internacionales y el reino de los bonos basura.
Cuando eso suceda no importará cuantos diputados tenga este gobierno de farsantes, importará en cambio, el partido que tengamos, las condiciones de combatividad y organización, su capacidad de dirigir a este pueblo hacia nuevas victorias en batallas de nuevo tipo, que posiblemente combinen las acciones de calle, con las convocatorias en redes, y las luchas por los medios que este pueblo decida adoptar. En todo caso, urge retornar a Schafik, a su pensamiento y a su acción, a su estudio y comprensión acabada, que nos permita tener siempre en él, en sus enseñanzas, esa linterna que ilumine nuestro camino.
[1] Schafik Hándal, El partido revolucionario que necesitamos. En Legado de un revolucionario, pag 388. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, Cuba 2015
*Ponencia presentada en el seminario virtual sobre la vida y la obra de Schafik, el 20 de enero de 2021, al cumplirse 15 años de la desaparición física del compañero Schafik Jorge Hándal, ocurrida el 24 de enero de 2006.