Los sucesos del Capitolio vistos desde El Salvador

La primera semana del año trajo consigo un acontecimiento de magnitud política considerable y con indudables repercusiones y lecturas políticas de diverso calado.  A tres semanas de la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, durante la sesión de debate conjunto de ambas cámaras para determinar y declarar oficialmente como ganador a Joe Biden (una formalidad imprescindible en la estructura de procedimientos electorales estadounidense), el actual presidente Donald Trump incita desde las redes sociales y en sus discursos incendiarios, a una turba de fanáticos supremacistas blancos, neofascistas, milicianos ultraderechistas y demás a movilizarse al Capitolio para impedir la sesión y la consecuente declaratoria de victoria de su adversario.

Aunque se trate de acciones con pocos precedentes históricos, no fue la primera vez que el Capitolio recibió algún tipo de ataque. Fueron cuatro en total los antecedentes, incluida la quema del edificio por las tropas inglesas en 1814, y el asalto de 4 líderes independentistas portorriqueños en 1959. En otras dos ocasiones fueron atentados con explosivos (en 1915, protesta  contra la participación en la I Guerra Mundial, y en 1983, en contra de las acciones imperialistas en Granada y Libano).

En esta ocasión lo que se puede afirmar es que nadie medianamente informado en el terreno político estadounidense, pudo verse sorprendido.  Tampoco se sorprenderá quien siga en detalle el devenir de la política imperial, sus contradicciones internas y la profunda crisis de legitimidad y deterioro que tiene el sistema político dominante en EEUU, el mismo que por largo tiempo el aparato de propaganda de Washington ha vendido al mundo como democracia modélica. Nadie en este sentido fue sorprendido por lo ocurrido, salvo por el hecho de que la toma militar se haya materializado con escasa resistencia de las fuerzas de seguridad y con un reducido número de bajas  (5 muertos).

Con respecto a esto último, los medios de prensa del norte no dejaban de reconocer abiertamente que si se hubiese tratado de protestas de sectores  negros, latinos o de cualquiera de los grupos considerados “minoritarios o marginales” (aunque en realidad representen millones de seres humanos), la cifra de víctimas hubiese sido significativamente más elevada, en una clara naturalización del racismo/clasismo institucionalizado en las fuerzas de seguridad locales.

Durante los últimos cinco años, Donald Trump y muchos líderes republicanos (incluso muchos que hoy se han alejado oportunistamente de Trump)  han estado incitando y mintiendo a su base, afirmando que los demócratas habian estado  subvirtiendo la democracia y que habian quebrado el país.  El discurso del odio y la culpa es, por supuesto, tremendamente familiar en El Salvador, porque sufrimos la misma escuela del populismo neofascista de gobierno. Y es por eso que debemos estudiar esta experiencia con más detenimiento que lo que pudiera hacer cualquier otro país  de Nuestra América (con la posible excepción de Brasil, sometido a un regimen similar).

Como lo explica el profesor de Harvard en gobernabilidad,  Steven Levitsky[1], “Al perder la elección, no solo Trump sino líderes del Partido Republicano estaban en el Congreso, repitiendo la mentira y desacreditando la legitimidad de la democracia y de las instituciones. […], ¿realmente les puede sorprender que esté pasando esto luego de haber perdido la elección?

En la historia de Latinoamérica, cuando los líderes incitan a sus seguidores en un ambiente altamente polarizado, la gente toma acción. Las palabras tienen significado, tienen poder. Lo que sí me sorprende de esto es lo pobremente preparada que estaba la policía.”

Para el análisis de los hechos es pertinente preguntarse ¿qué fue lo que sucedió el 6 de enero de 2021?  Aunque el presidente electo Biden en su primera aparición desde que se desataron los acontecimientos  los calificó de insurrección, el término más adecuado parece ser el de un intento fallido de autogolpe de Trump y sus seguidores más fanáticos para mantenerse ilegalmente en el poder. Lo que podemos destacar es que esta intentona violenta es una señal más de la crisis estructural en la metrópoli.

Estamos ante la evidencia de un sistema al que cada vez le cuesta más sostenerse por los medios tradicionales de apariencia democrática liberal. Esto no escapa al análisis de la situación socio económica y del estudio de la lucha de clases al interior de los EEUU.

Más de un teórico de la gobernabilidad burguesa estadounidense ha venido señalando la creciente imposibilidad de mantener las formas de gobierno actuales, en la medida que la concentración de riqueza y las gravísimas diferencias sociales muestran a EEUU como el país desarrollado con mayor desigualdad del planeta. Un país a punto de estallar, donde el 1% más rico acumula más riqueza que el 80% más pobre del país. 

Entre otras razones, estas son algunas de las que se argumenta para sostener que en pocos años EEUU recurrirá a formas de dominación interna (gobierno) más autoritarias, en la medida que el  limitadísimo esquema democrático está demostrando ser insuficiente para el control de la población.

No es entonces extraño que sectores de la academia pero también de la política y del trabajo social en diversos ámbitos de los Estados Unidos, lleven ya varios años expresando su preocupación ante la posibilidad de una eventual guerra civil en aquel país.

Sin duda la libre proliferación de armas es un factor a considerar, pero también lo es el hecho que ya no solo se arman los racistas blancos sino un número cada vez más considerable de las llamadas “minorías étnicas”, como auto-defensa ante el temor creciente infundido por la violenta beligerancia de los seguidores de Trump y otros grupos racistas y neofascistas de corte miliciano. 

A lo anterior se suman las enormes diferencias sociales y la represión crecientemente violenta contra las protestas populares (en particular en el caso de las comunidades negras e indígenas, pero también latinas) pone en la mira el método de dominación y control interno de su propia población, en paralelo a la búsqueda de crecientes controles que eviten o limiten corrientes migratorias hacia EEUU.

La inestabilidad será sin duda un signo de los tiempos en EEUU pero tendrá su consecuencia colateral en política exterior. Los analistas locales estadounidenses ven los hechos y sobre todo el desenlace que significó la derrota de Trump en su asonada, como una ventaja para Biden en su periodo de gobierno. Pero al mismo tiempo cuestionan si la administración  demócrata será la última con el sistema de gobierno como se ha conocido hasta ahora. Nuevamente, veamos lo que responde Levitsky a una pregunta de BBC News, al mediodía del día de la toma del Capitolio:

He estado esperando aterrorizado este día en la democracia estadounidense por los últimos cuatro años. Cada día durante cuatro años. Nuestra democracia está en una crisis severa y esto es la culminación de ello. Pero no es que sale de la nada, nuestra democracia ha estado entrando en crisis por varios años y creo que seguirá así.

Este autogolpe va a fallar. Los que protestan en algún punto serán removidos del edificio del Capitolio y en algún punto también se certificará la elección de Biden y a Trump lo removerán de la presidencia. Ahora, no está claro cómo pasará eso. Pero Trump va a fracasar y la democracia estadounidense va a sobrevivir los eventos de hoy.

Pero eso no significa que todo está bien. Estos son eventos aterradores y dañinos como lo son en Latinoamérica. La gran diferencia entre este autogolpe y los autogolpes en Latinoamérica es que Trump fue completamente incapaz de conseguir el apoyo de los militares. Un presidente que intenta quedarse en el poder ilegalmente sin el respaldo de los militares tiene muy pocas chances de tener éxito.

Hoy. Creo que, a mediano plazo, nos estamos acercando a un periodo conducido por la crisis. Digo que esta intentona de hoy fracasará, pues la correlación de fuerzas no existe para apoyar a Trump. No tiene apoyo militar. La democracia va a sobrevivir cuando nos despertemos mañana, pero no puedo garantizar qué pasa de aquí a cinco años. La democracia estadounidense es un desastre.” (las negritas son nuestras)

Mas allá de las consecuencias a nivel estratégico que deparen estos hechos para la estabilidad o el reacomodo del sistema de dominación interno de las clases dominantes en los EEUU, las lecciones de esta crisis deben ser, desde nuestra óptica, analisadas desde el espejo salvadoreño. 

El populismo neofascista, basado en la generación de discursos de odio, la promoción del antagonismo, la mentira y manipulación a través de redes sociales y medios, la victimización, la negación de la historia y el debilitamiento de las estructuras del estado para amoldarlo a sus propias necesidades, son todos pasos y acciones que se utilizaron tanto en los EEUU como en El Salvador por  Bukele y la camarilla gobernante. El resultado al final del día para Trump es su derrota,  la división de su partido, el fracaso de su intentona y el debilitamiento del sistema en su conjunto. Sus adversarios ganan hoy el control de las dos cámaras y será dificil predecir un destino politico positivo para Trump.

Trump deja una división en el Partido Republicano, pero también se queda con parte de este. Mitch McConnel, republicano que dirige el Senado, no está alineado a Trump y no está claro que el vicepresidente Pence esté alineado incondicionalmente al presidente. Pero Trump tal vez no esté tan solo, hay un sector republicano en el Gobierno que lo apoya y grupos de la sociedad civil que lo consideran su líder (más allá de la Presidencia).

Bukele no solo llevó casi un calco de ese regimen sino que hasta se adelantó en su atentado institucional a la toma por asalto del parlamento.  Su popularidad no desciende aceleradamente, pero eso no es a estas alturas garantía de nada. A Trump lo votaron 74 millones de personas, habiendo aumentado su caudal de votos respecto al momento en que ganó la presidencia. Tampoco el dinero garantiza la estabilidad. En estas elecciones se gastó lo que nunca antes se habia gastado: fue la campaña presidencial más cara de la Historia, en la que se gastaron más de 14 mil millones de dólares. Entre el 4 de noviembre 2020 y el 4 de enero 2021 se gastaron 500 millones de dólares sólo para la campaña de Georgia (un desempate que finalmente ganó Biden).

Otro elemento a considerar es el creciente impulso dado, tanto por Trump como por Bukele, al anti-partidismo, o la anti-política, con un amplio giro hacia una suerte de bonapartismo. En el caso de los EEUU, esto dio paso al crecimento de los grupos fanáticos de ultraderecha. En el caso de El Salvador, aunque Bukele creó su propio partido dirigido por amigos y familiares, la base, o mejor dicho el activismo, se caracteriza por su fanatismo, su escasa educación formal, y su intolerancia. Receta bastante segura hacia el extremismo que, como lo vemos en el caso de los EEUU, prolifera en grupos violentos de ultraderecha. Un estudio reciente de CELAG, lo muestra con bastante detalle a lo largo de todos los estados de la Union:

“El ascenso de la ultraderecha

  • El aumento de la actividad de la extrema derecha es a nivel nacional: los ataques de la extrema derecha en los últimos seis años han ocurrido a lo largo de los 42 Estados, Washington, D. C. y Puerto Rico.
  • El mapa de levantamientos violentos muestra que los puntos calientes del extremismo de derecha son California, Oregon, Washington y Texas. La mayoría de los incidentes ocurren en condados donde hay importante porcentaje de jóvenes, son más diversos y tienen un ingreso familiar más alto que el promedio. Se deduce que los antiprotesta de ultraderecha, generalmente hombres blancos que se sienten amenazados por las transformaciones culturales, se dirigen a esas zonas suburbanas y exurbanas donde los jóvenes tienden a adherir a principios de libertad, justicia e igualdad.
  • Considerando el número de manifestaciones y eventos violentos entre mayo y diciembre de 2020, se estima que hubo 2.261 en California; 1.272 en Nueva York; 988 en Florida; 890 en Pennsylvania; 740 en Texas, etc.
  • La diferencia entre los daños y víctimas generadas por violencia de izquierda y de derecha es enorme. Se estima que los movimientos violentos de izquierda han generado 22 muertes desde 1994, comparado con 335 víctimas de la violencia de la extrema derecha. En 2017 se calculó que, desde septiembre de 2001, el 73% de las fatalidades causadas por extrema violencia fueron perpetrada por movimientos de extrema derecha.
  • También se estima que el 95% de las 10.600 protestas anti-racistas a partir del asesinato de George Floyd en mayo de 2020, han sido pacíficas.” [2]

Quedan por analisar muchos otros aspectos de los sucesos del 6 de enero, pero al compararlos con los del 9F en El Salvador, ya destaca una importante diferencia. En El Salvador hasta el momento el caso duerme en la impunidad. En EEUU ya se inicia la persecución judicial de los responsables, al menos de los directos participantes, aunque sea aún dudoso que los auténticos impulsores sean llevados a juicio.

La situación en que quedará el régimen Bukele ante la llegada de Biden, en especial tomando en cuenta la relación existente con Trump y con su embajador (ahora saliente)  Douglas Johnson, será otra materia de observación. El silencio guardado por la Cancillería respecto a los hechos del 6/1 constituye una declaración en si misma.

Hasta hoy parece claro que los niveles de complicidad de la embajada de los EEUU con el mandatario salvadoreño, el acriticismo o hasta justificación a los oscuros manejos de fondos públicos, y en general el arbitrario manejo del gobierno y las instituciones, con el respaldo incondicional de Washington a las acciones desquiciadas de Bukele serán pronto cosa del pasado. No se trata de albergar falsas esperanzas de parte de la nueva administración pero sí de subrayar la posible pérdida de un aliado incondicional para la camarilla de CAPRES, lo cual deberá reflejarse en un condicionamiento a su accionar en muchos casos hasta ahora impunes.


[1] Coautor del libro de 2018 How Democracies Die («Cómo mueren las democracias»), dodne detalla las señales alarmantes que ponen en riesgo la democracia liberal de Estados Unidos»

[2] CELAG: Análisis Geopolítico. La toma del Capitolio y el Trumpismo, enero 8, 2021.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s