Septiembre, mes de la celebración de independencia en El Salvador. Hace un año, una parte considerable del pueblo mostró su rechazo al autoritarismo y a las políticas económico-sociales del gobierno con una multitudinaria marcha que puso por primera vez al régimen en evidencia.
Entre contradicciones y dudas, el gobierno no prohibió la marcha de protesta pero intentó sabotearla usando la fuerza pública y el ejército, el control de carreteras y la difamación mediática.
Aquel 15 de septiembre, la masividad de la concentración, la denuncia, el rechazo a la ilusión del Bitcoin, dejó mal parado al régimen, mientras en el exterior la comunidad internacional profundizaba sus dudas acerca de un personaje que venía siendo cuestionado desde los días del asalto militar al Parlamento, la destitución ilegal de magistrados de la CSJ, la militarización, la persecución política y la evidente monopolización del poder en manos del Ejecutivo.
En 2022, a un año de aquellos acontecimientos, las causas para la protesta se habían multiplicado. A los sectores más conscientes del pueblo salvadoreño, que venían denunciando y resistiendo desde que el régimen dio sus primeras señales de autoritarismo e irrespeto a las leyes, se sumaron a lo largo del tiempo no pocas familias afectadas por el masivo empobrecimiento de la sociedad, que afecta a las mayorías más desguarnecidas, empujadas al abismo de la miseria y la pobreza extrema. Hoy, una de cada cuatro familias salvadoreñas sufren esa realidad, que no se calma, endulza ni elimina con las imágenes bucólicas y fantasiosas de un país oficial inexistente.
Pero también se sumaron otras familias a la protesta. Muchas de ellas hace un año criticaban a quienes se movilizaban, en más de un caso defendían al presidente y su camarilla, y creían honestamente que a pesar de las dificultades, “el gobierno haría lo correcto”. Eran humildes familias que creyeron el discurso oficial y habían votado a su favor, sin saber que estaban ante un proyecto encabezado por mentirosos patológicos, mesiánicos, adictos al poder como a una droga.
Se trataba de familias de las comunidades más pobres y excluidas, habitantes de zonas marginales donde cayó con todo el peso del autoritarismo militar y los métodos típicos de represión neofascista, el régimen de excepción, diseñado a la medida de aquella camarilla en el gobierno, que buscaba no solo eliminar a los delincuentes con los que alguna vez había estado asociado, sino a todo potencial elemento crítico.
Esas comunidades se vieron rodeadas e invadidas por la policía y el ejército; hombres y mujeres de todas las edades, con el común denominador de ser pobres de solemnidad, o de vivir en comunidades donde la pobreza campea y reina, fueron encarcelados, golpeados, maltratados, torturados, secuestrados en cárceles sin acceso a asistencia legal ni visita familiar. La cifra de detenciones ya supera las 50 mil. Más de 80 de esas víctimas murieron en las cárceles en estos últimos 6 meses, sin haber sido siquiera sometidas a juicio.
Este año, esos rostros humildes y gastados, sobre todo de mujeres cargando con enorme dignidad las fotos de sus hijos e hijas inocentes encarceladas, marcharon por primera vez, conformando uno de los ejes más potentes y simbólicos de una marcha que representaba el grito sordo ante la injusticia descarnada.
Aquellas imágenes solo pueden evocar otras, trágicas y dolorosas al extremo, pero también heroicas e insuperables en su dignidad histórica. Las imágenes de la guerra se repiten. Las denuncias a violaciones masivas a los DDHH se acumulan como en aquellos años, donde solo un camino le dejaron el pueblo: la organización y la lucha.
Diferencias cualitativas
De tal modo que este nuevo 15 de septiembre el pueblo se movilizó con energías renovadas pero, además, lo hizo en condiciones muy distintas a las de hace un año, condiciones más difíciles si cabe, que no pueden ni deben ser ignoradas.
Hace un año no se había decretado el inconstitucional régimen de excepción, que arrasa con cuanto derecho civil se le antoje al mandamás de turno y a sus lacayos. Esa diferencia, la impunidad con que hoy pueden encarcelar y hasta matar sin dar explicaciones, otorga a la decisión de marchar una superioridad en calidad desde el punto de vista de la conciencia. Por eso nadie se puso esta vez a medir si la multitud había superado en número a la de hace un año, porque resultaba indudable que la había superado en calidad.
Por otra parte, una de las nutridas columnas que partieron hacia el centro de San Salvador, después de haber tenido que superar, como el conjunto de manifestantes, los retenes y vallas policiales de acceso a la capital, destacó por un ambiente juvenil y combativo, pero sobre todo porque allí brillaron en todo su poderío, en manos de veteranos/as y jóvenes, las camisas, gorras y banderas rojiblancas del FMLN. Abigarradas columnas, que no cesaron de cantar consignas, pero también el himno partidario, que sonó con toda su fuerza en la céntrica plaza donde culminó su recorrido.
Nunca debemos subestimar el valor de lo simbólico y si algo retumbó en el centro histórico de la capital fue ese himno que el régimen quisiera ver desterrado y prohibido, porque esas estrofas recuerdan el legado de mil batallas combativas, que terminaron expulsando a cuanto dictator y rufián se pusiera a tiro del pueblo.
Esos elementos no se miden en número, más allá de que las columnas superaran las expectivativas de los organizadores y, sin duda, ensombrecieran los rostros del dictador y sus esbirros. Se miden en calidad, en la evidencia de un núcleo duro y militante de izquierda que ha superado el desaliento, las campañas del miedo y el terror, la descalificación y demonización de sus ideas y proyecto por parte de la derecha enseñoreada en el gobierno. Destaca la fortaleza de todas las columnas que marcharon, porque cada una y cada uno de los manifestantes superó el miedo que el régimen pretende imponer, superó los riesgos y dijo ¡Presente!
Pésima noticia para el autócrata y su clan. A este paso no le alcanzará con seguir construyendo cárceles. El pueblo dijo con su presencia que ya no hay paso atrás en la lucha.
La pupila insomne
El régimen seguramente no duerme. Tampoco, sin duda, goza de la tranquilidad que quiere aparentar, aunque no deje de buscar maniobras que dividan al pueblo y, sobre todo, impida que despierten quienes aún creen sus patrañas (que no son pocos).
El gobierno estableció una serie de medidas que evidenciaron su desesperación por no poder impedir de manera efectiva la movilización popular en su contra. No obstante lo intentó. En primer lugar, anunciando a último momento un desfile cívico-militar cuyo punto de llegada era el mismo del cual partiría una importante columna del movimiento social, que incluía también en sus filas a fuerzas de la derecha opositora y diversas representaciones políticas y sociales de la izquierda reformista.
Esa primera maniobra fracasó porque la respuesta popular fue mover apenas unos metros el punto de salida y con ello se neutralizó la excesiva presencia policial que pretendía ser intimidatoria.
El gobierno, por su parte, obligó a participar en el desfile cívico-militar, con pase de lista, al servicio civil del Estado, incluido el personal de alcaldías. Se puede especular que pretendía jugar sus bazas propagandísticas con una arbitraria comparación numérica entre su marcha y la protesta popular. La ágil y valiente denuncia de los trabajadores públicos en redes sociales, detallando los métodos de imposición que establecían desde las jefaturas, ayudó a desmontar la maniobra, aunque no impidió la obligatoriedad impuesta a los funcionarios.
La declaratoria, arbitraria y sorprendente por parte de la bancada oficialista, de un intempestivo “puente festivo” para el viernes 16, afectó sin duda a diversos sectores productivos; en este caso, lo cuestionable no es el decreto sino los niveles de improvisación e irresponsabilidad demostrados, que buscaban sin duda sumar – a pedido del presidente, por medio de una medida populista- otro elemento disuasorio para la movilización popular. Los decretos de asueto sin previa planificación y anuncio anticipado, afectan sin duda a las empresas de todo tamaño, pero mucho más a las de mediana y pequeña envergadura, debido a su mayor vulnerabilidad financiera.
¿Reelección o continuidad?
Sin duda, el autócrata montó lo que creyó magistral golpe de efecto mediático, para alterar una agenda informativa desfavorable, no solo por el efecto de las imágenes de la multitud protestando, de las banderas del FMLN desplegadas, las fotos de las personas injustamente encarceladas, los similares carteles exhibidos con los rostros de perseguidos políticos encarcelados por el régimen, sino también las noticias acerca de una nueva caída del índice de confianza internacional hacia el país, que desde las entidades financieras ya ni siquiera se plantean como probable el incumplimiento en los pagos, sino que empiezan a advertir acerca de los niveles de pérdidas que pueden esperar, sin apelaciones los inversionistas, que verán sus deudas volverse incobrables.
Todo eso se quizo quitar del escenario mediático nacional e internacional, con el anuncio de la decisión presidencial de postularse, ilegal e inconstitucionalmente, a la reelección. Sigue pareciendo una maniobra burda e innecesaria para lograr el objetivo final de darle continuidad en el tiempo al control del poder por parte del grupo burgués emergente, que está avanzando de una situación de dominación a una de hegemonía sobre las clases dominantes, tanto de la burguesía como de la oligarquía tradicional salvadoreña.
Para los intereses del grupo dominante, empeñado en construir un modelo con permanencia en el tiempo y expandible en la región, parece claro que el objetivo es tener el control de un Estado puesto al servicio de sus intereses empresariales y de grupo, más que un control de gobierno, el cual, más allá de las bravuconadas a que nos tiene acostumbrado el presidente, representaría una administración que nacería con una debilidad congénita, con una falla de origen debido a la inmediata caracterización de ilegimidad que recibiría, y que solo puede llevarlo a un creciente aislamiento internacional, no solo en lo político sino, sobre todo, en lo económico.
Las reacciones
Las reaccciones de la burguesía desplazada del poder y de la pequeña burguesía desesperada, ambas con miradas y pedidos permanentes de auxilio hacia Washington, no se hicieron esperar y clamaron el derecho a la insurrección como respuesta a la provocación del régimen.
Cegados por el disgusto, retornan a sus orígenes y a sus creencias. Cuando hablan de insurrección lo hacen en el sentido burgués del término, aquel que no involucra en ningún caso a las masas populares como decisoras de nada, excepto de poner el número de víctimas propiciatorias (muertos, heridos, presos, desaparecidos y exiliados) para que los viejos poderes oligárquico-burgueses retomen tranquilamente su posición de clase explotadora dominante.
Para esos sectores, insurrección equivale a golpe militar, a asonada que garantice la continuidad del sistema, jamás a ponerlo en peligro, nunca a un levantamiento del pueblo para tomar en sus manos las riendas del poder.
Desgraciadamente, no faltan sectores de la izquierda reformista, cada vez más desenfocados de la realidad en la medida que parecen perder crecientemente confianza en la lucha de largo plazo, porque esa lucha requiere una fe ciega en las masas, en su sabiduría de acertar, pero también de corregir cuando comprende sus errores; esa izquierda cegata y anquilosada se ha ido rápidamente sumando a quienes se abrazan a supuestos “sectores del ejército o de la sociedad civil democrática -y ésta incluye sectores muy cercanos a los intereses de Washington”, en el reclamo constitucional del derecho a la insurrección.
La izquierda de raíces revolucionarias, con el FMLN a la cabeza, salió con bastante rapidez a denunciar y cuestionar la decisión presidencial, por ilegal e inconstitucional. Declaración justa, necesaria pero insuficiente. En realidad, el autócrata había conseguido parcialmente su objetivo: la agenda empezó a girar en torno al anuncio presidencial; parecía ya lejana la movilización masiva de esa misma mañana, con todos los elementos positivos que demostró. También se puso sordina a la caótica situación financiera que se asoma en el horizonte ante los vencimientos de principios de 2023.
Por supuesto, la izquierda revolucionaria, incluidos los sectores de ese carácter dentro del FMLN, saben reconocer lo que significa la insurrección popular, y no se dejan engañar por los cantos de sirena de la derecha oligárquico-burguesa, pro-golpista y pro-imperialista, ni de los extraños compañeros de ruta que se han sumado desde el reformismo a esa esperanza en los enemigos de clase del pueblo.
Sin embargo, esa burguesía crecientemente hegemónica, ese gobierno de ricos para ricos, que apoya su poder en el filo de los sables y ballonetas militares, y que utiliza los argumentos de su fama y popularidad para justificar el incumplimiento a toda regla constitucional, pero que obliga a sus adversarios a cumplirlas a rajatabla, ese grupo burgués, sigue teniendo claro que todo su esfuerzo de consolidación como poder absoluto pasa, sin excepciones, por aniquilar al único enemigo al que teme, y no lo puede ocultar. Ese enemigo es la fuerza organizada del FMLN, a la que atacó en su discurso donde anunció su decisión de violar una vez más la Constitución.
Son esas las lecciones que la izquierda revolucionaria debe rescatar; ante un proceso ilegítimo e ilegal se impone el combate, la lucha, la denuncia, pero sobre todo la organización ciudadana y el fortalecimiento de la resistencia popular para asegurar la victoria; allí es donde será necesario sumar, aunar, fortalecer frentes de unidad contra la dictadura, frentes patrióticos en la lucha, que no aspiren a soluciones o recetas de Washington para resolver los problemas de El Salvador.
El 15 de septiembre determinó un punto de inflexión: las columnas mostraron el núcleo duro de militancia orgullosamente efemelenista, invulnerable a ataques y campañas de desprestigio. Con ese destacamento básico puede contar el pueblo; acompañar la organización popular, la resistencia, la acumulación de fuerza, son las tareas del momento. Dispersar fuerzas, legimitar maniobras enemigas, denunciar sin proponer, son experiencias por las que los pueblos ya han pasado, y de ellas han aprendido la necesidad imperiosa de presentar siempre los combates en el terreno que facilite la victoria del campo popular.
Pero hay otro punto de inflexión que aún no llega, el miedo en amplios sectores de la población todavía se disfraza de silencio o de apoyo al régimen. La organización, la educación popular, en teoría y en práctica, fortalecerá la confianza del pueblo en sus propias fuerzas. De lo pequeño a lo grande, de lo simple a lo complejo enseñaban los clásicos, y demuestran en el presente salvadoreño su plena vigencia. Derrotado el miedo, alcanzado también ese punto de inflexión, que cada vez está más cerca, se habrá acabado para el régimen su mejor argumento, la supuesta popularidad sobre la que sostiene su accionar ilegal e ilegítimo.