Autoritarismo que corre por las venas

Hace pocos días, la Fundación Guillermo Manuel Ungo, Fundaungo, dio a conocer una nueva versión de sus estudios de opinión ciudadana en El Salvador, las cuales habitualmente discurren acerca de la percepción popular respecto de temas relacionados con la democracia, el sistema de gobierno, ponderación del presidente y su gestión, evaluación de instituciones como la Asamblea Legislativa, entre otros. El material suele resultar de utilidad para medir ciertos rasgos de la sociedad y su evolución.

En este caso llama la atención una característica que, por cierto, ya habia sido mencionada en estudios anteriores, así como en el último informe de Latinobarómetro (2021), y que describe cierta inclinación de sectores de la sociedad a aceptar formas de autoritarismo en desmedro del respeto a derechos y reglas de uso democrático, si con ello se garantiza la satisfacción a determinadas necesidades identificadas por esos sectores como prioritarios, por ejemplo la seguridad o la estabilidad económica.

En ese estudio de opinión, realizado a nivel nacional en junio último pero divulgado hace una semana, se muestra cómo los salvadoreños que apoyan a un “líder fuerte” han aumentado en los últimos meses, justo en momentos que el régimen de excepción cumple seis meses con más de 50 mil detenidos, y unas 2 mil denuncias de abusos y detenciones arbitrarias durante este período en que el gobierno ha suprimido garantías de libre asociación y extendido los plazos de detención de capturados como forma de combatir el alza de homicidios.

Cuando Fundaungo consultó por la preferencia por la democracia, en la encuesta hecha en junio el porcentaje de personas que afirma que “en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democráticocreció al 31.2% mientras en diciembre de 2021 ese porcentaje era del 18.6%.

Fundaungo también resalta la caída en el porcentaje de personas que contestaron que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobiernode 58.9 que pensaba así en diciembre del año pasado a 48.5% en junio.

El porcentaje de personas que considera que “le da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático” se mantiene casi igual, con porcentajes de 17.5 el año pasado a 16.9% este año. Estos datos también coinciden con los de personas que dijeron apoyar “a un líder fuerte en el gobierno, incluso si viola algunas reglas para lograr que las cosas se hagan”.

Síntoma de los tiempos

Lejos de ser una sorpresa, lo que nos dice este estudio viene a reafirmar y en cierto modo a explicar, las actitudes del gobernante de turno. En el caso del personaje en cuestión, es ampliamente conocida su inclinación al autoritarismo, su intolerancia y  rechazo a cualquier forma de crítica u oposición, y su visión binaria de la vida entre “amigos y enemigos”, o “nosotros o ellos” (que se traduce más habitualmente en su personal concepción de “el mundo contra mi”).

Si en una sociedad inclinada a aceptar que se limiten sus derechos y a poner su destino en manos de un “líder fuerte” al que le confía su vida, aparece un ser mesiánico como el que a lo largo de tres años fue gradual y constantemente arrasando con los pilares básicos del estado constitucional y social de derecho, resulta entonces explicable que el sujeto muestre altos niveles de apoyo en un medio social de tal naturaleza. ¡El tipo está en su salsa!

Lo trágico es que estamos hablando de una sociedad que pasó 60 años en dictadura; con una parte considerable de esa sociedad empeñada en las luchas antidictatoriales, y que luego de experimentar 12 años de guerra y haber empezado a construir formas relativamente pacíficas de convivencia, esa misma sociedad parezca haber olvidado aquellos sacrificios, regresando por caminos ya atravesados, habla sin duda de la incapacidad de las fuerzas de izquierda, en especial desde los espacios en los que logró gobernar, para desarrollar educación y cultura política, y promover los valores propios de sociedades más avanzadas, humanistas y solidarias. Tareas de carácter masivo que sin duda deberán aparecer hoy en lo alto de agendas de transformación desde la base, de cualquier proyecto de izquierda en El Salvador.

Hoy las expresiones de militarización de la sociedad y de imposición de medidas autoritarias se han desarrollado hasta límites impensables no mucho tiempo atrás. Por ejemplo, durante la pandemia de COVID-19, en paralelo al despliegue de fuerzas policiales y militares para imponer los encierrros a la población, dando con ello inicio al largo proceso de militarización permanente, el régimen comenzó a utilizar el lenguaje bélico en su propaganda de lucha contra la pandemia. Así, era común encontrar en carteles en las ciudades, en las pasarelas públicas, letreros con mensajes como este: “Nos distanciamos hoy para estar más unidos mañana. Ganaremos esta guerra

Fue el mismo recurso que adoptó el régimen para rebautizar su fracasado Plan de Control Territorial. La forma de reemplazar lo que ha fracasado sin decir que fracasó fue el socorrido tema bélico; así surge el plan “guerra contra las pandillas”, y con ella toda la parafernalia militarista para referirse a las víctimas inocentes como “daños colaterales”; del mismo modo, a quienes se oponen a sus métodos dictatoriales se los considera “el enemigo interno”, retomando la nomenclatura de los estados de seguridad nacional.

Así, poco a poco, gota a gota, fue permeando el autoritarismo en una sociedad ya predispuesta a la aceptación, a partir de haber sido bombardeada día y noche con la idea de que todos los gobiernos anteriores, toda la historia anterior a la llegada del clan de gobierno actual, eran enemigos del pueblo, eran una farsa, o simplemente una historia que el pueblo debía borrar de su mente. La narrativa no cesó un instante y, lejos de ello, adoptó formas “oficiales”.

Como si se tratara del viejo juego de “mono ve, mono hace” (“monkey see, monkey do”), los serviles diputados al servicio del Ejecutivo no perdieron oportunidad de ensayar las mismas formas que su jefe. Baste analizar el texto de un decreto legislativo del día sábado 8 de octubre. Ante la información de los servicios meteorológicos internacionales acerca del potencial peligro del huracán Julia, que golpearía con fuerza el territorio salvadoreño, el gobierno decide decretar el “Estado de Emergencia Nacional por Huracán Julia”. Hasta allí, nada anormal. Pero al leer el texto de los 3 breves artículos que componen el decreto, el autoritarismo que destila es propio de una declaración de estado de sitio más que de una emergencia por tormentas.

En efecto, a lo largo del decreto  de dos artículos más uno de forma, el término “obligatoriamente”  se usa en tres instancias; en otro caso, la forma expedita a que recurren los diputados es: “Y que haga uso de los mecanismos coercitivos necesarios, con el fin de proteger el derecho a la vida”. Es decir, hasta para aquello que se supone es bueno para la población, y esta aceptaría de buena gana, los pequeños dictadores que buscan emular a su jefe en el Ejecutivo, no cuidan las formas para subrayar su despotismo.

Ese es el ambiente sobre el que se van creando las condiciones para la imposición permanente. La construcción pieza a pieza de una dictadura que, sin embargo, no olvida la importancia de la percepción y la narrativa de aceptación mayoritaria. Así fueron también imponiendo la lógica de  la reelección presidencial, que hoy tiene a los voceros del régimen haciendo todo tipo de malabarismo y cayendo en ridiculeces jurídicas para justificar lo indefendible, como sucediera esta última semana con el vicepresidente Ulloa.  

Pero todo ese autoritarismo y actitudes despóticas no tendrían explicación si el régimen, tal como lo sostiene, no tuviera oposición. Lejos de ello, y a pesar de las enormes debilidades demostradas como partido de izquierda, el FMLN, que cumple este 10 de octubre, 42 años desde su fundación como fuerza de combate y síntesis política de la voluntad de lucha del pueblo, sigue estando cada día en la mira de los ataques de los diversos reproductores de mensajes presidenciales.

Esta semana misma dos casos ejemplifican esta situación; por una parte, el desprestigiado diputado Auerbach, cuya actitud indigna detallamos la semana pasada, volvió a los medios, esta vez para “pedir perdón” a sus amigos de Nuevas Ideas por haber criticado su incapacidad y lentitud en funciones legislativas; la disculpa no impidió que desde su propio partido se degradara al diputado, quitándole su única responsabilidad al frente de una comisión legislativa, todo esto hecho con las “sutilezas” habituales del escarnio público que suele utilizar el régimen y sus cómplices.  Ante cámaras, y para “demostrar su lealtad”, el diputado caído en desgracia no perdió oportunidad en señalar que sus verdaderos enemigos eran -entre otros- quienes integran el partido FMLN. 

Otro personaje de similar calaña, Salgado, diputado del mismo partido, al analizar las cuentas del presupuesto ya dio indicios de que hay posibilidad de recortes a las asignaciones para la Universidad de El Salvador, UES. Al justificar esa posibilidad señaló entre las razones que políticos del FMLN, o ex funcionarios provenientes de ese partido, dan clases en esa única casa de altos estudios pública del país, cuya autonomía parece molestar sobre manera a estos diputados de derecha, tradicionalmente ligados a actividades delictivas y cercanos a la fuerza armada.

El combate contra el autoritarismo

De modo que el autoritarismo en El Salvador deberá ser necesariamente considerado no solo desde el punto de vista del régimen al que debemos enfrentar, sino en relación a la sociedad a la cual aspiramos transformar.

Los síntomas, en este sentido, no son distintos de las múltiples señales que venimos recibiendo desde América Latina, y cuya más reciente manifestación parece ser el resultado electoral en Brasil, que demuestra un incuestionable avance de la derecha neo o protofascista, y que esto lo hace sobre la base de aceptación popular.

Debemos sin duda ir más allá de análisis simplistas basados en una limitada visión de aritméticas electoreras, que a tantos errores lleva y que en ningun caso ayuda a frenar el avance autoritario que parece estar hundiendo al continente en una peligrosa ola. Esa ola puede llevar -y lleva en más de un caso ya- a crecientes manifestaciones de neofascismo.

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