Tras un periodo de cuatro años de sufrimiento y empobrecimiento masivo debido al endeudamiento condicionado con el Fondo Monetario Internacional y la aplicación del salvaje modelo neoliberal, el pueblo argentino enmendó el pasado 27 de octubre una decisión adoptada en 2015 bajo el engaño de hermosas promesas de prosperidad, que rápidamente se mostraron como una enorme cadena de mentiras cuidadosamente envueltas como verdades indiscutibles.
En apenas cuatro años el mundo cambió para las familias argentinas, en particular para una amplia clase media y media-baja que comprobó que las promesas del candidato Mauricio Macri se convirtieron en una pesadilla.
Al final de su periodo el gobierno de Macri había logrado generar un millón de nuevos pobres por año, terminando su mandato con 4 millones más de personas viviendo por debajo del nivel de pobreza de los que encontró en 2015 al recibir el gobierno del peronismo kirchnerista.
Macri deja un país donde 2 de cada 4 niños menores de 14 años es pobre, y una caída del salario real del 20% para quienes tienen la suerte de contar con un empleo, pues la tasa de desocupación al segundo trimestre de 2019 era del 10,6% y, en el caso de las mujeres jóvenes hasta los 29 años, la cifra trepa hasta un 23.4%.
El llamado Macrismo fue un paraíso para la especulación financiera y la fuga de capitales. Se han fugado 80mil millones de dólares en 4 años, y se generó una deuda externa que para el año 2020 representa una obligación de pago para el estado argentino de 79mil millones de dólares.
¿Por qué la situación de Argentina puede resultar de interés para El Salvador?
Porque este desastre para una nación que venia en un admirable desarrollo socio-económico comenzó y se desarrolló a través de técnicas de gobierno y de campaña que, al subrayarlas, resultarán sin duda familiares para los salvadoreños.
Por razones de espacio vamos a referirnos a 3 elementos centrales que tienen claramente un referente en el actual gobierno neoliberal del presidente Bukele: 1) control de las comunicaciones; 2) mentiras y promesas de campaña incumplidas; y 3) persecución judicial de opositores y sectores no adeptos. A esto se le puede sumar un cuarto elemento: la abierta y descarada aceptación de la injerencia norteamericana en la política interior y exterior de su gobierno.
Control de las comunicaciones
Tanto el gobierno de Macri como el de Bukele ha basado su estrategia electoral y gubernamental en el control de los aparatos mediáticos hegemónicos, incluidos los sistemas de redes sociales y otras plataformas digitales de nueva generación.
Esto no podía ser de otro modo en la medida que ambos personajes basan su estilo de hacer política en un ego sobredimensionado, que rechaza todo aquello que haga sombra al “rey sol” en el cual parecen haberse convertido, pretendiendo ser regidores de los destinos del resto de ciudadanos. Este control mediático exalta en ambos gobernantes el autoritarismo y la arbitrariedad como estilo.
En el caso de Macri, su control de los medios tradicionales proviene de haber sido en realidad, un producto o un agente de esos poderosos medios. No se trata entonces solo de que gobierne con el apoyo de periódicos, radios y TV, abierta y por cable, sino que su gobierno vela por la seguridad de los intereses corporativos de esos mismos medios, que recrean un idílico país donde los problemas, si se ven obligados a reconocer que hay alguno, tienen siempre su origen en gobiernos del pasado, culpables inexorables de todo los males de la nación.
Bukele, por su parte, inicia de una manera algo distinta. Siendo alcalde bajo bandera de un partido de izquierda, dedica su tiempo a cuestionar y criticar a los grandes medios hegemónicos, todos alejados de su control en aquel momento. Cuestiona su línea editorial, sus propietarios y asociados, las facilidades brindadas por el estado para su funcionamiento, etc., etc. Su eje de acción mediática es predominantemente las redes sociales.
Sin embargo, una vez en el gobierno, cesan las criticas hacia y desde los medios, el dinero del Estado empieza a fluir en forma de pauta hacia los grandes medios que antes criticaba, los cuales “milagrosamente” muestran una marcada ausencia de crítica hacia el gobierno, y se esmeran en garantizar que el nombre del funcionario que ejerce la presidencia sea mencionado en cada mínima instancia posible, hasta la saciedad.
Por su parte, en el caso de las redes y medios sociales argentinos, Macri apoyado en el oligopólico Grupo Clarín y sus profundas ramificaciones hegemónicas en todas las áreas de las tecnológicas de la información, telefonía, satélites, servidores, producción y análisis de bigdata, desarrollo de neurociencia e inteligencia artificial, entre otros, demostró un control casi absoluto en este terreno durante las campañas electorales que lo llevaron a la presidencia, y una vez instalado en el gobierno utilizó este poder para garantizar un dominio absoluto de los medios digitales, con ejércitos de bots, trolls, y centros de control.
Fuera de lo digital también recurrió a la persecución de trabajadores de prensa y medios no afines, (despido de periodistas de TELAM, acoso a la cadena, C5N, a la Televisión pública, persecución a destacados periodistas como Víctor Hugo Morales, son ejemplo de esta afirmación).
El salvadoreño recurrió a explotar su imagen de persona de su tiempo, y centró su campaña en redes sociales, transmisiones en vivo, y construcción de un fuerte contingente de medios digitales proveedores de “fake-news“ o noticias falsas, y de abiertas apologías a su personalidad. Una vez en el gobierno ese aparato se apoderó de los recursos de comunicaciones de Casa Presidencial, garantizando una política de bullying digital contra todo aquel que emitiera opinión crítica hacia él y su gestión, tomando decisiones de gobierno y transmitiéndolas de manera autoritaria a través de “órdenes” y hasta despidos express a través de la red Twitter.
Mentiras y promesas de campaña incumplidas
Como dos gotas de agua, ambos populistas neoliberales prometieron y se comprometieron con todo lo que los posibles votantes pidieron en campaña. En ambos casos se enfrentaban a gobiernos progresistas, que con mayor o menor éxito habían sacado adelante a sus pueblos, desplegando un amplio abanico de políticas sociales, y avances económicos que representaban un desafío para cualquier aspirante.
Pero ambos recurrieron a lo mas elemental, negar las obras realizadas, acusar sin fundamento, mentir abiertamente y sin cuartel, jugar la carta del “enfant terrible e irreverente” que ataca y difama sin apenas consecuencias negativas para ellos mismos. La lógica de sus afirmaciones en ambos casos era: “No hicieron nada”; “Se robaron todo”; y “No volverán”.
Palabra más, palabra menos, los mismos elementos del relato fueron utilizados al centro y al sur del continente.
Persecución judicial de opositores y sectores no adeptos
El Lawfare o judicialización de la política ha sido largamente discutido en diversos foros nacionales e internacionales y la terminología ya empieza a ser popularmente conocida. Sin embargo, mientras los casos se acumulan y difunden en el sur, en el centro de nuestro continente se ha generado una incorrecta apariencia de que “aquí eso no se da”. Veamos.
Desde Brasil y su golpe judicial parlamentario, que terminó con el presidente Lula injustamente encarcelado, o el caso de Ecuador, con Lenin Moreno persiguiendo y encarcelando a antiguos aliados de Alianza PAIS, a los que traicionó, hasta las incontables causas judiciales montadas en Argentina contra Cristina Fernández, el encarcelamiento de dirigentes opositores y ex funcionarios de gobiernos de izquierda, con el ejemplo del encarcelamiento de la dirigente popular indígena Milagro Sala, diputada del Parlamento Suramericano (Parlasur), son abundantes los casos emblemáticos registrados en América del Sur, que evidencian como los autoritarios regímenes neoliberales han controlado y utilizado de manera sistemática el aparato judicial como instrumento de persecución política de la oposición progresista o de gobiernos de izquierda.
El presidente de El Salvador no se queda atrás. Decidido a destruir por los medios que sea a su antiguo partido, el FMLN, no parece medir consecuencias en su accionar. Se empeña infructuosamente desde los días de su campaña electoral en presionar a quien sea y como sea para que el ex presidente Mauricio Funes, sea extraditado desde su exilio en Nicaragua. No es casual, Funes es quien inició la denuncia y desmantelamiento del aparato de corrupción e impunidad arenero que floreció durante 20 años de gobiernos de derecha, muchos de ellos actuales socios políticos de Bukele y su gobierno.
Del mismo modo, ha presionado al sistema judicial para que lleve a juicio civil a destacados funcionarios que prestaron servicio en los gobiernos del FMLN o en el órgano legislativo. El método es el del escarnio público, el antejuicio mediático a través de las ocurrencias presidenciales en sus cuentas de redes sociales. De allí en más sus seguidores se encargan de condenar al objeto del odio presidencial. Es el inicio del irrespeto a la independencia de poderes, que tan poco valor tiene para Bukele y compañía.
A esto se suma un engendro que parece mas un producto de marketing que una realidad, la instalación de una comisión internacional contra la corrupción. Espectro que mueve mediáticamente como si se tratara de un juego de sombras, ante un público complaciente o adormecido. Sin embargo, hasta el día de hoy la CICIES no ha pasado de visitas protocolares, declaraciones de buenas intenciones pero, sobre todo, de amenazas veladas o abiertas del oficialismo contra quienes militan o hayan sido funcionarios en gobiernos del FMLN.
Abierta injerencia norteamericana y sumisión gubernamental
Tanto en el sur como en el centro del continente la sumisión a los deseos de Washington representa un común denominador de los gobiernos de derecha. Argentina y El Salvador bajo los regímenes neoliberales de Macri y Bukele, se han caracterizado por su vergonzosa sumisión a las políticas e intereses de los EEUU.
Las posturas ante la situación en Venezuela constituyen ejemplos claros de su actitud de entrega y de abandono de cualquier pretensión de autodeterminación e independencia en materia de política exterior.
Macri y Bukele siguieron al pie de la letra las órdenes de Washington de repudiar un gobierno legítimo y reconocer a un fantoche inventado y financiado desde la Casa Blanca. Como acertadamente declaró el presidente Nicolás Maduro en La Habana recientemente, el salvadoreño de origen palestino puede que haya llegado al gobierno despertando alguna esperanza en sectores del pueblo, pero en tiempo record lo único que deja para la historia es una vergonzosa y humillante sumisión a las fuerzas del Norte imperial.
Conclusión: La lección más importante
Para El Salvador, el ejemplo argentino puede resultar aleccionador en grado sumo. Aquel gobierno de Macri llegó hace apenas cuatro años dispuesto a “comerse el mundo”, manejando tres falsas consignas repetidas como un mantra: 1) Se robaron todo; 2) No hicieron nada; 3) No vuelven jamás. Tres falsas afirmaciones calcadas en El Salvador.
Alegar corrupción de los gobiernos de izquierda es parte inherente a la guerra de cuarta generación implementada a nivel continental por el Pentágono y la Comunidad de Inteligencia de los EEUU en relación a la aplicación del llamado Lawfare.
Negar la realización de obras y políticas de profundo impacto en la sociedad por parte de los gobiernos de izquierda y progresistas es otro elemento que tienen en común los gobiernos neoliberales que suceden a gobiernos progresistas en el Continente. Borrar la memoria histórica popular es la consigna, e imponer luego un relato que pareciera considerar que la historia casi hubiese empezado con su acceso al gobierno.
Finalmente la más interesante de las consignas, a ella se refirió el triunfante candidato, ya presidente electo, Alberto Fernández, la noche triunfal del 27 de octubre: “Decían que no volveríamos; una noche volvimos y vamos a ser mejores”, afirmó ante una multitud enfervorizada por haber dado un golpe demoledor al brutal neoliberalismo que había esclavizado a la sociedad argentina, de la misma manera que empieza a asfixiar a la salvadoreña.
Esa lección no debería olvidarla nadie. Ni el pueblo salvadoreño ni quienes hoy se ufanan de una hipotética representatividad y aprobación mayoritaria que puede tener una muy dudosa sostenibilidad y fortaleza, tal como lo acaba de mostrar el pueblo argentino al dar por tierra, en tiempo record, con el proyecto neoliberal de Macri y compañía.
San Salvador, 5 de noviembre de 2019