A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. El carácter místico de la mercancía no deriva, por tanto, de su valor de uso. Tampoco proviene del contenido de las determinaciones de valor. […] Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de los productores. […]
[…]Pero es precisamente esa forma acabada del mundo de las mercancías -la forma de dinero- la que vela de hecho, en vez de revelar, el carácter social de los trabajos privados, y por tanto las relaciones sociales entre los trabajadores individuales. Si digo que la chaqueta, los botines, etc., se vinculan con el lienzo como con la encarnación general de trabajo humano abstracto, salta a la vista la insensatez de tal modo de expresarse. Pero cuando los productores de chaquetas, botines, etc., refieren esas mercancías al lienzo -o al oro y la plata, lo que en nada modifica la cosa como equivalente general, la relación entre sus trabajos privados y el trabajo social en su conjunto se les presenta exactamente bajo esa forma insensata.
K. Marx. El Capital, Libro primero, Volumen I, Sección I, Cap. I, La Mercancía.
Paraíso para lavadores y especuladores, desastre económico para el pueblo
Perseguido por las malas noticias en materia de seguridad, inestabilidad económica, pérdida de confianza de los mercados financieros hacia un país gestionado a golpe de improvisación y caprichos presidenciales; asedio y repulsa internacional por el escandaloso irrespeto a las instituciones democráticas, Bukele y sus cómplices en el gobierno (y sus socios en las sombras), continúan su huida hacia adelante sin medir consecuencias.
Mientras el mundo lo acusaba de violar derechos humanos, perseguir periodistas y opositores, desmontar los mecanismos de control ciudadano sobre los gastos públicos, usurpación de los poderes públicos, destrozar las mínimas leyes y reglas de convivencia pacífica establecidas desde los Acuerdos de Paz, todo para impulsar un gobierno a su imagen y semejanza: populista, propagandista, abusador, represivo, corrupto y autoritario recurrió, como ya lo había hecho en otras ocasiones, a un juego de distracción, como los tahures y timadores en las calles y plazas de grandes ciudades, buscando incautos a quienes desplumar. Esta vez el esquema fue una peligrosa lotería financiera a partir de una criptomoneda conocida como Bitcoin.
Para ello era necesario montar un show que deslumbrara a los incautos que serían sus potenciales víctimas, las cuales debían consentir y aplaudir al ser despojadas de sus bienes y riquezas. Debía encontrarse el escenario adecuado que cumplía las dos condiciones necesarias: permitir la huida hacia delante sin dar explicaciones de los problemas no resueltos que explotan día a día en el rostro del gobierno, y hacerlo de una manera espectacularmente publicitaria.
La intervención presidencial en una video conferencia internacional acerca de las criptomonedas, fue el escenario perfecto para anunciar que El Salvador sería el primer país del mundo en utilizar el Bitcoin como moneda de curso legal; es decir, legalizar el uso de un producto digital sin control ni respaldo financiero de gobierno u organismo internacional alguno.
El Bitcoin, además de ser una moneda sin ningún tipo de respaldo ni regulación, más que la ley de la oferta y la demanda, es muy volátil, puede cambiar de valor respecto al dólar en pocas horas; su valor fluctúa en función de los caprichos del mercado.
El Bitcoin, primera criptomoneda conocida, de la cual existen en el mundo 21 millones de unidades y, en uso o circulación –virtual- unos 18 millones, es un producto diseñado exclusivamente para el pago al margen del sistema bancario (lo cual en sí, lejos de ser negativo, resulta ventajoso para evitar comisiones excesivas en transacciones y transferencias, como por ejemplo, la emisión y recepción de remesas), pero que al no tener control alguno y ser de naturaleza oculta (encriptada) no puede ser rastreada ni conocerse procedencia, uso y destino. Esto abre el paso a la especulación, al uso para fines ilegales, el crimen organizado, la extorsión, la corrupción gubernamental, el lavado de dinero y cualquier otra actividad criminal que pueda operar sin dejar rastro alguno en el sistema.
Sin duda, adoptar una criptomoneda no dará estabilidad económica ni generará más empleos; más bien, abonará a la inseguridad financiera y pondrá a El Salvador en la lista de países que admiten o facilitan el lavado de dinero.
El tema no solo generó controversia y polémica en El Salvador sino que fue tema informativo en todo el mundo. Bukele logró en ese sentido uno de sus objetivos: seguir llamando la atención con medidas espectaculares (en el sentido estricto de generar espectáculo público), que lo siguieran colocando en el escensario mundial como un jefe de estado capaz de romper con estándares y esquemas tradicionales, dándole fama, inflando su ego y extendiendo la popularidad de sus 15 minutos de fama a lugares remotos del planeta.
La pregunta es ¿a qué costo para el país, para el pueblo salvadoreño y, eventualmente, para el destino de su propio gobierno?
En efecto, es posible que nos encontremos ante el paso en falso más dramático y de consecuencias más estratégicas adoptado por el régimen Bukele en sus dos años de gestión.
La medida, anunciada sorpresivamente por el presidente, fue diligente y sumisamente aprobada y transformada en Ley por la mayoría parlamentaria de Nuevas Ideas y sus aliados, que no dudaron de utilizar un madrugón, de los que tanto criticaron en su momento, para obedecer la “orden presidencial”, con el sometimiento a que nos tienen ya acostumbrados unos legisladores que posiblemente avergüencen a sus propios votantes, por su demostrada incapacidad, falta de conocimientos, escrúpulos y hasta de lógica discursiva en cuanto tema se aborda en el Salón Azul.
La reacción de la academia, en particular de las diversas agrupaciones de economistas, de variado signo ideológico, así como múltiples expresiones de actores económicos, en particular representantes de sectores medios y del comercio informal, coinciden en señalar los peligros y desventajas que acarreará la implementación de esta moneda virtual en el sistema financiero nacional. Las ventajas son superadas muy ampliamente por las desventajas e incertidumbres asociadas a una moneda variable, voluble, y de profundo carácter especulativo.
Desde le punto de vista del gobierno, en tanto gerente de los asuntos de Estado, es dificil encontrar una explicación a esta adopción en la medida que, al garantizar con un fondo de respaldo inicial de 150 millones de dólares del Banco de Desarrollo (BANDESAL) es decir, dinero proveniente de los impuestos pagados por la ciudadanía, se asegura a los operadores de compra y venta que podrían canjear sus porciones de bitcoins –satoshi- (el Satoshi es la unidad mínima de medida que se puede utilizar en el sistema Bitcoin; un bitcoin es divisible en 100,000,000 de “céntimos” llamados satoshis), por dólares. Todo esto sin pagar impuesto alguno. La excención aplica a toda operación con Bitcoins. Por lo que vale preguntarse qué obtiene el Estado si no recauda impuestos y lejos de ello, ofrece la garantia del intercambio, exponiendo así los impuestos recaudados al riesgo de la volatilidad de la moneda especulativa.
Hacíamos la diferenciación del gobierno como gerente de recursos del Estado, porque puede haber otros que efectivamente salgan ganando, en especial estando en el gobierno. En efecto, el clan gobernante, los Bukele y compañía, sus socios de la misma oligarquía que discursivamente el presidente ataca pero con la cual hace negocios cada día, incluyendo lucrativas concesiones gubernamentales; esos sujetos sin duda están en la primera línea de beneficiarios de la especulación financiera, y en particular en el uso de información privilegiada y anticipada de operaciones al estilo de las llamadas “swap”, en este caso de cambio de una moneda por otra, justo antes de que se puedan dar caídas pronunciadas en el valor de una de ellas, en este caso del bitcoin. Así, los primeros favorecidos como especuladores y acumuladores de dólares en manos privadas, sería este pequeño grupo que posiblemente no represente más del 1% del conjunto de empresarios y famillias multimillonarias relacionadas directamente a los negociados del clan Bukele.
Mientras escribimos estas líneas se denuncia en redes sociales que usuarios de bitcoin cuando intentan cambiar la criptomoneda a dólares en los pocos cajeros habilitados para esos efectos, en las playas de El Zonte y El Tunco, reciben cargos de entre $0.95 y $5.00 por transacción. Esto pondría en entredicho otra de las afirmaciones del presidente, en el sentido de la no existencia de cobros por transar en bitcoins/dólares. Una contradicción más luego de que sus diputados afirmaran antes de aprobar la ley que el uso de bitcoin seria opcional, y el presidente de inmediato sostuvo la obligatoriedad de aceptar la moneda en los intecambios comerciales que se presenten, siempre que exista la tecnología adecuada (teléfonos inteligentes, acceso a internet, una aplicación informática conocida como monedero, entre otras).
Los anuncios sobre el uso del bitcoin se dan en medio de las complicadas y cada vez más difíciles negociaciones entre el gobierno de El Salvador y el FMI, por un acuerdo marco para obtener un mil trescientos millones de dólares en préstamos.
Las dificultades se centran en las dudas que despierta la gestión financiera de Bukele, mientras crecen las urgencias gubernamentales, ante una tasa de endeudamiento que ya supera el 90% del PIB. El anuncio de la adopción del bitcoin alertó a la banca mundial porque sus intereses pueden verse seriamente afectados si empiezan a dejar de recibir comisiones por transacciones, pero al mismo tiempo, los sectores de clase media nacional, productivos o del mercado del comercio, muestran dudas y temores ante la incertidumbre que la situación actual genera. No es para menos, un país con una altísima inseguridad jurídica, que vive al albur de los caprichos presidenciales, a cuya inseguridad se suma la inestabilidad económica y hoy la incertidumbre financiera, no resulta un lugar en el que, como decía el recordado Schafik Hándal “valga la pena vivir”. Y esto porque, más allá de las cortinas de humo y las campañas publicitarias, la violencia no cesa, el flujo migratorio comienza a hacerse sentir en la frontera con EEUU, la inflación, algo casi desconocido para las nuevas generaciones nacidas y criadas en la dolarización, empieza a ser un factor a considerar ante la continua alza de precios de productos básicos, combustibles y servicios.
A esto debemos agregar la ausencia casi total de inversión productiva, nacional e internacional, y con ello la poca o nula generación de empleo, agravado esto por la masiva ola de despidos desde el Estado, ya como parte de viejas exigencias del FMI y políticas propias del neoliberalismo de las “nuevas ideas”.
Ante esta situación, el panorama para los sectores más vulnerables, olvidados y desprotegidos se agrava día a día. Es cierto que la popularidad presidencial sigue siendo alta; sin embargo, esa popularidad puede resultar tan volatil como el especulativo bitcoin, si el hambre que se asoma en el horizaonte salvadoreño se materializa y profundiza, primero en los sectores populares, sobre los cuales las clases dominantes pretenden siempre hacer recaer las crisis, pero seguramente afectará rapidamente a una clase media que vive en la incertidumbre, y a los sectores informales particularmente vulnerables a las crisis de subconsumo.
Una situación de esta naturaleza en el futuro cercano no parece un cuento de política ficción. Lejos de ello, puede significar un enorme desafío para el proyecto económico de la nueva burguesía enquistada en el poder. Vería allí sometido a prueba su proyecto económico hegemónico neoliberal, que incluirá sin duda la privatización y venta de activos del Estado, para lo cual los actuales pasos dados a través de la implantación de la criptomoneda pueda ser una ruta acelerada.
Finalmente, del éxito o fracaso de estas maniobras en el plano del proyecto macroeconómico, dependerá el futuro expansionista de un proyecto de dominación, aún en fase experimental, pero que por alguna razón EEUU -pese a sus palmadas en las manos del niño rebelde-, no ha decidido aún abortar.
Queda todavía por revisar el otro factor determinante de la lucha de clases, en este peligroso juego de equilibrios al que se abocó el régimen, y es el tiempo que demorarán los sectores populares, la clase trabajadora para expresar en las calles del país su descontento, su angustia, su frustración, una vez quemada la última carta que pensaban los salvaría, es decir una vez comprobado el falso relato triunfalista de Bukele y sus secuaces.
Ante ello, no habrá magia publicitaria que funcione, salvo la organización consciente y desde abajo del pueblo, que sabrá reconocer que solo en sus manos está su propia liberación. Para entonces, el fetichismo del dinero y de las mercancías de que nos hablaba Marx, deberá ser superado por la única forma posible de redención y liberación popular, la construcción del poder desde el pueblo y por el pueblo, con rumbo revolucionario hacia un sistema socialista adecuado a las realidades de las grandes mayorías salvadoreñas.