“HIJO: ¿Es que mi padre era traidor, madre?
LADY MACDUFF: Sí, lo era.
HIJO: ¿Y qué es ser traidor?
LADY MACDUFF: El que es perjuro, uno que jura y miente.
HIJO: ¿Todos los que hacen eso son traidores?
LADY MACDUFF: Todo el que lo hace es traidor y debe ser ahorcado.
HIJO: ¿Todos los que juran y mienten deben ser ahorcados?
LADY MACDUFF: Sí, todos.
HIJO: ¿Quién los ahorca?
LADY MACDUFF: Los hombres honrados.”
“La Tragedia de Macbeth”, William Shakespeare; cuarto acto, escena 2
¿Por qué hablar de traidores en un análisis coyuntural de El Salvador? Quizás lo apropiado sea hablar de traiciones más que de traidores, aunque resulta evidente que a las primeras las materializan los últimos. Y de estos puede haber de todo tipo, clase, género y condición.
Pongamos por caso, en el contexto salvadoreño y mesoamericano, la inminente celebración del bicentenario de la independencia de España. Muchas celebraciones se anticipan y, en el caso de El Salvador, esta se planifica en medio de una pandemia que en su tercera ola equipara los decesos por COVID19 a los picos de hace un año, mientras la economía colapsa semana tras semana, llevando el país a la bancarrota y a la economía familiar al desastre. En esas circunstancias el Ejecutivo se empeña en justificar gastos exorbitantes para “celebrar” el Bicentenario.
A quienes se atreven a cuestionar el despropósito, los serviles diputados a las órdenes de su amo de CAPRES, se apresuran a descalificarlos, cuestionando su falta de sentido patriótico y un sinfín de lugares comunes destinados exclusivamente a ahogar cualquier posible crítica al asunto.
Este caso encaja en una de las tantas formas de traición; en concreto la de Traición a la Patria. Y aunque solemos centrarnos en el presidente, en este caso la Traición la comparte con su bancada de pasa-papeles, que posan como diputados al servicio de su amo. Son traidores a la Patria no solo porque mienten y perjuran (siguiendo la definición de Shakespeare) al pueblo que los eligió, sino que además se hicieron elegir, todas y todos sin excepción, desde el presidente Bukele hasta el último de sus diputados, a base de mentiras, traicionando y engañando al pueblo y a la Patria adrede, premeditadamente, planeando cuidadosamente una operación de asalto a los poderes públicos a base de engaños y estafas.
Si algo subraya el nivel de traición a la Patria de Bukele y sus cómplices, son precisamente los elementos históricos relativos a la Independencia. Sabido es que en el caso de Centroamérica y El Salvador en particular, la causa independentista estuvo profundamente relacionada a reivindicaciones económicas, fundamentalmente de sectores criollos dedicados a formas y modos de producción pre-capitalistas que encontraban profundos impedimentos para su crecimiento y desarrollo en la organización colonial española y en la forma en que ésta concentraba las ganancias a base de tributos múltiples y onerosos. Fueron esos sectores productivos, propietarios de tierras explotables, los mayores impulsores de la lucha independentista, que dejaba una vez más a los pueblos originarios en el olvido, el abandono y la explotación semi-esclava.
“La lucha por la independencia tuvo a la base un fuerte activismo de las familias criollas que se habían dedicado, desde la mitad del siglo XVIII, al cultivo y la explotación del añil hacia Europa. Eran estas las que más chocaban con el régimen colonial, que les imponía impuestos excesivos y limitaciones diversas. Casi todos los próceres de nuestra independencia eran añileros o familiares de hacendados añileros.” Schafik Hándal, Legado de un revolucionario, Editorial de Ciencia Sociales, La Habana, 2015, pag.3
“Está claro que en El Salvador el movimiento por la independencia estuvo conducido por personalidades que surgieron del negocio añilero. Fueron liderazgos muy inspirados y en algunos casos sacrificados. Estas personas, aunque surgidas de ese medio de producción casi esclavista, lucharon no solo por su añil o el de sus parientes, sino por metas e ideales independentistas y republicanos que se nutrían del ideario liberal aportado por la Revolución Francesa (1789). Varios de estos líderes lo sacrificaron todo en aquella lucha por sus ideales y murieron en la mayor pobreza. Son dignos de todo el respeto y del reconocimiento de aquel logro, que significó para nuestros pueblos y países, sin duda alguna, un paso adelante decisivo.
Aunque las motivaciones iniciales brotaron del conflicto entre los productores de añil y el asfixiante régimen colonial, aquel movimiento patriótico trascendió el interés puramente mercantilista, conquistó la independencia, eliminó la monarquía, fundó la república y abolió la esclavitud; sin embargo, mantuvo discriminados, subordinados y explotados a los pueblos indígenas” Schafik Hándal, Op Cit. Pag.5.
Aquella gesta de hace 200 años fue el inicio de una innumerable serie de luchas del pueblo salvadoreño, y con ella su creciente toma de consciencia de su propia identidad nacional, de su lucha colectiva por mejorar las condiciones de vida del conjunto de la sociedad; también significó el inicio de la lucha por la DIGNIDAD del pueblo, por la búsqueda de justicia social e igualdad de condiciones.
En esa lucha, la vanguardia histórica la constituyeron sin duda los pueblos originarios, los que desde la gesta de Anastasio Aquino, rey de los Nonualcos, enciende la llama de las batallas históricas por las grandes reivindicaciones del pueblo salvadoreño, aún a pesar de las tremendas derrotas que sufrieron aquellas primeras gestas auténticamente emancipadoras.
El desarrollo de la lucha de clases llevó al pueblo, a las mujeres y hombres humildes, trabajadores del campo y la ciudad, a asumir la lucha frente a sus enemigos, los grandes explotadores y contra las fuerzas antipatrióticas que vendían los intereses de la nación, cambiando un colonialismo por otro de nuevo tipo, enmarcado en las características del imperialismo en época del desarrollo capitalista.
En esa lucha secular se inscribe la guerra popular (1980-1992) y su legado, los Acuerdos de Paz, que constituyeron de hecho una parcial refundación de la nación salvadoreña. Aquellas luchas, aquellos desenlaces, se nutrieron de las mejores vidas de este pueblo, de los más lúcidos pensamientos, y también de la más noble e inimaginable capacidad de sacrificio por un futuro prometedor.
Esas generaciones de salvadoreñas y salvadoreños murieron una y otra vez en pos de un destino soñado y acariciado, no murieron en paz, no descansaron al cabo de los años, sino que representaron y asumieron hasta las últimas consecuencias el legado de lucha de sus antecesores. Esas generaciones, esos miles y miles de muertos, héroes y heroínas sin nombre ni tumba, estuvieron presentes en la memoria y en los discursos al momento de la firma de aquellos Acuerdos de Paz, y de los subsiguientes esfuerzos de implementación.
Esa es la historia de El Salvador y en ella el simbolismo del FMLN es innegable. Es la historia de muerte pero también de vida, de derrotas pero también de victorias inconcebibles. Es la historia de nuestra segunda independencia definitiva aún inconclusa, aún pendiente, y que debe superar también las traiciones actuales que buscan, entre otras cosas, borrar y desaparecer del imaginario colectivo, de la memoria histórica, aquello que no puede ser borrado jamás de la historia popular.
Toda esa historia, todo ese orgulloso pasado que forja nuestro presente en la conquista de nuestra propia dignidad nacional, en conjunto con los pueblos hermanos de la región y el continente, es lo que este gobierno de advenedizos burgueses ha traicionado desde el mismo día en que juraron, y perjuraron servir a la Patria, respetar la Constitución y las leyes, actuar con dignidad, en bien del pueblo y no para beneficio propio y de una argolla dorada compraba y controlada a base corrupción y prebendas de todo tipo. Ese grupo enquistado en el gobierno constituye el conjunto de mayores Traidores a la Patria desde el establecimiento de la incipiente nueva república, instalada a partir de los Acuerdos de Paz, de los cuales Bukele y su clan reniega, porque aceptarlos es tener que asumir una línea de dignidad y rectitud que desconocen.
Establecido pues, el universo genérico de la traición en El Salvador de 2021, esta se puede ir estableciendo en múltiples formas y manifestaciones a lo largo de los últimos dos años.
¿Errores?
Para los analistas de la Universidad Católica José Simeon Cañas, UCA, el presidente y sus adeptos “ha cometido graves errores que tendrán importantes consecuencias negativas para la población y el país en general en el mediano y largo plazo” (https://noticias.uca.edu.sv/editoriales/capaz-de-rectificar ). Nos llamó la atención que la UCA pudiera considerar “errores” la consistente política sectaria, corrupta y destinada a fomentar el odio, destruir la economía y el tejido social de la nación, de manera consciente y consecuente con sus propios intereses de camarilla. Llama la atención porque es lo mismo que otorgarle a este grupo económico emergente el inmerecido beneficio de la duda.
Preferimos calificar sus acciones, conscientes, planificadas, diseñadas además con el concurso de fuerzas extranjeras profundamente reaccionarias y proimperialistas, como muestras claras de TRAICIÓN AL PUEBLO que dicen representar y servir. Altas traiciones tales como: quebrantar el Estado de derecho, pisotear la institucionalidad democrática, promover de hecho y justificar la violación a los derechos humanos y la persecución política, quebrar la finanzas de la nación y con ello arruinar a la familia salvadoreña, controlar ilegal e ilegítimamente el órgano judicial, la FGR y otros órganos de Estado, utilizar el poder estatal para destruir a enemigos personales e institucionales, proteger y justificar abiertamente la corrupción y los corruptos de su Gobierno, fomentar y promover las bases objetivas para transformar a El Salvador en un paraíso del lavado de dinero, la gestión del narcotrafico y la utilización de grupos criminales a su servicio, para garantizar el control y persecución ilegal de opositores; promover una reforma constitucional sin garantías ni controles independientes construida a la medida de sus necesidades.
Y finalmente, manipular las fuerzas de seguridad, tanto la policía como la fuerza armada, poniéndolas al servicio del grupo de lúmpenes y criminales que gobiernan El Salvador, ampliando sus funciones, retrocediendo a niveles históricos anteriores a los acuerdos que pusieron fin a la guerra.
Los ejemplos recientes de abusos de autoridad contra trabajadores de prensa, los asesinatos a manos de integrantes de la fuerza armada, los nefastos antecedentes del 9F20 y del uso de la Fuerza Armada como grupo de ocupación durante la pandemia, las propias referencias de Bukele a duplicar el número de efectivos, y a un supuesto “enemigo interno”, que con rapidez el mismo mandatario colocaba en el terreno de la oposición, los medios no afines y los organismos de la sociedad civil, muestran claramente las estructuras en las que el clan de gobierno planea apoyarse cuando por fin se vea obligado a pasar de la represión selectiva a la masiva agresión contra un pueblo levantado en defensa de sus reivindicaciones. Todo ello constituye traición a su puesto como mandatario, a la fe pública, a las obligaciones que juró asumir al tomar posesión del Ejecutivo.
Las consecuencias de esta cadena de traiciones, están hoy a la vista en la pérdida casi total de credibilidad por parte de la comunidad internacional, en la desconfianza ya casi irreversible de los organismos internacionales de crédito, que colocan al país desde hace semanas en el territorio de los países inviables, a las puertas de la quiebra y con sus títulos y bonos en la esfera de la basura y los buitres.
Ya ni siquiera las mentiras oficiales tienen los niveles de credibilidad que solían tener entre una población ávida por creer, incapaz de poder aceptar que semejantes mentiras (por lo colosales y permanentes) podrían no ser más que verdades y promesas que se cumplirían con el tiempo.
Hace poco días anunciaron desde el Banco Central de Reserva, el crecimiento estimado del país del 9%, una cifra más irreal aún que el supuesto aeropuerto de La Unión, o el llamado “tren fantasma” con que Bukele engañó al electorado durante su campaña presidencial. De allí montaron una enorme ola publicitaria en redes sociales y medios oficiales para hacernos creer que todos los organismos internacionales y los mejores analistas económicos y financieros se equivocaban con El Salvador, y que quienes nos auguraban malos tiempos económicos “tenían una agenda oculta”, como se atrevió a decir el vicepresidente Félix Ulloa, sin que se le moviera un músculo del rostro.
Lo cierto es que en otro momento esas cifras, que son solo proyecciones sin base científica alguna, hubieran despertado algún nivel de entusiasmo en ciertos sectores muy afectos al oficialismo. Esta vez, la campaña no trascendió más que las cuentas de Bukele y las controladas desde CAPRES, pero no lograron jamás transformarse viralmente en tendencia sostenida en las propias redes; por supuesto, nadie en la comunidad internacional las retomó con seriedad. Los medios de prensa no controlados por el bukelismo retomaron la información pero no tardaron los economistas y analistas independientes en explicar en lenguaje llano, que ese supuesto crecimiento, en el improbable caso que se diera, se mantendría todavía más de un punto porcentual por debajo del nivel de crecimiento que mostraba el país en 2019, es decir antes de la pandemia. El oficialismo usó la mentira para hacer pasar un mero efecto rebote, alcanzado por casi todos los países del mundo postpandemia con la reapertura de las economías, como si se tratara de un extraordinario desarrollo económico único en la historia del país. Este es un ejemplo de los síntomas de la caída en los niveles de aceptación de las prefabricadas percepciones que quieren seguir implantando en una sociedad que, lenta pero constantemente, va despertando.
La campaña en contra del Bitcoin, que poco a poco se ha ido masificando, aparece hoy como un eje de resistencia contra la imposición y las amenazas de estafas. Preocupa al oficialismo la campaña y lo demuestra el propio presidente recurriendo una vez más a la cansina dicotomía de “nosotros o ellos”, calificando a quienes descargan la aplicación para utilizar Bitcoin como “excelentes ciudadanos”, mientras que a quienes se niegan a participar de la parodia, los califica con el ya habitual “los mismos de siempre”. El problema es que la popularidad del mesiánico líder sigue cayendo, incluso en las encuestas pagadas por su propia gente, como suele ocurrir con las de CID Gallup. Del mismo modo, las críticas a las pretensiones de cambiar radicalmente la Constitución en función de las necesidades y prioridades del grupo económico emergente, empiezan a tener mayor número de reacciones negativas de parte de sectores de la academia, la intelectualidad en general y por supuesto la comunidad jurídica, más allá de que el tema sea aún de lejanos alcances para las grandes mayorías de la población, más preocupadas en el día a día y la supervivencia económica.
Y es precisamente a las economías del pueblo que siguen atacando desde las carteras de Hacienda y Economía del bukelismo. El ministro de Hacienda insiste en no entregar fondos a los gobiernos municipales, violando la Constitución y las leyes (más casos de traición y abandono de los deberes públicos), sino que se atreve a recomendarles que busquen fondos por sus propios medios, cuando desde las mismas autoridades edilicias ya se observan los diferentes movimientos de despidos de personal, nuevo foco de tensión que se suma a las diversas manifestaciones de crisis señaladas a lo largo de las últimas semanas.
La corrupción no cesa y escala a la implementación de asocios publico-privados, que no son más que disfraces a concesiones espurias entregadas a empresas multinacionales financistas de partidos aliados a Bukele y privatizaciones encubiertas para explotación de recursos estatales. Las amenazas a los ahorros de los trabajadores depositados en las AFP sigue sonando con insistencia como uno de los últimos recursos a los que podría echar mano el insaciable grupo económico en el poder. Ante esta situación, resulta prioridad absoluta para el pueblo consciente y las fuerzas revolucionarias acelerar y ampliar el nivel y ritmo de organización y movilización popular. Las mantas, carteles, pintas, banners, aparecen como flores en primavera por todo el país; diversos sectores siguen movilizándose, organizándose y resistiendo, pero falta aún la argamasa que una esos esfuerzos. Será esa unidad, por cierto la más temida por la fuerzas del bukelismo, pero también por los enemigos del pueblo en cualquier tiempo y lugar, lo que permitirá conformar la fuerza acumulada necesaria para transformarse en esos “hombres (y mujeres) honrados” encargados de dar su lección al traidor, como señalaba la tragedia inglesa. El FMLN tiene en este caso un papel esencial, sus diversas manifestaciones van poco a poco haciéndose sentir, acompañando múltiples expresiones de lucha de clases en El Salvador. Hoy es imperativo unir esas luchas inconexas, juntar el enorme potencial de jóvenes, mujeres, veteranos, hombres y mujeres desempleadas, expulsadas del mercado laboral por un sistema injusto, particularmente manipulado por quienes hoy ejercen de manera autoritaria un poder que -debe recordársele- es temporal, como temporales y transitorias son todas la traiciones contra el pueblo, porque la justicia popular es de las que pueden tardar pero que sin duda siempre llegan. Será bueno que los poderosos lo tengan en mente: Nada es para siempre.