Al finalizar el mes de septiembre se contabilizaban tres grandes marchas anti-gubernamentales en El Salvador. El hecho resulta inédito para la administración Bukele, un gobierno que se jactaba de su popularidad, de su capacidad de jugar con las emociones del pueblo a su antojo, tanto para asegurar una amplia votación a su favor como para que se aplaudieran los más grandes desatinos que puedan oírse de un mandatario.
Hasta las medidas más ilegales e inconstitucionales aplicadas a lo largo de esos meses fueron recibidas con la aprobación de mayorías considerables, dando la impresión de que una especie de Flautista de Hamelin hubiese secuestrado la capacidad de razonamiento y reacción de amplios sectores. Tampoco la militancia revolucionaria y un FMLN que en general parecía no atinar con la respuesta adecuada frente a este insólito episodio de la política nacional, pudieron romper esa dinámica impuesta desde las estructuras de gobierno, pero sobre todo desde la aplicación de herramientas de comunicación digital convertidas en arma efectiva en la guerra de cuarta generación.
Para las fuerzas de oposición, en especial para el FMLN, esta multitudinaria reacción de las masas populares llega después de haber tenido que superar junto a aquellas una larga travesía del desierto, un oscuro escenario de repliegue social pero también partidario, vivido a lo largo de muchos de los 28 meses que lleva el régimen en el poder.
A lo largo de esos dos años y pocos meses, dos fenómenos pueden señalarse dentro de la dinámica del campo popular. Por una parte, en el terreno de las organizaciones sociales, sindicales, reivindicativas de causas específicas (veteranos del conflicto armado, lucha contra la privatización del agua, por los derechos humanos, organizaciones de trabajadores despedidos arbitrariamente por el Estado, mujeres, jóvenes universitarios, etc.), fueron manifestándose diversas expresiones de protesta, reacción y denuncia del creciente número de acciones arbitrarias, autoritarias, violatorias de derechos, etc.
En todo caso, estas expresiones sufrieron desde el inicio la agresión permanente del oficialismo, sobre todo desde las redes sociales controladas desde el Estado, pero también a través de medios de prensa comprados por el oficialismo. En no pocos casos se enfrentaron a las agresiones verbales y descalificaciones directas de un presidente incapaz de aceptar la más mínima oposición y muy dado a promover el linchamiento digital de la oposición y, cuando es posible, el juzgamiento y condena ante la opinión pública, atacando y denigrando a quien sea.
La persecución política empezaba a manifestarse en forma de agresiones a la prensa y a los sectores militantes de izquierda, pero también a estructuras de otros partidos no aliados de Bukele. El asalto del 9F con apoyo militar-policial a la Asamblea Legislativa fue uno de los puntos álgidos de aquella etapa, que coincidió con las medidas contra la pandemia y la consecuente deriva autoritaria que adoptó el régimen para poder ocultar la corrupción desenfrenada.
Eran los días cuando el presidente y su camarilla no controlaban aún todos los poderes del Estado, como de hecho hace desde mayo de 2021. En esa primera etapa el bukelismo gobernaba con un solo objetivo: manipular a la población a base de cualquier tipo de mentiras con tal de asegurar una votación muy favorable en las elecciones legislativas de febrero de 2021.
Por eso, la Asamblea Legislativa de entonces, el órgano judicial, la FGR, el TSE y todos los órganos de contraloría popular, además de los partidos políticos, permanecían en la “línea de fuego” del oficialismo como “enemigos del pueblo” en la narrativa de Bukele y compañía, que invirtió cuanto recurso del Estado necesitó para asegurar una victoria aplastante, que le diera lo que hoy tiene: mayoría absoluta, asegurando así una asamblea de zombies que aprueban, sin pensar ni discutir, cuanta ocurrencia llegue de casa presidencial.
Las apariencias engañan
No siempre las cosas son lo que parecen, y en política no siempre las consecuencias de ciertos actos son los que podría esperar quien los genera. El 1 de mayo último representó la aparente marcha triunfal del bukelismo sobre todos los poderes del Estado, aplastando el Estado de derecho y dejando todo el país bajo su control. Sin embargo, aquellos hechos trajeron consecuencias políticas de alto impacto a nivel internacional y resultaron también el catalizador para que desde la sociedad salvadoreña, en muy diversos estratos, incluidos muchos que habían resultado instrumentales para el ascenso de Bukele y su camarilla, empezaran a mostrar iniciales reservas para, gradualmente, pasar al cuestionamiento abierto y al rechazo a las acciones del gobierno.
Aquella demostración arrogante de autoritarismo, sumado a las sucesivas acciones que desmontaron la independencia de poderes, y demostraron una alianza legislativa oficialista profundamente incapaz, obtusa y vergonzosamente genuflexa ante las directrices emitidas por CAPRES, fueron cimentando el crecimiento de las voces de oposición, a las que también contribuyó la prensa independiente. Se sumaron de inmediato el encarcelamiento arbitrario de ex funcionarios de administraciones anteriores, particularmente de gobiernos del FMLN, y la solicitud de búsqueda de otros por Interpol (que en poco tiempo se revirtió en derrota política para el régimen al negarse la policía internacional a aceptar lo que a todas luces reconoció como persecución por razones políticas).
Pero sin duda, las penurias que sufre la economía de la inmensa mayoría de familias, la situación de violencia, en especial la escalada en desapariciones de jóvenes, la migración forzada por ambos elementos mencionados y, como colofón, la abusiva y arbitraria imposición del Bitcoin como moneda de curso legal, fue conformando el escenario ideal para que las diversas expresiones populares fueran buscando manifestar su malestar.
Finalmente la decisión de quitar un tercio de los jueces en activo y las maniobras para la reelección inconstitucional sumaron demasiados elementos al disgusto popular, que en septiembre explotaron en las mencionadas marchas multitudinarias, siendo sin duda la del aniversario del bicentenario de la independencia la mas destacada.
Es decir que no ha sido un hecho aislado lo que fue generando la presión social dispuesta a expresarse de la forma que fuera. Ante esto no hay pandemia ni intentos represivos de impedir el desplazamiento del pueblo que pueda impedir las expresiones populares.
Ese acumulado de frustraciones, pero también de expresiones de lucha y rebeldía, fue acompañado en todo momento por la izquierda que, sin embargo, en su expresión partidaria ha estado demasiado invisibilizada a nivel simbólico, manifestado esto en la ausencia de sus banderas y mantas detrás de las cuales se movilizara parte de una militancia que, por cierto, estuvo presente en la mayoría de sectores del campo popular en manifestación, desde los veteranos hasta los jóvenes, desde las mujeres hasta los ambientalistas, sindicalistas, agricultores y trabajadores del campo, académicos, agrupaciones LGTBIQ+, artistas y trabajadores de la cultura, organizaciones defensoras de DDHH y un largo etcétera.
No se trataba de salir a adjudicarse un papel de vanguardia, ni imponer la simbología partidaria a las marchas, sino de hacer notar la presencia, tal como sucede en las manifestaciones del 1 de mayo, por ejemplo. Acompañando a la clase trabajadora, sin pretender liderar el esfuerzo. Los veteranos del FMLN y la Corriente Revolucionaria Schafik Hándal del FMLN (CRSH-FMLN), fueron de los pocos agrupamientos que lucieron insignias partidarias en la marcha del 15 de septiembre, por ejemplo.
De la superación del reflujo al inicio del auge de masas
El mes de septiembre señala la expresión más clara de la superación del reflujo de masas y el inicio de una transición rápida en amplias franjas del pueblo, que pasó del cansancio y la frustración a un gradual auge de masas; expresión del hartazgo hacia un régimen que ya duda acerca de cómo responder, y que cada vez parece inclinarse más a la represión abierta, a juzgar no solo por los llamados presidenciales al reclutamiento militar sino al marcado incremento de recursos para los militares en el presupuesto presentado al congreso el último día del mes de septiembre.
Y es que junto al creciente descontento popular se han venido produciendo una serie de acciones fallidas por parte de un régimen que empieza a mostrar signos de descomposición y un rechazo internacional cada vez mayor.
Aún quedan en el mundo espacios en los que la masiva inversión publicitaria de Bukele para promover su figura todavía tiene efecto, pero es evidente que sus rasgos autoritarios y la arbitrariedad y arrogancia en su estilo de gobierno está haciéndole pagar altos costes en el deterioro de su popularidad. El ejemplo quizás más evidente lo encontramos en la nula trascendencia internacional de su último discurso ante la ONU, emitido por video conferencia, y en el que su conocido recurso a la provocación, presentándose como si fuese de verdad un líder que opta por un camino de desarrollo alternativo, resultó virtualmente ignorado a nivel mundial, a la par que en El Salvador la postura fue duramente criticada por prácticamente todos los centros serios de pensamiento y la academia en general.
Son manifestaciones del deterioro político, que en muchos casos da paso a la improvisación, como acaba de suceder con la ocurrencia presidencial de ingresar al mundo de las naciones que desarrollan su propio satélite para telecomunicaciones. Por supuesto, solo lanza la idea, no ofrece cifras, planes, recursos, detalles del proyecto. Esto en un país quebrado por los despilfarros y endeudamientos de su gobierno.
Quiebra económica que no le impide, escudado en el ocultamiento sistemático de gastos oficiales, contratar a la prestigiosa compañía artística catalana La Fura del Baus, para representar a la cultura salvadoreña en la próxima Expo Dubai. Una vez más el régimen desprecia la cultura nacional y sobre todo a sus artistas y trabajadores del arte, prefiriendo pagar a una renombrada empresa extranjera antes que contratar lo local. Así actuó también con el turismo en el caso de SurfCity y con la promoción original del Bitcoin, orientado a los inversionistas y turistas extranjeros como primer objetivo de mercado; una especie de versión inversa del nacionalismo, que proyecta una mentalidad dependiente neocolonial y eurocéntrica.
Octubre heroico
Es en este estado de la situación del país que la izquierda empieza a superar junto a las masas el inmovilismo, y sobre todo el anonimato, para sumarse a las acciones ofensivas que sin dudas octubre abre a la lucha popular. No se trata de algo menor. En primer lugar se trata de la continuidad estratégica del esfuerzo movilizador iniciado con anterioridad, que en octubre ha de representar un nuevo paso en la acumulación política hacia la derrota de la dictadura, que no logra reubicarse del todo ante la sorpresiva (para el régimen) pérdida de apoyos y popularidad de Bukele y la magnitud de las expresiones observadas en septiembre.
Se aproximan grandes batallas, y está llegando la hora de librarlas con todas las fuerzas de la oposición lo más unidas posible en un amplio frente popular anti-dictatorial. Para la izquierda, para el FMLN, desde inicio a fin el mes de octubre representa oportunidades de lucha, de homenajes y recuerdos que promuevan esa memoria histórica que el bukelismo tanto se ha empeñado en negar y hacer desaparecer, porque sabe el peligro que representa esa historia en la memoria viva de los pueblos, y en especial en la memoria del pueblo salvadoreño.
El 10 de octubre el FMLN celebra 41 años de su fundación y pocas fechas son tan propicias para su aparición pública en las calles y plazas del país, y también por supuesto en las redes sociales y otras formas de comunicación con el pueblo salvadoreño, que podrá ver así en su dirección, en sus cuadros jóvenes y capaces, pero también en sus curtidos veteranos ex combatientes y en toda la gama de estructuras nacionales, departamentales, municipales y de base, a un partido consecuente con su historia, con sus méritos ganados a base de luchas inclaudicables, que hoy vuelve a ponerse donde siempre debe estar: a la orden y servicio del pueblo, para acompañar cada lucha, cada demanda, cada iniciativa, sea en el terreno que sea, sea con el método y las formas de lucha que este pueblo adopte para derrotar la dictadura.
Ese ponerse a la orden y servicio del pueblo es también identificar y reconocer los nuevos actores sociales, las nuevas banderas de lucha, que lejos de dejar abandonadas las de toda la vida, vienen a sumarse en el caudal histórico y vital del devenir de los pueblos hacia su realización y total felicidad, superando el espanto de injusticias en que los ha obligado a sobrevivir el sistema capitalista dependiente
Pero si el 10 es importante, apenas cuatro días después la figura enorme de Schafik vuelve a convocar a este partido y este pueblo a la necesaria reflexión y actitud revolucionaria. Nos convoca sin duda a reafirmar que la lucha continúa, pero también debe impulsarnos a entender y explicar al pueblo que esta lucha que emprendemos no terminará con la salida del aprendiz de tirano del poder, ni siquiera con la expulsión y persecución legal de los delincuentes que han acompañado y servido de instrumento a las violaciones cometidas por los Bukele y compañía. Lejos de ello, su recuerdo nos gritará desde la historia que la lucha va mas allá y debe orientarse también en su carácter anti-imperialista, anti-oligárquico, anti-patriarcal y anti-colonial, solidario e internacionalista. Que en la coyuntura que se acerca el pueblo no debe ser el encargado de poner el cuerpo para que la burguesía y el imperialismo se dedique al maquiavélico ejercicio de cambiar todo para que nada cambie.
Entonces es importante, en estas circunstancias, reconocer que habrá aliados circunstanciales contra el bukelismo y su régimen, pero que en la larga marcha hacia la disputa por la hegemonía popular frente al modelo neoliberal, que quieren reflotar tanto los actuales burgueses en el poder como quienes pretenden desplazarlos, y hasta los socialdemócratas enquistados en las filas populares para mediatizar su lucha, el pueblo trabajador, las grandes mayorías del campo y la ciudad, desde las familias productoras rurales hasta las vendedoras informales, las mujeres y hombres asalariados, los desempleados, los estudiantes universitarios y de secundaria, los pueblos originarios, el magisterio, las iglesias populares, en fin, cada una de las expresiones del pueblo, tendremos juntos la oportunidad histórica de disputar el control de un estado que en su actual desarrollo está agotado, y cuyo sistema vital está en crisis porque es el modelo capitalista en su versión neoliberal dependiente el que hace agua.
En el marco de la aceleración de los tiempos políticos que hemos mencionado en análisis anteriores, las condiciones parecen irse dando en El Salvador para, una vez superado el letargo inmovilista del reflujo, la lucha organizada pueda dar paso a una potencial situación pre-revolucionaria. No se trata de utilizar un determinismo inmaduro, sino de no perder en ningún caso de vista las oportunidades que puedan abrirse al pueblo en lucha y organizado. En esto no poco tendrá que ver la capacidad de organización y coordinación del conjunto de fuerzas del pueblo, y en especial la dinámica de las fuerzas revolucionarias, incluido por supuesto el FMLN Será entonces el pueblo organizado el que tendrá la oportunidad histórica de avanzar en su lucha por hundir este sistema injusto y hacer nacer por fin un camino alternativo, de justicia y equidad para las grandes mayorías que ya han ofrecido en sacrificio demasiadas generaciones en una lucha que merece por fin, con la memoria siempre presente de quienes nos precedieron, la victoria final.