Los tiempos no favorecen a la dictadura

Los tiempos en los procesos de lucha en América Latina parecen presentar una marcada aceleración. Los plazos se acortan. Las luchas sociales cobran ritmos vertiginosos.

Hasta hace apenas dos décadas, los regímenes y cambios de gobierno solían representar mas o menos grandes virajes en la lucha de clases y en las correlaciones de fuerza, y parecían destinados a perdurar por lapsos más prolongados que los establecidos en sus respectivas constituciones.

Sin embargo, desde comienzos del siglo los tiempos se aceleran. El desarrollo de la ciencia y la tecnología, en particular las ciencias de la información, de las telecomunicaciones y un conjunto de disciplinas relacionadas parecen influir directamente en el devenir de las luchas sociales y de los procesos políticos.

Hemos visto la imposición de una dictadura sangrienta en Bolivia, cuyos líderes aseguraban haber llegado para desterrar de una vez por todas el legado del MAS y de Evo Morales, y en menos de un año ese régimen dictatorial se vio aplastado, sus líderes salieron huyendo o fueron detenidos y guardan aún prisión para dar cuenta de sus acciones.

Algo similar se pudo ver en Argentina. Del largo periodo de neoliberalismo salvaje durante la oscura noche menemista se pasó al extenso periodo de recuperación con el proyecto nacional y popular del kirchnerismo. Periodo que se vio alterado por el retorno del salvajismo neoliberal de la mano de Mauricio Macri. Pero esta vez la aceleración de los tiempos, el acortamiento de los plazos que mencionábamos, dio lugar a que en apenas un periodo de gobierno (durante el cual el macrismo saqueó el país hundiéndolo nuevamente en la miseria y la deuda), este modelo no lograra sostenerse y fuera reemplazado por el FdT, una coalición peronista donde el kirchnerismo tenía una relevancia indiscutible, aunque sectores más conservadores ocuparan la primera magistratura y controlaran el gabinete.

Los tiempos parecen acortarse por igual para todos, izquierda y derecha, fuerzas populares o reaccionarias. Así, el mismo macrismo derrotado y dividido hace tres años, hoy acaba de poner en jaque al gobierno del FdT en las elecciones preliminares a las de medio término que tendrán lugar el próximo noviembre.

En Ecuador, luego del largo periodo del correismo hegemonizando la política local, la debacle –traición de Lenin Moreno mediante- llevó al retorno de banqueros y millonarios a la conducción del estado. Habrá que ver si es capaz de sostenerse más de un periodo.

En El Salvador, 20 años de gobiernos neoliberales muy agresivos contra la economía del pueblo fueron reemplazados por 10 años de gobiernos del FMLN que no lograron revertir, tan solo ralentizar, el impulso del neoliberalismo dependiente. En 2019 nuevamente el neoliberalismo, esta vez disfrazado con un discurso de embustes, de un supuesto progresismo milenial, que sirvió para engañar a una porción considerable de votantes, retomó el control de los asuntos del Estado.

Llegó con anuncios grandes y vacíos, con promesas tan grotescas que cualquiera que no estuviese enceguecido de fanatismo hubiese advertido la burda mentira. Pero con ello y montado en los lemas de la anti-política, la post-verdad y el discurso del odio hacia el pasado llegó al gobierno la actual camarilla neofascista.

Pero también para este régimen, que aún busca desesperadamente su consolidación autocrática, los tiempos corren a una velocidad que parece resultarle cada vez menos favorable. Veamos la serie de acontecimientos que en menos de dos años han puesto a la defensiva a un gobierno que había llegado con el respaldo de más del 50% de quienes votaron y con unas encuestas que le adjudicaban una alta popularidad.

  • En febrero de 2020 toma por asalto, con apoyo de la fuerza armada y policial, la asamblea legislativa, desplegando fuerzas de seguridad en actitud amenazante frente a las viviendas de diputados de oposición. Primer golpe al Estado de Derecho.
  • Amparado en la pandemia decreta confinamientos obligatorios, cercos militares a ciudades, medidas punitivas como la retención ilegal de personas por supuestamente violar las órdenes de confinamiento.
  • Al mismo tiempo bloquea y elimina los instrumentos de rendición de cuentas y transparencia, ocultando así el masivo endeudamiento nacional sin que se conozca hasta el momento cómo fueron utilizados esos fondos. Bloquea durante un año los fondos a los municipios establecidos por ley, ejerciendo una efectiva centralización del poder por medio de la asfixia económica a los poderes locales.
  • El 1 de mayo de 2021, con una asamblea controlada por el oficialismo, se produce el segundo golpe al Estado de Derecho con la remoción de los magistrados CSJ (Sala Cnal.) y del Fiscal general de la república, reemplazando todo el personal con usurpadores directamente relacionados con Bukele  y su partido.
  • Comienzan las capturas ilegales y acoso contra ex integrantes del gobierno del FMLN, acrecentándose la persecución política, que incluye la persecución y expulsión de periodistas no afectos al régimen. Previamente habíamos conocido de casos de asilo político otorgados por distintos gobiernos ante el reconocimiento de la existencia de persecución política contra sectores de la oposición, en particular de la izquierda.
  • El tercer golpe a la institucionalidad democrática se produce en septiembre de 2021, con acciones inconstitucionales, iniciativas destinadas a reformar la constitución con el fin de asegurar la reelección presidencial, y la decisión parlamentaria ilegal de retirar a jueces mayores de 60 años de edad o 30 de servicio.
  • A todo lo anterior se pueden sumar numerosas otras acciones, como el salto al vacío que significó la imposición del Bitcoin como moneda de curso legal, la persecución de organismos de la sociedad civil como las ONG, basándose en el fomento al discurso del odio.
  • Bukele pasó de ser uno de los favoritos de Washington en la administración Trump con su profesión de fé neoliberal ante la Heritage Fundation, y el “enfant terrible” que se toma una “selfie” en el podio de la Asamblea General de la ONU, a ser un virtual paria internacional, visto como un sátrapa autoritario, cabeza de un régimen corrupto y represivo, cuyos funcionarios son señalados por corrupción por los mismos países que antes elogiaban su gobierno.

Todo lo anterior en apenas dos años.  Del  mismo modo ha ocurrido con la popularidad del personaje, la cual había condicionado en muchos sentidos la capacidad de movilización de la población, que en muchos casos había permanecido a la expectativa de las acciones que el nuevo gobierno pudiera adoptar.

Las frustraciones ante las promesas incumplidas; el marcado deterioro de las condiciones materiales de vida de las más amplias mayorías populares (en muchos casos las mismas que habían llevado al clan Bukele al poder); la creciente presencia del autoritarismo y la arbitrariedad, sumado al discurso polarizante; el rechazo permanente del oficialismo a cualquier crítica; el deterioro intelectual evidente en la composición de la nueva Asamblea Legislativa, convertida en oficina pasa-papeles de CAPRES; el derrumbe de toda noción de separación de poderes; el uso de la fuerza armada en acciones punitivas contra la población durante la pandemia; la corrupción inocultable; los despidos arbitrarios; las negociaciones con las pandillas y la desaparición creciente de jóvenes; la migración inocultable e indetenible. Todo fue conjugando un panorama de creciente deterioro de aquella supuesta popularidad inicial, que pasó del apoyo activo al distanciamiento, y de allí a graduales pasos de insatisfacción que explotaron ante la imposición del Bitcoin, a inicios del mes de septiembre.

En este contexto, el reflujo de masas, profundizado a partir de la derrota política de la izquierda en 2019 y 2021, comenzó a revertirse al mismo ritmo que crecía el desencanto popular.  Así entramos al nuevo escenario abierto con la masiva protesta del 15 de septiembre.

Un régimen que se deteriora en su carrera contra el tiempo

En la actitud más característica de Bukele en momentos de confrontación o crisis, la reacción del autócrata ante la protesta fue el empecinamiento, la huida hacia adelante, la represalia indiscriminada. Así lo demostró en su deplorable discurso del Bicentenario, buscando culpables en la comunidad internacional que ya no celebra sus ocurrencias. Casi de inmediato, apenas horas después, los impresentables que juegan a ser centuriones de Bukele en la Asamblea se dedicaron a expulsar a centenares de empleados legislativos con el uso de la fuerza pública para aparentar un poder que, en realidad, cada día se erosiona más.

En el mismo sentido jugó sus piezas en el terreno judicial, reemplazando jueces que no considera suficientemente genuflexos al poder. Todo esto violando las leyes, la constitución y los acuerdos internacionales. El populista inquilino de capres sabe que cada una de esas medidas encierra una derrota política a futuro, un rechazo irremediable de la comunidad internacional, y un recorte sustancial de su base de apoyo. Pero su filosofía es lo inmediato, improvisa, responde a golpe de un egocentrismo enfermizo; quienes lo rodean lo conocen bien y si se mantienen a su lado es a base de no cuestionar sus decisiones.

Ante las críticas desde el exterior manda sus troles a atacar a diplomáticos y periodistas, ridiculiza las acusaciones de dictadura, declarándose dictador de El Salvador en sus cuentas sociales.

Lo cierto es que la política, y en particular la política de El Salvador, no es un juego como a veces parece verla el mandatario. Su desdén por la historia y en especial por la  de este pueblo, al que de manera insistente parece despreciar y considerar como un amorfo conjunto de ignorantes, fácilmente manipulables, tarde o temprano le pasará una factura que no podrá pagar.

La marcha del 15-S demostró el grado de descontento y las causas fundamentales de este, las cuales son muy diversas y amplias. El desafío para el movimiento popular es cohesionar esa diversidad, transformándola en fuerza organizada que apunte hacia un enemigo de las causas populares que cada día revela más claramente su naturaleza, mostrándose con nitidez como el representante de una nueva clase burguesa empeñada en perpetuarse como  clase dominante en El Salvador.

En esa lucha en dos frentes, contra el pueblo y contra los resabios de la vieja clase dominante (que no se rinde sin ofrecer resistencia), la situación del régimen resulta cada vez más incómoda.  Los tiempos juegan en su contra y las posibilidades de consolidarse como la carta imperial en la subregión se desvanecen, en la medida que las erráticas e impopulares medidas del régimen, el agravamiento de la crisis económica, a la que contribuye de manera clara la corrupción de su clan, y el agotamiento de su capacidad de manipulación de las masas, lo coloca en una creciente condición de vulnerabilidad.

En este marco, mientras parece claro que el imperialismo estudia ya posibles cartas de recambio en caso que el actual régimen continúe su azaroso rumbo, poniendo en peligro la estabilidad del sistema de dominación, resulta cada vez más imperativo para las clases populares y las fuerzas de izquierda y revolucionarias la búsqueda de la cohesión y dar continuidad a la movilización popular para consolidar un frente anti fascista que no solo derrote al régimen actual, sino que se plantee disputar e impedir que las fuerzas contrarrevolucionarias y antipopulares prevalezcan en su intención de darle estabilidad y continuidad al sistema.

No parece imprescindible que cada movilización sea masiva como fue la del 15-S, sino que las múltiples expresiones de insatisfacción se manifiesten de manera continuada, contribuyendo así al acumulado esencial, que sin duda volverá a irrumpir masivamente cuando la situación madure.

Mientras tanto, lo importante es que la calle siga siendo del pueblo, que la movilización creciente vaya acompañada por esfuerzos políticos desde las fuerzas de izquierda, en especial del FMLN, que debe de una vez por todas empezar a mostrar en sus acciones la capacidad de liderazgo que la historia le otorga y hoy vuelve a reclamarle.

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