Cuatro tesis para comprender El Salvador, hoy*

En el año 2019, después de 10 años de gobiernos de izquierda a cargo del FMLN, llegó a la presidencia de El Salvador un oscuro personaje, cuya experiencia política había sido administrar dos gobiernos municipales a los cuales dejó virtualmente en quiebra financiera.

Llegó enarbolando las banderas de la “anti-política”, rechazando a los políticos y a sus partidos, explotando su aspecto juvenil y su experiencia como publicista; sacó amplio provecho de las redes sociales como medios de comunicación y utilizó un discurso que sonaba de izquierda pero ocultaba una política de derecha radicalmente neoliberal.

A dos años de aquella llegada al gobierno, al que accedió con un gran caudal de votos y una incuestionable popularidad, el pueblo salvadoreño vive una de las crisis económicas y sociales más severas de los últimos 30 años; los avances sociales y políticos logrados al finalizar una guerra civil de 12 años con los Acuerdos de Paz firmados en el Castillo de Chapultepec, de la Ciudad de México, han sido revertidos casi en su totalidad. El Estado de Derecho y los avances democráticos conquistados están siendo arrasados y reemplazados por un sistema de gobierno profundamente autoritario, con rasgos dictatoriales y metodologías neo-fascistas.

¿Cómo un país con una larga tradición de lucha popular, de resistencia a regímenes dictatoriales, puede ser hoy gobernado por un régimen populista y autoritario? Y, sobre todo, ¿Cómo es posible que ese régimen pueda imponerse y mantenerse en el poder a fuerza de mentiras y manipulación de la opinión pública? Ese es el objetivo de este ensayo por explicar parcialmente esa realidad que vive hoy el pueblo salvadoreño y que, creemos, no resulta tan lejana a otras experiencias recientes en América Latina.

  1. Laboratorio para un modelo de dominación

Centroamérica y particularmente El Salvador, ha sido históricamente un laboratorio de los modelos de dominación imperial de EEUU. Sucedió durante la guerra popular revolucionaria (1980-1992) y posteriormente, durante la implementación de diversas fases del neoliberalismo en el país.

Hoy enfrenta un nuevo desafío, que pone en juego todas las capacidades del movimiento revolucionario, no solo para su supervivencia sino para la organización de la lucha de resistencia popular.  

El plan se presenta como un experimento social y político para asegurar el reflotamiento del desgastado neoliberalismo dependiente; para ello las clases dominantes emergentes, que algunos definen como “nueva burguesía” recurren a la conformación de un nuevo modelo de dominación, adaptado a las condiciones de los nuevos desarrollos tecnológicos (TIC), y a la explotación del efecto que medio siglo de neoliberalismo ha causado en América Latina, entre ellas:

  • profundo individualismo;
  • desmontaje de estructuras solidarias colectivas (sindicatos, mutuales, etc.);
  • desmovilización social;
  • desprecio o desinterés por la política;
  • bajo nivel educativo a consecuencia de educación formal de baja calidad;
  • falsa sensación de estar bien informados a través de redes sociales;
  • ausencia de un análisis estructural actualizado de la sociedad en su conjunto.

No se puede olvidar tampoco la explotación sin escrúpulos de los propios errores de la izquierda, en especial de aquellos cometidos en el ejercicio de gobierno.

Desde 2019 el pueblo salvadoreño enfrenta mucho más que un gobierno autoritario, enfrenta un modelo de dominación que desde un inicio se planteó entre sus objetivos la permanencia en el poder por un periodo no inferior a tres o cuatro décadas. Para ello, y con el asesoramiento de integrantes de fuerzas contrarrevolucionarias de Venezuela y de otros países, montaron un esquema basado en generar polarización y conflictos permanentes en la sociedad, sobre la base de la manipulación de la opinión pública a través de las redes sociales, las noticias falsas, y el ataque permanente a  la oposición, en particular a las fuerzas revolucionarias y de izquierda. El objetivo: liquidar a las fuerzas revolucionarias como condición indispensable para poder garantizar la permanencia en el poder del nuevo grupo económico hegemónico,  nueva burguesía constituida en clase dominante, y consolidar el nuevo modelo de dominación.

Las diversas luchas y contradicciones inter-burguesas reflejan la pugna por el ascenso de aquella nueva burguesía, conformada por familias de origen palestino, con la participación de capitales de Medio Oriente, otros capitales provenientes de orígenes ilícitos o no declarados, y sectores asociados en calidad de subordinados, provenientes de la vieja y tradicional oligarquía[1].

La escalada de corrupción desatada desde el inicio de la gestión del clan familiar de los Bukele, acelerada al amparo de la pandemia de COVID-19, representa parte de la estrategia de acumulación permanente de capital para consolidar el nuevo grupo hegemónico.

Como ya dijimos, su objetivo es la permanencia indefinida en el poder, adoptando para ello nuevas reglas que se ajusten a sus necesidades. Así se entiende todo el desmontaje institucional que garantizaba el Estado de Derecho, construido a partir de las conquistas populares, producto de la guerra popular revolucionaria y de los subsecuentes Acuerdos de Paz.

Hoy requieren una nueva Constitución y un nuevo entramado jurídico que les permita implementar el modelo de dominación y explotación basado en nuevas formas de neoliberalismo dependiente, utilizando esta vez el aparato, las finanzas  y las empresas del Estado en beneficio del grupo económico dominante y sus socios. Ya no necesitan privatizar las empresas estatales sino que las ponen a su servicio. La necesidad de explotación continuada de esos recursos explica en parte el empeño en garantizar la permanencia indefinida de Bukele y su clan al frente del Ejecutivo.

Es importante para este gobierno que el pueblo salvadoreño olvide su historia de luchas, su memoria histórica. La narrativa oficialista pretende negar la guerra revolucionaria, los acuerdos logrados para la institucionalidad democrática, y los avances alcanzados a lo largo de 10 años de gobiernos del FMLN. El lema de campaña Hacer Historia es literalmente hacerle creer a la gente que la historia comienza con la llegada de Bukele a la política salvadoreña.

Finalmente, es importante considerar el carácter expansionista del modelo de dominación planteado.  Ya las primeras manifestaciones de esa intencionalidad la encontramos en más de una declaración del propio Bukele, en sus críticas contra el presidente de Honduras, y la forma en que busca diferenciar “gobierno y población hondureña”. Mientras lanza una andanada de críticas contra la corrupción del gobierno de JOH, manda señales amistosas  a las poblaciones fronterizas con El Salvador a las que, por ejemplo, dona vacunas anti-COVID.  Es parte de las típicas maniobras de Bukele de “ampliar su audiencia” con discursos donde prevalecen la confrontación y la polarización, acompañado de acciones populistas que lo posicionen como el personaje capaz de “solucionar los problemas de la gente”.  El problema es que no soluciona ninguno de los problemas, agudiza las crisis y la injusticia, y concentra el poder en beneficio exclusivo de su grupo económico y otros aliados.

Así han empezado a surgir en cada uno de los países de Centroamérica diversas fuerzas de derecha con un discurso similar al de Bukele, abrazados a una supuesta “voluntad del pueblo”, con discursos anti-política y anti-políticos,  arengas contra la corrupción y por la transparencia, y manipulación de la realidad a través de una narrativa que los centra como salvadores del pueblo.

Ese carácter expansionista tiene a la vez que ver con la esencia del modelo de dominación que se presenta, fácilmente adaptable a países donde la crisis del sistema político puede poner en peligro el modelo capitalista neoliberal dependiente. Países donde la inestabilidad social y las contradicciones se radicalizan a partir del desgaste de los partidos tradicionales y el surgimiento de nuevos sujetos sociales, mientras las fuerzas gobernantes se muestran incapaces de ofrecer respuestas a los problemas de la gente.

Situaciones como las de Colombia en la actualidad, la ya mencionada de Honduras, o la particular situación de debilidad institucional que presenta Perú, parecen territorio propicio para que fecunde un modelo de dominación populista como el planteado por Bukele.

Es de recordar que ya la oposición en Nicaragua pretendió crear un pre-candidato presidencial con el estilo y métodos del mandatario salvadoreño. He ahí el peligro del personaje, pero sobre todo del modelo y en ello radica la importancia estratégica de impedir su triunfo en El Salvador.

  • El discurso de la derecha internacional y la falsa teoría de los dos populismos

El pueblo de El Salvador NO enfrenta un gobierno popular, enfrenta un gobierno populista de corte autoritario y con metodologías neo-fascistas.

Las contradicciones con los EEUU y otras potencias capitalistas del universo imperial han demostrado ser de carácter secundario, relacionadas con la característica irreverente, e irracional en muchos casos, del mandatario salvadoreño, víctima de  un narcisismo y mesianismo enfermizo, una personalidad similar a otros dos personajes conocidos e inspiradores del propio Bukele: Donald Trump y Jair Bolsonaro.   

Esa “rebeldía” ante críticas de senadores o representantes de los EEUU y de diversas personalidades del mundo, no solo de la política sino también de las artes y de las ciencias, genera fricciones, presiones, y contradicciones pero, en el caso de las relaciones con los EEUU, no debemos olvidar que el gobierno de Bukele es el que cercenó las relaciones con Venezuela y quitó las representaciones diplomáticas; el mismo que ataca a Cuba y a Nicaragua, y en general vota con EEUU en el concierto de las naciones. También es aliado del jefe de la OEA, Luis Almagro, aunque aquí también presente contradicciones secundarias y públicas, producto de su estilo y personalidad.

No hay contradicción en el objetivo primordial de destruir al FMLN y a toda expresión de izquierda revolucionaria, porque eso resulta útil tanto para Washington como para el régimen populista instalado en El Salvador.

Personajes de la derecha estadounidense y en general del “establishment” , así como voceros de organismos con ombligo en Washington, como Human Rights Watch (HRW) y otras, suelen atacar a Bukele por su populismo autoritario, y en su narrativa pretenden equiparar este gobierno con gobiernos populares como los de Cuba, Nicaragua o Venezuela.  Se trata de un ardid, un truco dialéctico que suele utilizar la derecha en todo el mundo para criticar a los gobiernos populares, revolucionarios  y anti-imperialistas en cada ocasión que pueden.

Sostenemos que solo hay Populismo de Derecha, no existe un gobierno populista de izquierda, porque el populista utiliza y manipula la figura del pueblo para adjudicarse prerrogativas y derechos que no tiene, en beneficio de la clase dominante o, en el caso de El Salvador, del grupo económico ascendente que pretende erigirse en representante hegemónico de las clases dominantes explotadoras.

La derecha internacional “confunde” adrede discursivamente populismo (de derecha) con gobiernos populares; estos últimos, lejos de manipular atacan las estructuras del sistema capitalista para destruirlas o si no se puede, al menos reformarlas en función de la lucha por el socialismo y la transformación revolucionaria de la sociedad.  

Esa enorme diferencia es la que pretenden obviar personajes como Vivanco (HRW) y en general los críticos de Bukele desde la derecha, incluida una gran parte de la prensa estadounidense y europea de prestigio internacional (Washington Post, NY Times, El País (España), etc.).

  • Bitcoin. Construcción de narco-estado  y resistencia popular

La imposición del Bitcoin como moneda de curso legal en El Salvador representa una nueva maniobra del grupo económico emergente para resolver varios de los problemas financieros que afronta.

Por un lado, el autoritario régimen del clan Bukele impone el Bitcoin como moneda de curso legal, orientado al lavado de activos y al desvío de dólares del Estado a cuentas privadas, cambiándolos por cripto-activos; busca también captar una parte importante de las mil millonarias remesas, que envía la diáspora, especialmente desde EEUU y Canadá. Todo ello en el contexto ya mencionado de la acumulación permanente de capital por parte del grupo hegemónico emergente, que necesita consolidar su situación financiera.

Los carteles, pintadas en los muros y todo tipo de expresiones populares en contra del Bitcoin son ya parte del paisaje en diversas áreas de El Salvador.

En septiembre de 2021 El Salvador conmemoraba el Bicentenario de su independencia del dominio colonial español. En ese mismo mes se produce la imposición de una seudo-moneda en contra del voluntad del pueblo salvadoreño. Tal como sucediera 20 años antes con la imposición del dólar estadounidense, en una maniobra con nocturnidad y sin debate, característica de los gobiernos autoritarios de derecha, así el Bitcoin fue impuesto al pueblo salvadoreño por esta nueva derecha. La decisión desató un efecto de reacción jamás imaginado por el régimen.

La primera expresión de rechazo se vio el 7 de septiembre, día de entrada en vigor de la arbitraria Ley de Bitcoin, que fue recibida con masivas manifestaciones de carácter muy diverso, integrado mayoritariamente por sectores de juventud, pero también por veteranos excombatientes, y hombres y mujeres de muy variados estratos de la sociedad salvadoreña, incluidos jueces y magistrados afectados por otras medidas autoritarias del bukelismo.

La manifestación popular reclamó por diversos derechos conculcados por el régimen que, en un alarde de autoritarismo extremo, y revelando su profunda debilidad, tomó como rehén a un joven profesional -conocedor del mundo de las criptomonedas y muy crítico hacia las medidas adoptadas-, quien desde diversos medios aconsejaba a la población actuar con cautela, y alertaba sobre los peligros del uso del activo digital para la economía de hogares con recursos limitados o, en todo caso, sin el conocimiento suficiente para manejarse en el mundo inestable y volátil de los criptoactivos.

El objetivo de aquella detención ilegal fue claramente atemorizar a toda la comunidad crítica de la barbaridad financiera que el bukelismo estaba cometiendo. 

En su arbitrariedad, el régimen comenzó a desnudar su propia debilidad. Una parte importante del crédito político de Bukele y su modelo está siendo tirado a la basura gracias al empecinamiento presidencial en continuar con una de las medidas más impopulares de su mandato.

La reacción desde redes sociales, y en diversas manifestaciones –sobre todo de jóvenes- en solidaridad y reclamo por la libertad del detenido, fue una primera muestra de la mayor rapidez con que va reaccionando ahora aquella parte de la sociedad que se siente ofendida por los métodos y políticas del bukelismo. Un síntoma del cambio de los tiempos en El Salvador, que tuvo su continuidad el 7 de septiembre.

A lo largo del mes de septiembre se produjeron tres marchas antigubernamentales, multitudinarias y extremadamente diversas. A la inicial movilización contra la Ley Bitcoin, del 7 de septiembre, le siguió apenas una semana después, la del día 15; coincidiendo con el Bicentenario de la Independencia, una multitud de varias decenas de miles de personas, de toda edad y condición, protagonizó la marcha más imponente en años.

Una movilización que representaba plenamente la realidad de El Salvador 2021: una masa ofendida ante el acumulado de promesas incumplidas, insultos a la inteligencia popular, arrogancia devenida en autoritarismo, represión encubierta y abierta, desarticulación del estado de derecho, impunidad y corrupción,  intolerancia a cualquier tipo de oposición, zarpazos brutales a la economía popular y una agenda de gobierno articulada como descarado marketing publicitario y electoral, que además empezaba a mostrar su intención de buscar una ilegal reelección.

Esa masa airada pero pacífica fue provocada por infiltrados y no cayó en las provocaciones; su marcha fue entorpecida desde los accesos a la capital pero no pudo ser detenida; vallas infranqueables y unidades antimotines rodearon el Congreso para impedir el acceso de la multitud, pero no pudieron impedir las imágenes de la rebeldía montada sobre las vallas en la forma de una joven que superó el entramado y dio el ejemplo a otros para atreverse.

No fue una marcha más. Fue la expresión masiva del rechazo a la farsa. El inicio del fin de una burbuja construida sobre una supuesta popularidad incontrastable que permitiría todo, incluso pasar por encima de leyes y derechos, y sobre la cual Bukele había pretendido montar su imperio de ilegalidades y corrupción.

Nada es igual en El Salvador después del 15-S. El líquido derramado ya no volverá a la botella que lo contenía. El pueblo pensante y cansado del engaño empezó a perder el miedo y a demostrar de múltiples formas su hartazgo. Perdió el respeto al populista autócrata que se sentía invulnerable.

Las calles volvieron a ser del pueblo y este hecho se terminó de confirmar el último día del mes, con otra marcha multitudinaria, no tan grande como la del 15 pero suficiente para demostrar una continuidad imprescindible en la lucha anti-dictatorial.

El 15 de septiembre la dictadura inició sus movimientos defensivos y el pueblo su ofensiva, lenta, aún fragmentada y sin una vanguardia claramente definida, política y socialmente hablando, pero con la izquierda insertada en esas luchas. Una izquierda representada en el FMLN, que deberá sin dudas dar pasos rápidos hacia la unidad, la organización y la incorporación a las diversas manifestaciones de lucha del pueblo. Hoy esa lucha asume un carácter cada vez más amplio y diverso, más popular y de calles.

Desde el punto de vista de clases, también se avizora en el horizonte una pugna por el control hegemónico de las luchas frente a sectores de la burguesía, desplazados de la mesa del reparto bukeliano,  quienes sin duda mantienen nexos con el imperio, pero que hoy se suman a la lucha contra la dictadura. Esta realidad plantea disyuntivas en el plano de las políticas de alianzas tácticas y estratégicas; esto tanto en lo inmediato como en el plano largo de la disputa por la hegemonía post-dictadura, donde también el imperialismo querrá jugar sus cartas y colocar sus agentes para asegurar el control y la continuidad de la dependencia.

La decisión de EEUU de presionar a El Salvador a través de las finanzas para “poner en su lugar” al díscolo presidente, generó serios problemas de liquidez al régimen, que se ve así en dificultades para obtener divisas de organismos multilaterales. El Bitcoin pretende posicionarse como una “oferta” para obtener aquella divisas desde el oscuro mercado del narcotráfico.

Sabido es que El Salvador es parte de un corredor de movimientos de drogas de sur a norte por la ruta del Pacífico; dicho tráfico se ha incrementado por dos vías desde la llegada del actual gobierno, manifestada en parte en la reducción de capturas, tanto en alta mar como en tierra en comparación con el record obtenido en el último gobierno del FMLN y, en segundo lugar, probablemente como consecuencia de lo anterior, el incremento del tráfico de estos productos en territorio y aguas salvadoreñas.

Lo anterior tiene que ver con los lazos y relaciones comerciales del gobierno de Bukele con carteles internacionales reconocidos, como el de Sinaloa. También en esto tiene importancia, para la distribución local y a nivel de la región centroamericana, los lazos y acuerdos del gobierno con las pandillas, tanto para el narcomenudeo como para el transporte en la región.

Hoy el Bitcoin viene a representar una “oportunidad de negocio” para estos delincuentes, en la medida que El Salvador puede ofrecer el servicio de lavado de dinero proveniente de fines ilícitos a través del uso de la criptomoneda; esto favorecería el objetivo de acumulación originaria y permanente del grupo económico que busca asegurar su hegemonía, pero también sería un polo de atracción de mafias y organizaciones criminales de todo el mundo interesadas en lavar sus activos.

Así deberíamos interpretar la narrativa bukeliana de la construcción de una Nueva República, que en realidad debería traducirse como la disponibilidad del Estado y la adaptación de las leyes y reglas a las necesidades de acumulación y capitalización de esta clase emergente, para su desarrollo y consolidación.  También en ese sentido, de diferencias y disputas por el control de los negocios y capitales ilícitos, debemos interpretar una buena parte de las desavenencias entre Bukele y los imperialistas.

  • ¿Por qué la derrota del modelo es de interés para los pueblos de América Latina y el Caribe?

Hemos intentado exponer algunos de los rasgos esenciales del nuevo modelo de dominación en vías de implementación en El Salvador. Por supuesto, sus componentes exceden la esquemática lista aquí expuesta, e incluyen el control de los medios tradicionales de comunicación, la judicialización de la política  (Lawfare) como método de persecución, la militarización de los servicios de seguridad y el uso de estos y de las fuerzas armadas en función de las necesidades del nuevo grupo de poder, entre muchos otros elementos ya conocidos de otras experiencias en el continente.

Sin embargo, este nuevo intento de superar la agonía del modelo capitalista neoliberal dependiente por medio de una “actualización” de sus métodos, mediante:  

  • la explotación del Estado como una empresa al servicio de las necesidades de las clases dominantes;
  • la manipulación de masas por medio de un permanente discurso de odio, confrontación y división, pretendiendo identificar a las fuerzas revolucionarias y organizaciones populares como “el enemigo interno” al que el pueblo debe odiar; y
  • la potencial utilización de grupos criminales como las pandillas para operar como fuerzas de choque del régimen,

conforma en su conjunto peligros para los pueblos de Nuestra América porque, de consolidarse y asentarse como modelo de dominación finalmente establecido en El Salvador, resultará por fin atractivo para Washington, como alguna vez sucediera, en los primeros años de implementación del modelo neoliberal, en Chile y el cono sur en general, a través de la imposición de sangrientas  dictaduras y la ejecución de la línea económica de los “Chicago boys”.  

Si el modelo demostrara ser efectivo para preservar el sistema y retrasar en varias décadas los procesos revolucionarios en la región, no cabe duda que será de interés para Washington y, naturalmente, las posibilidades de implementación en la región se acrecentarán.

De allí su potencial carácter expansionista y el consecuente peligro que representa para los pueblos de América Latina y el Caribe, que puede encontrarse con regímenes neo fascistas con rostros jóvenes e irreverentes, “modernos” pero profundamente reaccionarios y con respaldo popular desde las urnas, que darían apariencia de legitimidad a regímenes antidemocráticos, manipuladores y antipopulares.

Ese peligro debe ser abortado desde El Salvador mismo, y no va en ello solo el destino del pueblo salvadoreño, sino el de la Patria Grande de todos y todas.  

Algunas experiencias europeas recientes, que sufrieron la incursión hasta los más altos escalafones de la política, de figuras neo fascistas con ”buen gusto” y ademanes más refinados que los tradicionales estereotipos que vienen a la mente cuando se invoca la figura brutal del fascismo o el nazismo, son ejemplos que no deberían desecharse con ligereza.

Las formas autoritarias y neofascistas se imponen y reproducen en varias partes del planeta en la medida que la crisis sistémica y civilizatoria se agudiza.

En este marco, las democracias burguesas y sus distintas manifestaciones han ido adaptándose a los tiempos, reduciendo cada vez más su esencia liberal en cuanto al respeto a los derechos, pasando gradualmente a formas cada vez más restrictivas, y limitantes, con un autoritarismo subyacente que se hace cotidiano hasta el punto de naturalizarlo en nuestras vidas, a cambio de una hipotética ”seguridad y estabilidad”.  Es lo que nuestro querido amigo Hugo Moldiz ha venido estudiado en profundidad y que ha dado en llamar, la democracia de excepción, una excepcionalidad que cada vez más deja de serla para convertirse en nuestra forma habitual de reconocer o vivir la así llamada “democracia”. 

Este es otro de los peligros que debemos evitar en Nuestra América y por ello también, la lucha del pueblo salvadoreño y su resultado, no puede ni debe pasar inadvertida para los hermanos pueblos de la región .


[1] En América Central es notable, sobre todo a partir del presente siglo, el surgimiento de un nuevo eje de acumulación basado en el narcotráfico, la violencia y el lavado de dinero, todo ello favorecido por la endémica debilidad institucional y las altas tasas de corrupción en la región, la reubicación de carteles de la droga en el área, producto de la militarización de la lucha contra las drogas en México y Colombia (Iniciativa Mérida y Plan Colombia) y los flujos de dinero sin límite que necesitan insertarse de manera legal en el sistema financiero. Asi surgen en la región grupos vinculados al lavado de dinero, que pasaron a insertarse socialmente como clases altas, con fuertes vínculos políticos y económicos en la region. Sus inversiones suelen priorizar el desarrollo inmobiliario y bienes raíces, aunque también sus actividades incursionan en la exportación, encomienda, centros de diversión (clubes nocturnos), compra y venta de vehículos de lujo, entre otros, como parte constitutiva de una nueva élite y de un nuevo eje de acumulación.

  • Ponencia presentada ante la XXV Edición del Seminario Internacional “Los partidos y una nueva sociedad”, Raúl Llarull Ciudad de México, octubre 2021 , organizado por el Partido del Trabajo de México.

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