Burkina Faso es la economía número 123 por volumen de PIB. Su deuda pública en 2020 fue de 8.088 millones de dólares, con una deuda del 46,54% del PIB. Su deuda per cápita es de 387 $ dólares por habitante.
Sus habitantes tienen un bajísimo nivel de vida en relación a los 196 países del ranking de PIB per cápita, ocupando el puesto 176.
En cuanto al Índice de Desarrollo Humano o IDH, que elabora las Naciones Unidas para medir el progreso de un país, indica que los burkineses están entre los que peor calidad de vida tienen del mundo.
En cuanto al Índice de Percepción de la Corrupción del sector público en Burkina Faso ha sido de 42 puntos, así pues, se encuentra en el puesto 78 del ranking de percepción de corrupción formado por 180 países.[1]
El 1 de junio en la noche, mientras el presidente de El Salvador pronunciaba su discurso de tres años de gestión ante una Asamblea Legislativa que había sido preparada como un circo para exhibir un espectáculo de gestos dramáticos, declaraciones de guerra interna, amenazas a nacionales y extranjeros, y promesas sin fundamento, la agencia calificadora de riesgos Standard & Poor rebajaba nuevamente la calificación de El Salvador, esta vez a la categoría CCC. Es decir que, si la semana pasada el país se encontraba al nivel de la Ucrania devastada por la guerra, esta semana el paraíso prometido por el autócrata ya se encuentra a la misma altura que Burkina Faso.
Como puede que para algunos la comparación con el país africano parezca fuera de contexto, al revisar en la misma fuente, el medio digital Expansión Datamacro, especializado en el estudio de la economía global y por países, encontramos el siguiente informe breve sobre El Salvador:
El Salvador es la economía número 105 por volumen de PIB. Su deuda pública en 2020 fue de 21.969 millones de dólares, con una deuda del 89,16% del PIB. Su deuda per cápita es de 3.387 $ dólares por habitante.
La última tasa de variación anual del IPC publicada en El Salvador es de abril de 2022 y fue del 6,5%.
El PIB per cápita de El Salvador, lo coloca en la parte final de la tabla, en el puesto 118. Sus habitantes tienen un bajísimo nivel de vida en relación a los 196 países del ranking de PIB per cápita.
En cuanto al Índice de Desarrollo Humano o IDH, que elabora las Naciones Unidas para medir el progreso de un país, indica que los salvadoreños tienen una mala calidad de vida.
En cuanto al Índice de Percepción de la Corrupción del sector público en El Salvador ha sido de 34 puntos, así pues, sus habitantes creen que existe mucha corrupción en el sector público[2].
Entre los datos en común en ambos países encontramos su bajo nivel y mala calidad de vida y la alta corrupción desde el Estado.
Tragedia y drama
Por supuesto, un informe de tal naturaleza es sujeto al inmediato escarnio de quien solo puede y sabe escucharse a sí mismo y repetir hasta convencerse que todo va bien, y que quienes se oponen a sus políticas son enemigos (suyos y, en consecuencia, del país).
Si esta afirmación puede resultar tragicómica, se convierte en dramática al observar los niveles de aceptación popular que un régimen semejante llega a tener de acuerdo a las encuestas emitidas en torno al aniversario del gobierno populista y autoritario que controla El Salvador.
En efecto, el paraíso (El Salvador = Burkina Faso) en que ha convertido el país la actual administración, recibe una aprobación de parte de su población que ronda los 8 puntos de 10, según las últimas encuestas.
No parece importar a estos seguidores que su presidente solo hable de guerra, y que se sepa que esa guerra interna contra las pandillas es un conflicto entre criminales, uno de cuyos bandos es el del presidente.
Por ahora, a esa población cautiva parece importarle aún menos el hecho que, como lo señalan reiteradamente los medios impresos no controlados por el régimen (y que, por lo tanto, sufren de manera creciente persecución y acoso, desde sus trabajadores hasta los empleadores y anunciantes), El Salvador quede ya al borde del impago de su deuda externa, o que su ingenioso ministro de Hacienda sostenga que la inflación disparada en el país es un fenómeno psicológico.
El régimen se esfuerza en aparentar que nada puede alterar su tranquilidad, sobre todo con una oposición política y social fragmentada, con sindicatos comprados o cooptados, y con una estrategia aislacionista en el terreno internacional, que permite inferir que se espera que desde el exterior las presiones se acrecienten, por eso el régimen apostaría su supervivencia al enclaustramiento, la lucha contra el enemigo interno como forma de cohesión social detrás de su proyecto populista y, eventualmente, la continuidad de la persecución a dos sectores clave: la prensa que no controla, y las diversas expresiones fragmentarias de oposición.
Con el país militarizado y el control total del Estado por el Ejecutivo, es de suponer que el primer objetivo en cuanto a eliminación de opositores será la prensa, a través de campañas de desprestigio, persecución y expulsión. Este es sin duda, uno de los elementos más incómodos y casi el único obstáculo que impide la absoluta opacidad, elemento esencial para garantizar total impunidad en las cotidianas acciones arbitrarias e ilegales del gobierno.
Una oposición fragmentada
En cuanto a la oposición política y social, es de reconocer que por ahora puede permanecer en un segundo orden de importancia para los estrategas del presidente, que seguramente no ven en estos grupos dispersos y sin cohesión (ni siquiera discursiva), una amenaza real e inmediata a sus planes de continuidad, violatoria de las reglas constitucionales.
Simplemente, el actual nivel de oposición política y, en gran parte, de la oposición social, no sería en ningún caso obstáculo considerable para impedir, por ejemplo, una reelección violatoria de las leyes. Las encuestas señalan esta realidad; con el 57.7% de entrevistados por LPG Datos, que declaran no tener simpatía por ningún partido político, el estudio muestra al oficialismo con el 33.7% de apoyo -lo que representa una caída de 15 puntos porcentuales en un año-, en un lejanísimo segundo lugar encontramos a Arena con 3.2%, mientras el FMLN apenas llega al 2.3%, frente al 1.7% que registran los seguidores de GANA.
Es evidente que el efecto de años de campaña anti partidos ha tenido efecto en la sociedad, y hasta el mismo partido oficialista, creado como instrumento del actual presidente, ha sufrido sus consecuencias. Pero, al mismo tiempo, parece indudable que los diversos estudios son consistentes en señalar que el alejamiento entre los partidos y la sociedad se mantiene y profundiza.
Sin duda, el frente opositor necesita replantear estrategias; es verdad que la crisis económica, el hambre, la inflación, la falta de inversiones, la asfixia financiera, el fracaso del Bitcoin, la improvisación e incapacidad para desarrollar políticas públicas, la misma represión indiscriminada con la excusa de la guerra contra pandillas, están azotando cada vez más a El Salvador y que esa crisis incontenible está pisando los talones del gobierno. La inminente cesación de pagos, los crecientes despidos del sector público, pero también del sector privado, anuncian una crisis social de envergadura, que puede presentar formas de explosión social. Para ello el Ejecutivo está preparado a través de la permanente militarización del Estado, con el despliegue de tropas y policías en todo el territorio.
Pero, ¿qué sucede desde el lado de la oposición? ¿Dónde estarán los partidos, en especial la izquierda salvadoreña a la hora de las marchas, confrontaciones, y protestas? Esa es la organización que urge, aquella que pueda acompañar a las y los trabajadores, estudiantes, ambientalistas, mujeres, jóvenes, artistas e intelectuales, veteranos, familiares de personas injustamente detenidas víctimas de violaciones a sus derechos, y demás sectores con sus causas, que hoy se encaminan a ser luchas por la vida, por la defensa de derechos elementales.
Fortalezas solo aparentes
No es cierto, por otra parte, que la popularidad del gobierno lo haga invulnerable. Todo lo contrario. El gobierno atribuye su aprobación a la popularidad de la figura presidencial y, a su vez, esta última se asienta en una enorme campaña de marketing, en una narrativa polarizante y un discurso binario. Vende la idea de una guerra para unificar seguidores frente a un enemigo común (hoy son las pandillas, aunque en realidad sean los pobres, pero incluye a todos los que denuncian abusos o violaciones de derechos humanos); ayer fueron los partidos políticos, y mañana serán las fuerzas sociales en defensa de sus condiciones materiales de vida.
Cada uno de los elementos señalados, demuestran una esencial debilidad: todo es propaganda, victimización, amenazas y promesas sin hechos materiales que las respalden. Esa debilidad se profundiza con el paso del tiempo.
Por cierto, el tiempo no está a favor del gobierno, pero tampoco parece estarlo a favor de las fuerzas políticas, en especial de la izquierda revolucionaria, si esta no establece con claridad sus líneas de acción, sus políticas de alianzas amplias con todos los sectores sociales afectados seriamente por el actual régimen; en esas alianzas debe quedar claramente configurada la fuerza hegemónica del sujeto social revolucionario, no como manifestación de control aplastante sobre el resto de la sociedad en rebeldía, sino como ente aglutinador, orientador y organizador de las formas de lucha adecuadas a cada momento.
Resulta evidente que la puesta en escena comunicacional, el show mediático presidencial del 1 de junio en la noche, sirvió para que el mandatario volviera a subrayar que los otros órganos de Estado permanecen subordinados a él, y que la reelección es el camino para garantizar la continuidad, que en su caso debe interpretarse como impunidad.
Así las cosas, y si esos son los caminos, al pueblo no le queda más que organizarse, luchar, movilizarse, construir alianzas en la resistencia, tejer los hilos de la solidaridad y la denuncia nacional e internacional, acumular fuerzas detrás de sus propios intereses y reivindicaciones, y boicotear todo proceso electoral viciado e inconstitucional que apunte a la reelección.
Colombia y El Salvador
Desde que el régimen salvadoreño se fue imponiendo con el beneplácito de una sociedad en crisis, con bajo nivel de conciencia y, por lo tanto, sujeta a ser víctima de las manipulaciones mediáticas dedicadas a promover e incitar el odio, la desconfianza, explotando frustraciones y miedos colectivos, El Salvador entró en una vorágine de autoritarismo, combinado con la incitación al fanatismo y el culto a la personalidad hacia un oscuro personaje que hoy parece dirigir el país a voluntad.
En medio de contradicciones secundarias con fuerzas imperiales hegemónicas regionales, su figura se fortalece con un discurso patriotero, que le sirve de excusa para negar a través de su propia victimización, la validez de críticas contra su pésima gestión de gobierno, sus excesos y violaciones de todo tipo de derechos.
Desde su llegada al poder, afirmamos que el régimen, inspirado en Trump, Bolsonaro y la derecha neofascista europea, tenía entre sus objetivos permanecer y expandirse como modelo de dominación. Al principio, la opción regional inmediata parecía Guatemala y Honduras, aunque los procesos en aquellos países no permitieron el arraigo de sus métodos.
Sin embargo, vemos estos días que un país que cuenta también con una larga trayectoria de autoritarismo enfrenta la amenaza de la llegada al Ejecutivo de un régimen similar, autocrático, violento, manipulador, gatopardista y neofascista, cuyos publicistas mantienen lazos con el régimen salvadoreño, al que contribuyeron a instaurar.
La hermana Colombia está a las puertas de una segunda vuelta decisiva. Aunque el término ha sido demasiado bastardeado, podemos afirmar que estas elecciones tienen el potencial para ser consideradas como históricas.
En efecto, un amplio espectro de fuerzas que forman un abanico que va desde la izquierda revolucionaria, social y política, movimientos sociales, hasta las fronteras del liberalismo y los así llamados progresismos, tiene la posibilidad de llegar por primera vez en la historia republicana de Colombia a la Casa de Nariño. No es poca cosa, sin duda.
Es claro que una coalición de tan amplio espectro, difícilmente podrá realizar los cambios estructurales a que aspira una Colombia ignorada históricamente por las clases dominantes, aquella Colombia afro, indígena, rural, campesina, la Colombia joven, pobre y diversa que se expresó en la calles de las grandes ciudades en busca de hacer valer su lugar bajo el cielo; pero jamás como hoy esa Colombia, contenedora de múltiples Colombias olvidadas y silenciadas, ha tenido la posibilidad de poner el pie en las puertas del poder, para que éstas ya no se cierren, y abrir así el camino a nuevas generaciones de luchadores/as sociales, que tendrán ahora la seguridad de que con lucha, se puede.
En el otro extremo se encuentra un personaje tan oscuro y peligroso como el dictador salvadoreño que usó las estructuras constitucionales para acceder al gobierno, pero una vez allí violó cuantas leyes necesitó para poder instaurar un régimen que ha dejado de ser democrático. Sus argumentos para llegar al gobierno fueron los mismos que hoy usa el personaje que enfrenta la fórmula del Pacto Histórico.
Como el salvadoreño, se abraza a la denuncia anti-corrupción siendo un corrupto, cabalga a lomos del anti-partidismo, pero representa a la derecha más rancia y neoliberal, habla de cambio, pero al llegar al gobierno retomará – como el salvadoreño- viejas formas dictatoriales de ejercerlo. Tienen en común su autoritarismo, su manejo manipulativo de redes sociales y formas de comunicación social alternativa. Evade los debates; para ocultar sus debilidades mantiene distancia física con el electorado, mientras aparenta cercanía saturando las redes sociales. La polarización es su terreno favorito. Si no crea enemigos, no puede victimizarse, y sin ello no gana el favoritismo de sectores manipulables de la sociedad.
Aunque las comparaciones siempre resulten odiosas pueden aportar enseñanzas. En El Salvador, la mentira descarada, las promesas irrealizables pero que sonaban agradables a los oídos del electorado porque recogían sus aspiraciones, la manipulación y la polarización con discursos de odio, pasaron a ser categorías de una nueva política-espectáculo; así se fue imponiendo la campaña de quien presentaban como “outsider”. Ya las ideas no contaban, los insultos y las agresiones ganaban espacio. Una sociedad polarizada empezaba a ver en el personaje la imagen de un posible “gobernante fuerte”.
Las propias debilidades acumuladas por la izquierda, tanto por el desgaste de los años de gobierno como por sus errores políticos y su alejamiento gradual pero constante de la población, contribuyeron a facilitar aquellas maniobras. Si el régimen salvadoreño nació con aspiraciones de expandirse como modelo de dominación, en la misma línea que Trump, Bolsonaro, o la extrema derecha europea, desde la izquierda tenemos, sin duda, la obligación de impedir que esto se materialice, y contribuir para ello compartiendo, en este caso con el pueblo colombiano, las enseñanzas que tan dolorosamente hemos extraído.
[1] Expansión Data Macro. Consultado 3 de junio de 2022
[2] Expansión Data Macro. Consultado 4 de junio de 2022