El historiador y periodista Vijay Prashad califica a las corrientes de derecha extrema, que avanzan por Nuestra América como un cáncer que urge extirpar de nuestras sociedades, como la marea furiosa.
Adopta el término a partir de las actitudes agresivas, sociopáticas y sádicas de personajes como el mandatario argentino Javier Milei o el brasileño Jair Bolsonaro. Bien caben en esa categoría otros personajes, igualmente propensos a la histeria y el desequilibrio agresivo, como el autócrata salvadoreño.
Lo que no deben ocultar esas formas, es la raíz ideológica del fenómeno y sus objetivos económicos. Como Donald Trump, notable impulsor de un estilo salvaje de hacer política, esos personajes que invaden los Ejecutivos de norte a sur, tienen un programa, un objetivo, una estrategia: avanzar con todas sus fuerzas sobre las conquistas populares, aplastar resistencias y someter los recursos naturales de la región al despojo de los intereses imperiales estadounidenses.
El fascismo ultranacionalista del siglo pasado dio paso al neofascismo dependiente y vendepatria de nuestros días. Los intereses que mueven los hilos son los mismos de entonces: las grandes corporaciones del capital financiero globalizado.
Los avances de la derecha continental
En estos días, cuando el imperio estadounidense agudiza sus agresiones contra nuestros pueblos con acciones de saqueo y provocaciones groseras en América Latina y el Caribe, un grupo de gobiernos de la región ofrecen su vergonzosa complicidad entreguista y vendepatria
A las agresiones contra Venezuela, y al despojo de recursos petroleros en altamar, que revelan las verdaderas intenciones de la retórica trumpista, se han ido sumando una serie de países que se apresuran a disputar su puesto en la historia como traidores a sus pueblos y a la unidad latinoamericana.
Gobiernos como el de Milei y Bukele se amalgaman junto a Washington en una entente reaccionaria, estructurando un eje norte-sur, expandiéndose regionalmente mediante acuerdos con gobiernos afines para construir verdaderos frentes políticos internacionales de la reacción.
Costa Rica parece el siguiente eslabón, junto al ya conocido entreguismo panameño de Mulino. Al mismo tiempo, las condiciones están preparadas para sumar a Honduras a esa ecuación, una vez superado el impasse abierto con la derrota del partido Libre, que asegura un cambio de régimen, y preparados para resolver cual de las corrientes conservadoras pro-yankee gana su triste papel en la conformación de un subimperialismo regional, que recuerda las tácticas implementadas por Washington en los años 60 y 70.
Siguiendo hacia el sur, el área de conflicto configurada en torno al mar Caribe y el norte de Sudamérica encuentra la resistencia de Venezuela, que no solo prepara sus fuerzas sino que despliega una amplia e inteligente ofensiva diplomática-popular proclamando la defensa de la paz.
Como contraparte, vemos la concentración de fuerzas invasoras imperiales merodeando las aguas circundantes, pretendiendo también ejercer control aéreo y, como se vio recientemente, avanzando en el saqueo extraterritorial petrolero mediante tácticas corsarias, que amenazan la escalada de conflictos, solo evitados hasta ahora por la sabia y prudente actitud de la nación bolivariana y unos pocos llamados de países, rechazando las presiones.
Pero también en esa región, Ecuador junto a varios gobiernos del Caribe, no han dudado en ponerse al servicio de las fuerzas agresoras.
Hacia la parte más austral del continente el panorama resulta aún más desolador en materia de fragmentación de la unidad y autodeterminación de naciones gobernadas por fuerzas claramente contrarias a los intereses de sus pueblos.
A la tragedia boliviana, sumamos el ya normalizado caso de la dictadura peruana, o el aún más dramático destino paraguayo, marcado por la impunidad, el crimen de Estado y la corrupción abierta, todo perdonado a condición del permanente y obsceno servilismo a una potencia imperial extranjera.
El drama final se consuma en la caricaturesca figura de un gobierno abiertamente colonial en Argentina, y el triunfo de la ultradercha chilena, que cierra así el tibio ciclo de un progresismo funcional a los intereses conservadores, y determinante en el resultado final del 14-D.
Gobiernos cipayos que miran al norte esperado migajas, a cambio de la entrega de recursos, patrimonio, soberanía, y dignidad nacional.
Argentina, Paraguay, Ecuador y Panamá, son ejemplo de esta entente de entrega y política reaccionaria. Cuatro miserables, indignos de representar a sus pueblos, pero idóneos para actuar como pajes del imperio en el reino de Noruega, y acompañar a la guerrerista María Corina Machado a recibir su espurio Nobel de la Paz.
La agente de los EEUU en Venezuela no llegó a tiempo para el evento, pero los cuatro bufones no faltaron, puntuales, a la ceremonia, mientras el pueblo noruego se manifestaba en las calles rechazando el bochornoso espectáculo.
Escudo de las Américas
En el tradicional estilo del lenguaje imperial estadounidense, el dictador salvadoreño denominó de ese modo a la alianza entre su régimen y la contraparte costarricense, Rodrigo Chaves, quien acaba de vistar El Salvador.
Costa Rica entra así en un frente político binacional que pretende asegurar al trumpismo una zona segura, de control y confort para su proyecto neocolonial, al tiempo que su territorio se dispone a servir de apoyo al esfuerzo agresor imperial en la región, como ya lo hace El Salvador desde el aeropuerto de Comalapa.
El tan proclamado “escudo” no es más que una alianza largamente añorada por el bukelato para promover con fuerza la idea que: 1) existe un modelo; 2) ese modelo no solo es exitoso en El Salvador sino que es exportable.
A la base está la idea del dictador salvadoreño de trascender las estrechas fronteras de su país para proyectar su imagen de mano dura, eficiente y letal contra el crimen, aunque tenga que aplastar todas las normas del Estado de Derecho, la Constitución y las leyes. Más allá de esos delirios, la realidad es que su imagen autoritaria, de desprecio por la vida y los derechos humanos, se ha difundido por el mundo, en especial a partir de transformar el país en cárcel colonial al servicio de los intereses y necesidades de Donald Trump.
Sin duda, sus ideas apelan a las mentes más reaccionarias y atrasadas, particularmente entre los grupos extremistas del supremacismo blanco, que se sienten bien representados por Trump y su grupo, pero que también ha concitado el interés de personajes tan infames como la ministra argentina Patricia Bullrich, especializada en garrotear jubilados, o el extremista Kast, triunfador en un Chile que retorna a los brazos de un neofascismo siempre latente.
Con el “Escudo de las Américas” se pretende, en palabras del propio dictador salvadoreño, ofrecer su «experiencia en el combate a la criminalidad, en el desmantelamiento de las estructuras criminales, en el manejo de sistemas penitenciarios y en reformas de ley para erradicar el crimen«.
El plan dado a conocer permitirá “compartir información clave y coordinar operaciones de seguridad conjuntas, desmantelar redes criminales que operan en ambos países, impulsar el comercio, la inversión, la logística y la innovación, así como abrir espacio para que más países se unan a esta visión”.
En este último punto se centra la idea fundamental del anuncio, ir conformando las piezas de un rompecabezas regional que asegure “una zona bajo control” para el trumpismo, sin que Washington deba desplegar mayores efectivos, en la medida que serán los propios gobiernos locales los que actuarían como gendarmes imperiales. En muchos sentidos, es un intento de retornar al panorama que prevalecía por estas tierras hacia la década de los años 50 del siglo pasado. Aquella que trajo la intervención contra Árbenz en Guatemala, pero también la revolución cubana.
“En el espíritu de este acuerdo, el mensaje que queremos enviarle a los salvadoreños, a los costarricenses y a los países que en algún futuro nos acompañarán, es que debemos construir seguridad, desarrollo y estabilidad desde nuestros países respetando la soberanía y la autonomía de tomar sus propias decisiones”, declaró el dictador al presentar el plan.
Por supuesto, la visita presidencial a El Salvador no podía dejar de incluir el recorrido al único “logro” que enorgullece a esta dictadura centroamericana, y que sin duda sonrojaría a cualquier país con un presidente que gozara de un mínimo sentido de la decencia: el infame centro de confinamiento contra el terrorismo.
Los que resisten
Resisten Cuba, Venezuela, Nicaragua y México, a los que podemos sumar la retórica del presidente colombiano, el progresismo del gobierno uruguayo, con sus limitaciones, y la actitud reactiva del presidente Lula.
No sería poco, visto desde la demografía y el poder económico de tal bloque, pero justamente, en la fragmentación de las resistencias se revela la inexistencia de tal bloque, lo cual facilita las tácticas agresivas del trumpismo, que no se limitan a exigir y amenazar, sino que despliega sus aparatos de injerencia en cada una de las naciones, buscando promover la subversión interna, la desestabilización, la asfixia económica u otras presiones que avancen los intereses de EEUU en esos países.
Posiblemente el ejemplo más ilustativo resulte el gobierno mexicano de la presidenta Claudia Sheinbaum. Decididamente, la política exterior de la 4T ha servido para evitar la escalada de conflictos con Washington, pero cada una de esas acciones conllevó notables concesiones de la parte mexicana sin, no obstante, ceder en aspectos determinantes, como la defensa a ultranza de la soberanía nacional, pero tampoco impedir nuevas exigencias de un insaciable Trump.
Resulta evidente que la continuidad de las batallas en solitario, las declaratorias de solidaridad y en contra de todo tipo de injerencia y uso de la violencia para resolver diferendos, resultan insuficientes para los tiempos que corren.
Mientras las derechas se siguen uniendo en un programa común, a las fuerzas populares nos está costando encontrar el camino; uno propio, que vaya más allá de los gobiernos.
Ese camino, como los demostraron los héroes y heroinas de la revolución nuestramericana, se basa en la unidad de los pueblos, en la lucha en común, en un antiimperialismo que debe surgir de nuestras raíces nacionales y populares, y que anteponga, por sobre todas las cosas, la solidaridad, la organización, la soberanía y la autodeterminación de nuestros pueblos. Camino seguro hacia el triunfo en la senda del anti-neocolonialismo, y el anti-capitalismo, hoy en su expresión neoliberal más salvaje.