El 15 de septiembre de 2021 quedará en la historia de las gestas del pueblo salvadoreño como el punto de inflexión en la resistencia contra el proyecto dictatorial del clan Bukele. Fue el día que la lucha y movilización popular ganó la iniciativa, pasó de la resistencia a la ofensiva, y puso al régimen a la defensiva. Podría ser el inicio de la cuenta atrás de un proyecto que había nacido con ínfulas de permanencia para varias décadas y que hoy debería empezar a cuestionarse cómo llegar al 2024 sin heridas mortales.
Dos años atrás el autoritarismo, la mentira y la demagogia se había instalado en Casa Presidencial de la mano de un aspirante a dictador que pretendía actuar en representación de un pueblo que no lo había elegido para eso. Lo acompañaba una banda de aduladores y especialistas en manipulación de masas, y siniestros personajes relacionados con el crimen organizado, lavado de dinero y tráfico de drogas.
Este grupo había logrado engañar a grandes masas de votantes, explotando las frustraciones de una sociedad que, en 30 años de democracia condicionada y debilitada a fuerza de presiones oligárquicas e imperiales, no había logrado superar el enorme retraso provocado por un siglo y medio de salvaje explotación oligárquica, dependencia de los intereses imperiales de los EEUU, 60 años de dictaduras militares, salvajismo represivo propio de una casta de psicópatas que se adueñaron del país, más de 20 años de enfrentamientos armados, incluyendo 12 años de guerra popular revolucionaria, 40 años de implementación neoliberal, con breves e insuficientes intentos de retrasar su avance, especialmente durante los dos gobiernos del FMLN.
El bicentenario de la llamada Independencia debe también incluir ese análisis; el legado de este larguísimo periodo fue el enorme retraso histórico en el desarrollo social de El Salvador, manifestado como un sistema de injusticia social institucionalizada e impunidad ante los abusos del poder.
Estas son las condiciones que propiciaron el ascenso de esta camarilla de fascistas sin escrúpulos, que a lo largo de los últimos dos años se fueron creyendo sus propias mentiras, se convencieron que la popularidad exhibida en redes sociales, la matriz comunicacional basada en la narrativa de un país de las maravillas, les permitía seguir mintiendo y engañando al pueblo y vaciar en el proceso las arcas el estado.
Desconocedores de la historia de lucha del pueblo salvadoreño, su confianza fantasiosa los llevó a dar pasos en falso, convencidos de que el pueblo salvadoreño era ignorante y estaba cautivo de su narrativa. Pasos como los sucesivos golpes a la institucionalidad y a la separación de poderes, persiguiendo desde el Estado cualquier tipo de disidencia, cualquier prensa opositora.
Ciegos de confianza, ebrios de poder, envalentonados ante una oposición fragmentada, que se mostraba incapaz de ofrecer una clara alternativa a los devaneos del autoritarismo oficial, la mafia en el poder dio varios pasos en el aire, sin redes de protección. Así lanzó la iniciativa Bitcoin como negocio cuasi familiar y canal de lavado de millones de dólares robados al estado, a la vez que busca consolidar a El Salvador como paraíso del lavado de activos del crimen organizado internacional.
Al mismo tiempo, aceleró su ofensiva para el control total del poder, con la propuesta de una nueva constitución, presentada engañosamente como una simple enmienda; se lanzó al desmantelamiento del sistema judicial para colocar únicamente jueces afines y, mostrando casi todas sus cartas, puso a los usurpadores de la Sala de lo Constitucional a avalar su posible reelección presidencial, mientras el matón con título de abogado que tiene en Capres para llevar los asuntos jurídicos, reunía en su despacho a los magistrados del TSE, para asegurarse que responderían a los chantajes y el miedo, declarando de inmediato su acatamiento al engendro jurídico de la reelección.
No fue una gota la que derramó el vaso lleno de veneno. Fue un torrente de abusos, de impunidad, de arrogancia y desvergüenza emanada desde el oficialismo, que a la par de los hechos señalados, armaba su fuerza de choque militar, policial y paramilitar, sabiendo que tarde o temprano enfrentaría formas de resistencia popular activas. La primera, con la propuesta de duplicar el número de integrantes de la fuerza armada, la segunda con la compra a base de prebendas y garantía de impunidad o laxitud para delitos cometidos por sus elementos (caso de los crímenes de Chalchuapa, grupos de exterminio, etc.), mientras prepara la salida por retiro de la fuerza policial de todo elemento no afín al régimen, y finalmente, el acuerdo con las pandillas, que se sella con la decisión de enfrentar el sistema judicial de EEUU negando la extradición de jefes pandilleros buscados para ser juzgados por crímenes en aquel país. Esa última fuerza de choque será, posiblemente, la primera en ser utilizada por la mafia en el gobierno para enfrentar los nuevos desafíos que desde el pueblo está haciendo tropezar el proyecto populista de Bukele y sus cómplices.
La multitud y las consignas ¿quienes y por qué marcharon?
El mal cálculo del régimen no le dejó ver que cada día son más y más los sectores afectados negativamente por una política profundamente anti-popular, que no solo concentra poder sino riquezas expoliadas al pueblo y a la sociedad en su conjunto. La elevación descontrolada del costo de la vida, el endeudamiento del país por varias generaciones, la falta de oportunidades y empleo, y la imposición del Bitcoin constituyen aspectos críticos que afectan directamente a la población.
El grupo económico empeñado en convertirse en clase dominante hegemónica liquida toda posible competencia, concentra capitales y negocios, y afecta a múltiples sectores, incluidos algunos de la burguesía y hasta grupos oligarcas que aún no logra controlar.
Esa diversidad de sectores afectados se mostró en todo su colorido en la majestuosa y diversa marcha del 15 de septiembre, que más allá de los vanos intentos del bukelismo por minimizarla, constituyó una expresión de masividad que llevaba años sin materializarse.
Por eso debe preocuparse y se preocupa el régimen. Porque no fueron solamente aquellos sectores que exactamente una semana antes habían protestado en las calles contra el Bitcoin y que algunos grotescos diputados oficialistas intentaron negar. Es decir, no fueron solo los estudiantes, de la UES sino que fueron también los de la UCA y otras universidades privadas, fueron estudiantes de Institutos como el INFRAMEN y jóvenes no estudiantes de toda expresión política, social y económica. Es decir, estamos hablando de los “caladeros de votos” donde pescó el bukelismo en 2019 y 2021.
Pero también marcharon gremios y asociaciones de profesionales, de derecha y de izquierda, muchos sin filiación partidaria o con abierta indefinición ideológica, desde los médicos hasta los abogados y jueces, desde los ganaderos hasta agrupaciones de campesinos, organizaciones de la sociedad civil, no gubernamentales, representantes de la diversidad sexual, ambientalistas, artistas, escritores, periodistas que no estaban cubriendo notas sino participando. Marcharon los veteranos del conflicto armado en sus diversas expresiones, y de ellos es necesario reconocer que han sido de los sectores que desde el principio del régimen recurrieron a la protesta y la movilización en defensa de sus derechos.
Marcharon las mujeres, las comunidades desplazadas desde el interior del país, las iglesias de diversa denominación, las familias de personas desaparecidas, las familias de las y los presos y represaliados por el gobierno; marcharon los despedidos, los sindicatos y las federaciones, que empezaron a darle un disparo al corazón al intento del mafioso Rolando Castro de cooptar al movimiento sindical para incorporarlo como “fuerza popular” de apoyo al régimen, al más puro estilo del fascismo clásico. Esa carta también empezó a agotarse ante la envergadura de una marcha que superó incluso los niveles de algunas del 1 de Mayo.
Las consignas, los carteles y otras expresiones de la creatividad popular mostraron esta vez extraordinaria certeza política. Predominaron las del rechazo al Bitcoin y la sátira contra Bukele, pero también las expresiones anti-dictatoriales, contra la reelección, por la investigación de los crímenes de Chalchuapa, defensa del Estado de Derecho, las reivindicaciones sectoriales, contra la persecución política. Es decir, cada sector, cada agrupamiento, cada persona expresaba de múltiples formas el agravio que le causaba este gobierno sordo y ciego a los reclamos populares.
La marcha, por otra parte, se hizo en medio de una pandemia utilizada por el gobierno como excusa para el autoritarismo y el saqueo público. Fue un desafío directo al régimen, que durante los días y horas previas, amenazaba a través de medios de comunicación y redes sociales, con impedir la marcha, excusándose en la pandemia. Pero la gente desafió esas acciones y el régimen no tuvo esta vez el valor de enfrentar a la multitud. También intentó retrasar los ingresos desde fuera de San Salvador con retenes, pero fueron superados. El pueblo estaba decidido a expresarse y cuando eso sucede, no hay forma de detenerlo.
El pueblo movilizado derrotó al régimen y a cada una de sus maniobras. Incluida la burda provocación de infiltrar encapuchados a generar desorden, agredir algún periodista, quemar un cajero de Bitcoin y una moto anónima, abandonada para el espectáculo del incendio desde la madrugada. Tampoco eso le funcionó, aunque sus medios y el propio Bukele intentó sin éxito aferrarse a esa foto para deslegitimar y criminalizar la protesta.
Las derrotas de Bukele
Bukele fue derrotado en una misma jornada en dos frentes, en las calles y en las redes sociales.
En las calles, la ventaja del régimen se sintetizaba en un concepto: reflujo de masas. Mientras este duró, el régimen se sintió en libertad de avanzar sin oposición, a toda velocidad, en su plan de reversión de las conquistas y luchas populares que habían signado las tres décadas anteriores.
Precisamente aquellas conquistas del pueblo tuvieron como escenario un largo periodo de ascenso en el estado de ánimo de las masas, que como el flujo de las mareas, crecía y se desarrollaba hasta llevar a las fuerzas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, a conquistar el Ejecutivo en 2009 y 2014. Aquel impulso observó su punto culminante hacia marzo de 2009, para posteriormente iniciar un largo proceso gradual de repliegue.
Los gobiernos del FMLN enfrentaron desde el inicio la conspiración permanente de la oligarquía y del imperialismo, enquistados en el órgano judicial y en otras estructuras del Estado, limitando, empantanando o revirtiendo mediante decisiones judiciales las acciones del Ejecutivo. Este reconocimiento no evade o justifica las graves deficiencias en el método y las nefastas políticas de conciliación de clases y de evitar la confrontación, aplicadas por los gobiernos del FMLN, porque estos jamás recurrieron a las masas populares que lo habían llevado al poder del Estado, para desmontar con su apoyo las acciones desestabilizadoras y agresivas de la derecha.
Aquel reflujo favoreció el ascenso al poder de este grupo de aventureros y fascistas, que creyeron poder gobernar el país a fuerza de manipulaciones y mentiras. Sin embargo, la acumulación de agravios del régimen contra el pueblo produjo el gradual paso de la expectativa ante el nuevo gobierno al desencanto, de la resistencia pasiva a la activa y de allí a las iniciales respuestas de masas.
Aquel ímpetu de la nueva burguesía por implantar su proyecto comenzó a encontrar trabas en su desarrollo. Las primeras reacciones las vimos en la resistencia y denuncia popular ante la despótica y arbitraria actuación del gobierno y su uso punitivo de la fuerza armada y policial durante las primeras fases de la pandemia. Desde entonces, y particularmente a partir del control del Legislativo, los abusos se multiplicaron y agravaron, afectando las condiciones materiales de vida del pueblo y, por otra parte, el sistema jurídico y el aparato judicial, que se transformó rápidamente en un arma de Bukele contra cualquier oposición. Allí empezó a nacer y crecer el movimiento de masas que hizo su entrada triunfal el 15 de septiembre.
La segunda derrota fue, si cabe, más dolorosa. Si algo había dominado sin interrupciones, sin molestias, de manera absoluta Bukele y su clan, había sido las redes sociales, las nuevas tecnologías de la comunicación, y el conjunto de herramientas digitales y personal capacitado para lanzar guerras sin cuartel contra toda la oposición política y social.
Una vez en el gobierno no tuvo empacho en poner a su servicio todo el aparato y los recursos del Estado, con el asesoramiento de mercenarios venezolanos del entorno de Juan Guaidó, aparatos de seguimiento y vigilancia operados desde el exterior, y el conjunto del aparato de inteligencia, con aportes importantes de tecnología y capitales israelíes, para controlar y asegurar su hegemonía.
Sin embargo, desde que el gobierno se lanzó a la aventura del Bitcoin, y en particular a partir de la decisión popular de volcarse a las calles en protesta, las redes sociales dejaron de ser el exclusivo patrimonio de Bukele y sus secuaces.
La organización de las redes sociales en manos del pueblo empezaron a superar a los “troll centers”, las maquinarias de fake news, los robots dedicados a atacar activistas digitales para desactivar sus cuentas. Así se llegó al 7 de septiembre, día de la implementación de la polémica ley Bitcoin, cuando ya la resistencia digital demostró su músculo en la presencia imponente de la etiqueta #NoAlBitcoin.
Una semana después, #El15Marchamos y #BukeleDictador reinaron en el universo digital. El pueblo había, por fin, comenzado a desmontar de manera organizada el mito de la imbatibilidad de Bukele en las redes sociales. Un hecho de importancia estratégica que debe sin duda registrarse en el análisis global de estas jornadas de grandes batallas a favor del pueblo.
El discurso presidencial fue una concesión de su derrota
El escenario de la ceremonia de celebración del Bicentenario de la Independencia de El Salvador, no fue la esperada por el régimen y quienes le apoyan. En primer lugar, la iniciativa popular de tomarse las calles y marchar en defensa de sus derechos le quitó al régimen el territorio. Si hubiese querido reconquistarlo hubiese tenido que profundizar su derrota política recurriendo a su último respaldo: la fuerza armada.
Prefirió contar y sanar sus heridas y prepararse para nuevas batallas. La puesta en escena final, la ceremonia en CAPRES, revela el grado de conmoción que causó, particularmente en Bukele, pero en el régimen en general, el desafío de un pueblo que con su accionar negaba las ínfulas de popularidad de las que se vanagloriaba.
La ausencia de pueblo fue manifiesta, la presencia de tropa en uniforme de combate, abrumadora, el cuerpo diplomático y los funcionarios fueron obligados, al igual que una primera dama utilizada de manera denigrante, casi como figura decorativa, a permanecer de pie durante el discurso presidencial. La ceremonia distó mucho de ser festiva, y podría decirse que reflejaba el estado convulso, descompuesto, nervioso e irascible, de un autócrata que aún masticaba su derrota sin poder digerirla.
Por eso su discurso, su lenguaje corporal, su voz destemplada, demostraba una inocultable agitación que desató su furia e impotencia desde la primera frase. Tildó a los manifestantes de violentos, los equiparó a terroristas, intentó sin éxito minimizar el acto político de la mañana al cual él mismo, con su referencia desde un discurso de Estado (porque se suponía que era de Estado, aunque el mandatario no se comportara como estadista) dio a la protesta un volumen aún más extraordinario. Frustrado, atacó al cuerpo diplomático y acusó a algunos países de financiar a la oposición. No hubiera sorprendido que el cuerpo diplomático en pleno se retirara del lugar.
El discurso presidencial fue defensivo. Al iniciarlo con los hechos de la mañana reconoció su derrota. No pudo evitarlo, fue más fuerte que él. Su ego había sido vapuleado y no lograba recuperase. Por eso, además de las amenazas implícitas al posible uso de la represión frente a nuevas protestas populares, evadió temas que de otro modo hubiesen sido centrales, al menos para distraer la atención, pero no habló del Bitcoin, ni siquiera de la campaña de vacunación, o de los supuestos logros en el combate contra el Covid-19. Lejos de ello, recurrió a repetir viejas promesas aun incumplidas, retomó como propios proyectos aprobados durante las gestiones del FMLN, y solo un anuncio de peligrosa importancia puede destacarse. Peligrosa, porque conociendo a los personajes que manejan las finanzas del país y la voracidad con que hacen desaparecer fondos públicos, puede generar aprensión la sola mención de los fondos de pensiones y de una supuesta nueva ley de pensiones que presentaría en un mes al parlamento.
En síntesis, al caer la noche Bukele no pudo disimular la derrota sufrida en la histórica jornada del 15 de septiembre. Tal vez, como anunciaba un titular de prensa, el pueblo había empezado “a independizarse de Bukele” o, como sostenía otro, “el mito se resquebraja”.
Por ahora las reacciones de Bukele, superado el primer impacto, fue como era de esperar, el recurso a la manipulación, a la falsedad, a las amenazas y a la victimización. Intentó manipular las imágenes de sus infiltrados en la manifestación y la quema y destrucción de un cajero y una moto, así como de las diversas pintadas en los muros, adjudicándolas a actos “violentos y terroristas” de los manifestantes; posteriormente se produjeron acciones contra la prensa, que pueden considerarse represalias a lo sucedido el 15. Así, desde su cuenta en Twitter, pretendió fabricar una acusación relacionada a los actos de provocación durante la marcha, contra el periodista William Gómez, miembro de la actual directiva de APES (Asociación de Periodistas de El Salvador).
Además, en los días inmediatos siguientes a la marcha, en la Asamblea Legislativa se despidió sin explicación alguna a más de 300 empleados de áreas de comunicación, prensa, TV y otras, enviando a la policía para asegurarse que los empleados despedidos se retiraran del recinto legislativo. Ese mismo día, en los jardines de la Asamblea Legislativa, un coronel retirado, jefe de la seguridad del Congreso, agredió y amenazó a un periodista de LPG acreditado para desarrollar sus labores en el recinto. Finalmente, un sospechoso incendio de un vehículo asignado al consulado de El Salvador en Long Island, NY, fue atribuido desde las cuentas de Bukele y Cancillería este domingo a supuestos actos de terrorismo de miembros del FMLN o de Arena, según el discurso oficial. Evidentemente el régimen sigue sin asimilar el golpe.
El FMLN y su ausencia
Hemos detallado las múltiples convocatorias y la diversidad de la participación en la gesta del 15 de septiembre. Pero en ella podemos registrar la ausencia destacada de la simbología que caracteriza al FMLN, la fuerza revolucionaria que ha liderado desde los años 80 del siglo pasado el pensamiento y la organización de la izquierda en El Salvador.
Cuando hablamos de ausencia lo hacemos desde el ámbito de lo simbólico, de aquello que se ve, de las banderas y mantas o pancartas, detrás de las cuales suelen (o solían) alinearse sus fuerzas dispuestas a marchar. Esta vez la militancia, amplia, multitudinaria, alegre y combativa, de toda edad y condición, participó en cada una de las tres columnas que finalmente confluirían en un punto céntrico. Por lo tanto, no fue el FMLN el ausente, porque el partido es su militancia, su gente, sus bases y direcciones en todos los niveles. Pero su simbología, sus colores y banderas fueron las ausentes en casi toda la marcha, con contadas excepciones. A nuestro juicio, un error. Ni siquiera el Secretario General del partido apareció mostrando un emblema partidario, más allá de que alguien asumiera el símbolo en la camisa roja que lucía. Daba la impresión que cada uno llegaba a título individual, en su carácter ciudadano, que lo tienen, pero también tienen otro que nace del compromiso militante.
Más allá de que la convocatoria no se haya originado en un llamado partidario, de ningún partido, sino en múltiples iniciativas ciudadanas coincidentes en la necesidad de manifestarse en protesta, y considerar que el simbólico día del bicentenario era adecuado para estas expresiones, lo cierto es que los partidos políticos de la oposición tuvieron un papel junto al movimiento popular en la articulación del esfuerzo. Por eso no había razón para evitar, por decisión política o por inercia, la presencia de los símbolos partidarios. No hacerlo, no aparecer, es lo mismo que asumir el discurso de la derecha y del régimen, que por más de dos años ha machacado de manera constante la mente del pueblo con sus mentiras, construyendo la idea de un FMLN aliado de la oligarquía, traidor de sus compromisos con el pueblo y demás infamias. Con esas mentiras lograron convencer incautos, sembrar el odio y ganar elecciones. Pero ese es el discurso de la derecha; no es aceptable asumir o ni tan siquiera dar la apariencia de que ese discurso falso y podrido cale en el partido, provocando la “timidez” política de ocultar su identidad partidaria. No resulta comprensible ni grato a la luz de la historia.
Hubo momentos en la historia en que el FMLN efectivamente recurrió a manifestarse ocultando su simbología, pero eran otras las circunstancias; era la época de un partido revolucionario en guerra, eran los tiempos de clandestinidad y era por una clara conveniencia política para potenciar y acompañar la lucha de las masas. Hoy la situación es distinta, más allá de que el enemigo tenga su mira en el partido, buscando su destrucción, más allá de la persecución política a sus militantes, no estamos en situación de clandestinidad. Lejos de ello, debemos dar la batalla política, legal, institucional, diplomática internacional y la que sea necesaria para conservar nuestras posiciones.
El partido es más que un registro legal, pero ese registro legal ha sido una conquista del pueblo en lucha, y por ello debe ser defendido hasta las últimas circunstancias. Del mismo modo, se equivocan los enemigos del FMLN, que son los enemigos del pueblo aunque se vistan de amigos o supuestos aliados con discursos populistas, si creen que con ilegalizar o proscribir a un partido revolucionario este desaparece. El partido es parte consustancial del pueblo; sus aciertos y errores se dan en el marco y contexto de las luchas por la emancipación de las clases trabajadoras.
Al decir de Fidel, Revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado, pero eso no implica la negación del instrumento de lucha del pueblo, al cual debemos fortalecer (cambiando todo lo que sea necesario cambiar, y esto se está haciendo desde hace dos años) lejos de debilitar o sumarnos al coro de los que anuncian y promueven su desaparición.
Si el FMLN ha sido, como lo fue, parte importante de la histórica marcha del 15 de septiembre, no es aceptable negarlo, disimularlo u olvidarlo. Porque esa fuerza de izquierda revolucionaria tiene también un deber histórico: superar sus debilidades manifiestas, y avanzar junto al pueblo en la organización de los frentes, movimientos y alianzas que permitan dos cosas esenciales: 1) derrotar la dictadura y; 2) luchar por que sea el pueblo el que gane posiciones en la post-dictadura; esto es, construir las bases para avanzar en la lucha hacia el socialismo. Y en esa disputa nos veremos las caras con el imperialismo y la oligarquía, empeñados en asegurar que, derrotada la mafia de Bukele, sean las clases dominantes las que asuman el control para garantizar su tarea histórica de estabilizar el sistema y asegurar que el pueblo no pueda avanzar en sus propias tareas históricas y revolucionarias.
Esas tareas, más tarde o más temprano asomarán en el horizonte político salvadoreño y allí el partido revolucionario tiene sin duda un papel esencial a cumplir. Por eso la derecha quiere un FMLN muerto y enterrado desde ahora. Por eso es deber revolucionario actual, a nuestro juicio, mantener en alto esa bandera histórica a toda costa.
A partir de esas maquiavélicas intenciones se puede explicar la serie de afirmaciones de distintos asistentes a la marcha que tienen acceso a medios de comunicación social, algunos que se dicen dirigentes sociales y otros comunicadores, o personas relacionadas al movimientos de la sociedad civil, que se empeñaban en subrayar que el FMLN no convocaba, que si hubiera convocado la gente no hubiera asistido, o que en última instancia si estuvieron marchando fue por puro oportunismo. Basura retórica que busca disfrazar sus oscuras intenciones, ya ampliamente detalladas arriba.
La disputa con la derecha y el imperialismo
Es evidente que en la manifestación del 15-S participaron también diversas expresiones de la derecha, incluidas representaciones del partido Arena y otras claramente pro-imperialistas. Cada una de ellas marchó en defensa o reclamo de sus propias reivindicaciones; sectores empresariales y otros que se vieron claramente afectados por las políticas oficiales, y que fueron desplazados o bien no han logrado un asiento en la mesa del festín oficial, donde el grupo empresarial emergente busca consolidar su hegemonía a costa de otros grupos burgueses y oligárquicos desplazados, con los cuales presentan contradicciones, al menos por ahora.
Son batallas inter-burguesas, inter-oligárquicas en las que el pueblo no tiene invitación porque lo que se dirime es cual será el sector de la clase explotadora que conducirá las nuevas formas de explotación y dominación de las clases trabajadoras.
Sin embargo, son las masas populares, incluidos los nuevos sujetos y actores sociales, muchos de ellos expresados en la marcha del 15-S, materia de interés político estratégico, tanto de partidos como Arena y otros de la derecha como de las diversas representaciones que el imperialismo tiene en el país para salvaguardar o impulsar sus intereses. Esto es, las masas populares, el pueblo trabajador y sus aliados, son materia de disputa para poder garantizar la sustentabilidad y estabilización del sistema capitalista en crisis, en especial su modelo neoliberal dependiente.
Esa disputa es tanto con las fuerzas de la derecha opositora como con las clases dominantes emergentes que hoy controlan el Ejecutivo. Frente a ellas, frente a todas esas fuerzas de la burguesía ha de presentarse claramente un bloque clasista y revolucionario en las batallas estratégicas donde lo que estará en juego será, precisamente el sistema de dominación mismo.
Pero si esa es la perspectiva estratégica, hoy el pueblo salvadoreño enfrenta desafíos tácticos más inmediatos pero de envergadura. Su objetivo principal es, en primer lugar, frenar el avance de la dictadura, luchar por la restauración de los derechos pisoteados por el autócrata de Capres y sus secuaces y, finalmente derrotar al régimen y superar este periodo con el retorno a las condiciones establecidas desde los Acuerdos de Paz.
Es necesario retomar los acuerdos económicos y sociales, las reformas constitucionales aplicadas en virtud de aquellos acuerdos, a los que se llegó al finalizar la guerra pero que fueron desvirtuados y olvidados, tanto por la oligarquía como por los partidos que la representaron políticamente; aquellos acuerdos comenzaron a ser desmontados y revertidos desde los tiempos de los gobiernos del FMLN por quienes, como Caballo de Troya, desde la Sala de lo Constitucional, dedicaron sus esfuerzos a sabotear las políticas de cambio en favor del pueblo, y a garantizar la hegemonía de la oligarquía en el terreno económico y en el control del poder real.
Algunos de esos mismos magistrados, que hoy marcharon junto a la gente humilde que protestaba contra Bukele, fueron los que dieron el puntapié inicial a lo que vino a culminar el actual dictador. Es bueno recordarlo porque si bien había una coincidencia táctica en la marcha, en cuanto a expresar el sentimiento anti-dictatorial, los objetivos de cada clase siguen siendo, como no puede ser de otra manera, antagónicos.
El debate y las perspectivas: frente popular unido anti-dictatorial sin exclusiones
Lo anterior abre el debate a las perspectivas de construcción de alianzas, movimientos y frentes. Como hemos tratado de dejar claro, son múltiples los intereses de quienes se ven afectados por el dictador. La tarea primaria desde el punto de vista de los intereses populares, será derrocar la dictadura, y restablecer las condiciones de respeto al Estado de Derecho que se han ido perdiendo gradualmente.
Por supuesto que en este objetivo muchos sectores coincidirán Y puede ser entonces un punto de partida de la acumulación de fuerzas contra la dictadura, garantizando la continuidad del esfuerzo de movilización permanente, posiblemente al estilo de los que hemos visto en más de un país de la región (Chile, Colombia…).
La historia de lucha de los pueblos, la propia historia de lucha del pueblo salvadoreño, nos enseña que cada acuerdo, cada alianza tiene sus limites en el cumplimiento específico de los objetivos para los que fueron creadas. Por ejemplo, en un frente anti-dictatorial la burguesía querrá llegar a revertir la situación quizás a 2019, pero para las fuerzas del pueblo, y allí es donde el FMLN como fuerza histórica resultará instrumental, habrá de luchar por revertir la situación al cumplimiento de aquellos acuerdos postergados y olvidados desde 1992. Es solo un ejemplo que pretende mostrar las diferencias y límites que sería posible esperar en la construcción de estas alianzas.
La historia de lucha de los pueblos nos enseña la importancia estratégica del arte de las alianzas. Existe siempre la cuestión de los principios, entendidos estos como la defensa a toda costa de los intereses del pueblo.
Esa debe ser para las y los revolucionarios una línea infranqueable, mas sin embargo nos muestra la historia el peligro que se cierne para los revolucionarios si en lugar de actuar sobre la base de principios, se actúa en base al principismo, a la rigidez en el pensamiento, a la falta de visión táctica y estratégica. Es menester evitar esas debilidades a la hora de la formulación de las alianzas, y en particular cuando se trata de sectores de una peligrosidad superlativa.
No extenderemos este trabajo con el detalle de algunos ejemplos de la historia, pero sugerimos revisar por ejemplo, cómo Lenin llegó (y explicó a sus camaradas y al pueblo) a la Paz de Brest-Litovsk; o los diversos acuerdos a los que llegó Mao y el Partido comunista chino, en su lucha contra la invasión Japonesa, en un frente que incluía al odiado Kuomingtan[1]; la rica historia de luchas del pueblo vietnamita tiene múltiples ejemplos de alianzas tácticas para derrotar a enemigos principales y más peligrosos para el pueblo; numerosos fueron los frentes antifacistas en diversos momentos de la historia, y por supuesto, qué decir de nuestra propia historia de luchas, que muestra la enorme sabiduría del partido para poder llevar adelante las negociaciones que culminaron con la firma de los Acuerdos de Paz esto es, con el inicio del desmontaje de la dictadura, con ropaje militar o civil, aglutinando detrás de los acuerdos el peso específico de numerosos sectores de la sociedad, muchos de los cuales, una vez logrado aquel objetivo no siguieron con nosotros. Estas notas, están escritas con la perspectiva del futuro más o menos inmediato, donde sin duda la realidad política y la propia lucha anti-dictatorial presentaraán a las y los revolucionarios estos dilemas. En esas situaciones, las enseñanzas de luchas de los pueblos del mundo suelen ser de enorme utilidad, no para repetir como calco y pega, al decir de Mariátegui, sino para de manera creativa, sumar de nuestro lado las fuerzas suficientes para obtener las victorias a favor del pueblo en cada ocasión.
[1] [Discurso de Mao Tse-tung en una concentración de masas en Yenán para denunciar a Wang Ching-wei, 1 de febrero de 1940]
La política de nuestro Partido tiene dos aspectos: por un lado, unirnos con todas las fuerzas progresistas y con toda persona leal a la Resistencia contra el Japón, y por el otro, oponernos a todos los miserables desalmados, a los capituladores y a los recalcitrantes anticomunistas. Estos dos aspectos de nuestra política persiguen un solo objetivo: lograr un cambio en la situación y vencer al Japón. La tarea el Partido Comunista y el pueblo entero reside en unir a todas las fuerzas de la resistencia y del progreso, combatir a las de la capitulación y el retroceso, y empeñarse en detener el actual deterioro de la situación y en obtener un cambio favorable. Esta es nuestra política básica. Somos optimistas, y nunca nos mostraremos pesimistas o desesperanzados. No tenemos miedo a ningún ataque de los capituladores o de los recalcitrantes anticomunistas. Debemos aplastar sus ataques, y así lo haremos. La nación china logrará su liberación y jamás será subyugada. Su marcha hacia adelante es ineluctable, mientras su actual retroceso no es más que un fenómeno temporal.