Uno de los elementos centrales sobre los que Bukele fue construyendo inicialmente su capital político, que lo condujo eventualmente a la presidencia de la República de El Salvador, fue el respaldo de una parte considerable de la comunidad salvadoreña en el exterior, que está conformada por un poco más de 3 millones de personas, la inmensa mayoría de ellas viviendo en los EEUU. Esa influencia trascendió a la política internacional, y vimos como diversos gobiernos en el mundo mostraron algún grado de simpatía o al menos curiosidad ante quien jugaba el papel de político joven, irreverente e informal y, de algún modo, aparentaba cuestionar el sistema.
Ese personaje resultó una creación fabricada a la medida de los públicos a los que quería cautivar. A base de líneas argumentales de claro contenido publicitario fue montando una imagen de político desenfadado, con un discurso de apariencia progresista, pero medido y manipulado cuidadosamente para que cada audiencia oyera lo que esperaba oír. Presentar en su hoja de vida una pertenencia formal al FMLN, y haber sido expulsado de ese partido, fueron todos elementos que hábilmente explotó a su favor como “prueba” de que el sistema de partidos ya no servía; a la vez que le permitía ocultar su profundo conservadurismo detrás de un discurso seudo progresista.
Aquellas operaciones publicitarias le dieron buen resultado a Bukele y su grupo, y al rédito obtenido en el exterior sumó el apoyo popular acumulado en El Salvador, utilizando más o menos los mismos mecanismos pero más centrados en discursos de odio y confrontación, y cuestionando un sistema de partidos en crisis que, sin dudas, facilitó su ascenso, el que realizó reptando entre las grietas del sistema y las frustraciones y rezagos de la sociedad.
Lo cierto es que la imagen positiva vendida en el exterior y el respaldo popular en El Salvador se conjugaron como dos de los elementos centrales sobre los que basó su ascenso político y su llegada al gobierno de la República. Pero las casi inmediatas manifestaciones de autoritarismo y arbitrariedades presidenciales rápidamente erosionaron y debilitaron al extremo el antiguo apoyo internacional.
Sin ese apoyo, le queda a Bukele el soporte local, es decir el apoyo popular que esgrime como escudo protector ante cada crítica o cuestionamiento a sus reiteradas violaciones al Estado de Derecho, a la Constitución y las reglas de juego que lo colocaron donde hoy se encuentra.
Con la excusa de ese apoyo popular endeudó futuras generaciones que deberán responder por los miles de millones que la familia Bukele y sus socios han robado en apenas dos años. También con el argumento del apoyo popular incrementó lo precios de la canasta básica, los servicios públicos, los combustibles, eliminó programas sociales, y manipuló el hambre del pueblo con cajas de alimentos, en muchos casos vencidos. Escudado en la popularidad pretendió imponer el bitcoin, y una ley de aguas que abre puertas a la privatización.
Sobre la base de la “popularidad” de Bukele los nuevos gobiernos municipales y el nuevo legislativo, en complicidad con el ministerio de Trabajo, que permite todo tipo de salvajadas si las comete el oficialismo, el país vive una ola gigantesca de despidos masivos, que no tienen por objetivo la reducción de gastos del Estado, como podría sugerir el FMI, sino la colocación de personal afín al oficialismo como pago por favores políticos.
Será bueno recordar que un gobierno con apoyo popular no es necesariamente un gobierno popular. También los gobiernos del fascismo europeo de la primera mitad del siglo XX gozaban de apoyo popular, pero ya sabemos como terminaron y los terribles sufrimientos que trajeron para sus pueblos.
Hoy Bukele se ha quedado sin respaldo internacional y empieza a ver debilitado su frente interno.
Una combinación de elementos contribuyeron a esta situación. La primera es que junto a la pérdida de respaldo internacional, debido a la corrupción desenfrenada y al autoritarismo que llevó al desmontaje del sistema constitucional de derechos, fueron creciendo las presiones sobre el gobierno, en particular desde EEUU, una vez afianzado el cambio de guardia en Washington y derrotado definitivamente Donald Trump, el aliado de Bukele en la Casa Blanca.
Desde el 1 de mayo 2021, con el asalto al poder judicial y a la fiscalía por el bukelismo, las tensiones subieron varios grados, y culminaron la última semana con la llegada al país de una delegación de alto nivel del gobierno de EEUU. No solo de alto nivel sino de extremo peligro para Bukele y sus cómplices, tanto en la corrupción abierta y descarada como en el irrespeto a la separación de poderes.
La delegación la encabezaba Victoria Nuland, secretaria de asuntos políticos del Departamento de Estado, quien en su breve visita y luego de reunirse con el mandatario, así como con otros actores de la política, la sociedad civil y la economía salvadoreña, dejó en claro el mensaje para el gobierno: “respeten la separación de poderes, pongan freno a la corrupción, respeten la constitución y las leyes”.
Ese mensaje no fue dado por cualquier personaje de la diplomacia estadounidense, sino por quien tiene entre sus antecedentes su participación directa en la promoción y desarrollo del golpe de Estado en Ucrania en 2013, que acabó con el gobierno de Mykola Azarov, en medio de un conflicto que afectaba intereses de EEUU en relación a acuerdos de asociación entre Ucrania y la Unión Europea. La mensajera de Washington, y con semejante pasado golpista, llegaba con la escolta del subsecretario para la Defensa del hemisferio occidental y del Director de Estrategia del Comando Sur, entre otros. Todo un símbolo.
Pero si la visita debió necesariamente producir su efecto negativo y preocupante en el clan gobernante, esto no parece haber sido más que los rayos y truenos que anticipan el vendaval, que llegó con la publicación de la llamada lista Engel, que incluye mayoritariamente miembros del gabinete y figuras clave del gobierno, desde la jefa de gabinete, Carolina Recinos, hasta Conan Castro, secretario jurídico de la presidencia, el ministro de Trabajo, Rolando Castro, el director de centros penales, Osiris Luna; también figuran ex funcionarios como Pablo Anliker, ex ministro de Agricultura y Rogelio Rivas, anterior titular de Seguridad.
Resultó evidente el intento de desviar rápidamente la atención de la publicación de la lista, cuando el presidente a las 5:30 de la mañana, en un movimiento preventivo, publicó en redes sociales su propuesta de aumento del 20% del salario mínimo.
El anuncio fue insuficiente en todo sentido, en cuanto al valor de la propuesta, puesto que dejaría el salario mínimo en torno a los 350$ mensuales, cuando las estimaciones de organismos de defensa del consumidor de al menos un año atrás estiman las necesidades básicas en El Salvador en unos $650.
Pero también fue ineficaz como cortina de humo, a pesar del esfuerzo hecho por todos sus funcionarios, que desde el aparato del Estado publicaron y replicaron desesperadamente en las redes sociales acerca del anuncio presidencial. Todo fue inútil. La tendencia de la información con los nombres de altos funcionarios de gobierno señalados de corrupción, superó exponencialmente en las redes sociales los intentos de los bukelianos.
Las siguientes reacciones, luego de un largo y sospechoso silencio presidencial y de cada uno de los señalados, fue aún más suicida, como la del propio Bukele que finalmente publicó en un tono que pretendió ser sarcástico, que “gracias por la Lista pero en El Salvador, ya tenemos la nuestra”, haciendo alusión nuevamente a su supuesto respaldo popular a prueba de balas y apuntando a los gobiernos anteriores y a los partidos de la oposición.
Por su parte, el ministro de Trabajo, tardó días en responder, días en que se ocultó o huyó de la prensa, al igual que la bancada celeste en la Asamblea. Finalmente su respuesta fue calificar la lista como “basura”, y acusar a la oposición de gastar millonadas en lobby en Washington para incluir su nombre en el listado.
Está claro que en el oficialismo y sus socios, una vez comprobada la ineficiencia de sus maniobras distractoras, la confusión reinaba y la reacción de Castro parece indicar que la opción fue que cada uno empiece a buscar su salvación personal. Posible señal a tomar en cuenta en relación a los diversos indicios previos de fractura y diferencias al interior del núcleo hegemónico de poder.
En este sentido, será importante tener presente el carácter cambiante y variable de ese poder, en la medida que está sujeto al propio ritmo y leyes de la lucha de clases, de la resistencia popular pero también de las contradicciones al interior de los grupos de poder y entre sí. Contradicciones entre la misma oligarquía y con sectores de la burguesía ascendente.
“La hegemonía dominante no es estática ni inmodificable, por el contrario, existe como proceso vivo articulador de hegemonía y dominación, proceso que es continuamente renovado, modificado y relegitimado. Del mismo modo lo son también las resistencias que suscita. De ahí que la hegemonía política y cultural no sea nunca absolutamente dominante. El propio concepto de hegemonía lo indica: se trata de una supremacía sobre otro u otros que existen como subordinados, dominados y /o rebeldes. Estas fuerzas subordinadas‑rebeldes constituyen el bastión social, político y cultural para la construcción de una hegemonía alternativa.
El desarrollo de una estrategia de poder popular llama a potenciar los embriones de hegemonía propia, desarrollándolos articuladamente en un proceso colectivo de construcción de hegemonía alternativa que le permita al campo popular convertirse en un bloque o fuerza popular hegemónica. (Rauber, Isabel, hegemonía, poder popular y sentido común; noviembre 2015).
En estos términos de luchas inter-burguesas e intra-oligárquicas debemos, desde una perspectiva de clase, tratar de explicarnos el allanamiento de la sede de Arena, que parece ir más allá de la construcción de otra maniobra distractora.
El asalto judicial a la sede de Arena tiene un importante componente simbólico. Representa la coreografía del relevo, del cambio de fuerza política principal de clase, del instrumento político destinado a defender y representar los intereses de las clases dominantes y de entre ellas a los grupos de poder hegemónicos.
Por eso no tiene demasiada importancia para Bukele y su aparato el aspecto formal de la legalidad o ilegalidad de la acción. Dejan eso para que sirva de peleas de abogados y escaramuzas a cargo de los últimos restos de lo que fue Arena; pero ellos dan un paso importante en consolidar la fuerza de la derecha que defenderá en última instancia a partir de ahora los intereses de la alianza burgués-oligárquica, frente a su enemigo natural, las clases trabajadoras y el pueblo salvadoreño.
Por otra parte, las señales parecen cada vez mas claras en el sentido que el aparato del Estado apuntará sus cañones contra sus verdaderos objetivos. Si el asalto judicial a Arena representa el cambio de guardia burgués-oligárquico, el posible ataque de la misma naturaleza contra las sedes del FMLN, representaría un paso más en la estrategia central que se propone el imperialismo en las guerras de cuarta y quinta generación y sus movimientos tácticos de desestabilización de espectro completo. Esto es, desplazar y literalmente expulsar del escenario político a las fuerzas progresistas y revolucionarias. Condición imprescindible para cumplir el objetivo estratégico del imperialismo y las clases dominantes, y que por estratégico lo mantienen fuera del debate público y de las informaciones periodísticas: el reflotamiento y revitalización del sistema a través de la restauración neoliberal dependiente en El Salvador, que de resultar exitoso puede perfectamente devenir en modelo de dominación exportable y ajustable a las condiciones de diversos países de Nuestra América.
Para ello, para que ese plan de restauración neoliberal dependiente pueda tener algún grado de posibilidad de éxito es condición ineludible para el imperialismo y las clases dominantes a su servicio, la expulsión del FMLN del sistema político tradicional burgués, en tanto expresión y símbolo de rebeldía, lucha y resistencia anti capitalista y en general repositorio del conjunto histórico de las luchas populares en nuestro país.
En estos momentos las fuerzas de izquierda y revolucionarias en El Salvador viven un momento particularmente difícil y complejo. Incapaz aún de superar las derrotas electorales sucesivas, desplazado del favor popular en materia electoral, el FMLN no ha podido o sabido digerir aún esos procesos, y quedan todavía muchas enseñanzas a extraer a partir de la comprensión de errores, pero también de entender más claramente como operó el enemigo y como utilizó nuestros propios errores para potenciar el alejamiento de una parte importante de la sociedad, expresado en lo que la militancia del FMLN señala como pérdida de credibilidad.
Las complejidades del momento se acentúan porque en medio de esta crisis y, como es natural en este tipo de periodos de cambios y transiciones, afloran también las diversas taras y retrasos ideológicos que como enfermedades sin tratar han venido afectando y lacerando el cuerpo del FMLN. Un partido que hoy está, junto a su militancia de base en todo el país en un esfuerzo, aún modesto e incipiente pero de grandes sacrificios, por lograr sintetizar a través del debate amplio y la reflexión colectiva los problemas centrales, las debilidades ideológicas que el pueblo tan claramente identifica, como el acomodamiento a las formas de hacer política de la burguesía, la falta de consulta y trabajo de base en función de los problemas que la gente identifica como auténticos y suyos, no los que el partido desde una posición central identifica como estratégico. No se cuestiona que fuese estratégico, pero si eso impedía a los cuadros militantes comprender y caminar junto al pueblo en la solución de lo local, lo estratégico jamás iba a poder concretarse.
A lo largo de los años el FMLN, sobre todo a partir de sus éxitos electorales, agrupó en su seno un considerable caudal de afiliados provenientes de corrientes reformistas, socialdemócratas, socialcristianas, demócrata cristianas, pequeño burguesas y burguesas en general, que fueron conformando un peso específico considerable al seno del partido, y con ello sus visiones ideológicamente alejadas del pensamiento revolucionario y en particular del hacer y metodología social revolucionaria. Hoy esas visiones se expresan de manera mucho más evidente, y en muchos casos viscerales.
La batalla ideológica se abre paso de manera indetenible al seno del partido, y con ella, la necesidad de luchar por garantizar el carácter revolucionario del FMLN y en consecuencia su rumbo y objetivos. Los sectores reformistas, conservadores y de derecha también pretenden defender sus intereses, que tienen que ver con un estilo de hacer política que, como bien anticipaba y advertía Schafik, se relacionan con evitar que el sistema nos absorba, nos neutralice, porque entonces seremos un partido que juega dentro de las reglas del sistema pero sin intención alguna de cambiarlo, más allá de la retórica.
Esas compañeras y compañeros, defienden precisamente aquella visión, la de la política electoral como base, origen y fin de todo el accionar político del partido; todo supeditado a los periodos y procesos electorales, ni siquiera visto como prioritario entre otras formas de lucha popular sino como única y exclusiva forma de lucha. Por supuesto, detrás de esta defensa está la defensa de prebendas y posiciones e intereses dentro del sistema. Hoy perdidas para la mayoría de quienes enarbolan (jamás, o en raras ocasiones, abiertamente) estas posiciones. Pero su lucha es precisamente, aspiracional: aspiran a regresar eventualmente a gobernar pero “de manera civilizada” ”bien portados”, con el posibilismo como bandera, lo cual les garantizaría el retorno a cargos públicos y puestos dentro del sistema, que los toleraría en la medida que no afecten o pongan en peligro la base del mismo.
Por eso, por esta debilidad ideológica en algunos casos y en otros casos por consecuencia a la clase a la que en realidad pertenecen o aspiran pertenecer, y en la búsqueda de ese “buen comportamiento” ante el enemigo, no dudan en retomar las acusaciones vertidas desde Washington contra compañeras y compañeros revolucionarios, y las dan por ciertas, con el vago argumento de que “desde ratos se saben esas cosas”. Han perdido entre otras cosas, la casi intuitiva enseñanza del Ché: “al imperialismo no se le puede creer ni tantito así”.
Se escudan algunos en un cínico “sálvese quien pueda” que en su narrativa se expresa en frases retóricas que eluden el concepto de la solidaridad, de que cada uno debe defender ante la justicia (burguesa) su forma de actuar. Jamás contemplan lo que significa el Lawfare o judicialización de la política, como forma de persecución de dirigentes y militantes revolucionarios consecuentes. El sistema ha calado profundamente en sus conciencias y su lógica corresponde con bastante precisión a la lógica esgrimida por las clases enemigas del pueblo. Debemos ayudar en la medida de lo posible a rescatar a través del debate y la lucha ideológica fraterna pero firme y sincera, a compañeras y compañeros que pueden estar equivocados pero que conserven la honestidad y voluntad necesaria para reconocer y superar errores.
Por el otro lado es necesario plantear en debates claros y de fondo, la tarea impostergable de retornar el partido a las posiciones de combate anti-capitalistas, anti- fascistas, anti-oligárquicas, anti-imperialistas y por el socialismo. Unir nuestras reivindicaciones con cada una de las reivindicaciones del pueblo y sumarnos a cada lucha, a cada expresión popular, al trabajo profundo de la comunicación con la gente, y a la organización social y política sobre la base de las enseñanzas históricas acumuladas.
Este será el partido de combate que debemos construir desde la base y en el territorio, el partido revolucionario que no desaparecerá por el simple arbitrio leguleyo de la voluntad imperial de que no aparezca en una papeleta de votación, o una sede nacional o municipal.
El partido FMLN que debemos fortalecer y reconstruir es el mismo partido que construyó ya más de una vez el pueblo salvadoreño como su instrumento de lucha y de victoria. Ese es el partido que, sobre las enseñanzas que nos legaron revolucionarios del calibre de Schafik, deberá no solo organizar al pueblo para las batallas centrales contra el régimen neofascista que se ha entronizado en El Salvador, sino que deberá sentar las bases de esa lucha contra-hegemónica, con formas de poder popular local capaces de adaptarse de manera rápida y enérgica a los cambios cada vez más veloces que la crisis del sistema, en particular en nuestro país, va sufriendo.
Chile, Colombia, Perú, Bolivia, son algunos de los ejemplos que rápidamente llegan a la mente cuando queremos medir los bruscos cambios de velocidad de los procesos de lucha y transformación popular. Debemos estar preparados para esos momentos, y para ello las luchas ideológicas deben contribuir a la unidad de las fuerzas políticas y sociales de izquierda revolucionaria junto a amplios sectores sociales, con o sin participación política en partidos o movimientos, pero que tengan claro el horizonte de lucha y los objetivos trazados.
Un terremoto político sacude a El Salvador en diversos niveles. No todos parecen percibir aún los temblores, pero en la medida que la crisis política, económica y social se agudiza, estos resultarán imparables. Preparémonos.