De sur a norte de Nuestra América, expresiones de derecha cada vez más totalitarias y violentas, pretenden torcer la voluntad de los pueblos y reclaman crecientes protagonismos y cuotas de poder.
El neofascismo está presente en Nuestra América. Acecha, se mimetiza, crece en nuestras sociedades, se alimenta del odio y las frustraciones de pueblos cansados de mentiras y promesas incumplidas; infecta lo que toca, como una gangrena o un cáncer, se fortalece generando miedo, explotando la impaciencia de sociedades ávidas de cumplir sueños postergados.
El atentado frustrado contra la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, no puede soslayarse como un simple incidente o como la obra de un loco solitario. Sin duda, el hecho ha tenido un profundo efecto en el pueblo y gobierno argentinos, pero no debe ignorarse su impacto y repercusiones en el resto del continente.
Históricamente cuando, ante la lucha organizada de los pueblos, las clases dominantes han visto debilitada su dominación han recurrido a las fuerzas de ultraderecha. Lo mismo sucede cuando se ven incapaces de superar la creciente desconfianza de las masas hacia el sistema democrático burgués, orientándose en estos casos, en primera instancia, hacia rumbos crecientemente autoritarios.
Historia reciente
El llamado primer ciclo progresista definió claramente una etapa de auge y ascenso de fuerzas reformistas, que ofrecían cambios tranquilos e inclusión social, pero que para decepción de los pueblos que les confiaron sus gobiernos, fueron crecientemente absorbidas por el sistema y, con muy pocas excepciones, se convirtieron en garantes de la continuidad del mismo y de sus injustas relaciones sociales.
Ante las ofensivas imperiales y sus socios locales, esos gobiernos prefirieron en casi todos los casos negociar y retroceder, escudados en un “posibilismo” que facilitó el retorno de una derecha que llegó apelando a sentimientos y necesidades postergadas de las mayorías populares. Gobernaron desde el autoritarismo, la persecución política, la demonización y escarnio de la izquierda. Sus cómplices en los sistemas judiciales ondearon la bandera de la lucha contra la corrupción.
La respuesta de masas al autoritarismo y al neoliberalismo salvaje desplazó rápidamente a esa derecha del poder. La lucha de calles y la aparición de nuevos sujetos sociales con reivindicaciones propias, acortaron dramáticamente los tiempos políticos, sumiendo en crisis recurrentes a las clases dominantes. Así se acumuló la derrota del macrismo en Argentina, y el efímero golpe neofascista en Bolivia; las resistencias populares, que pusieron en jaque al gobierno de Lasso en Ecuador, hoy hacen tambalear a Bolsonaro en Brasil; derrotaron las opciones de Kast y la ultraderecha chilena, en su momento derrotaron el proyecto Fujimorista en Perú y, como punto álgido de esta nueva realidad, removieron con su fuerza electoral movilizada al último dinosaurio de Nuestra América, la oligarquía narco-cafetalera-paramilitar; la más fiel aliada de Washington en el continente.
Ante esta realidad los sectores neofascistas se presentan como último freno ante masas populares que ya no se quedarán simplemente confiando en los administradores progresistas instalados en los gobiernos. La historia ha demostrado que solo con los pueblos en movilización permanente se garantiza el cumplimiento de los compromisos en favor de las grandes mayorías.
Hoy el neofascismo busca frenar -por los métodos que sea necesario-, la previsible agitación popular en el continente, que será sin duda mayor en la medida que la crisis económica mundial y la profundidad de la recesión en los centros imperiales, asfixie y rompa los eslabones más débiles de la cadena capitalista, expresado en nuestro caso en el modelo neoliberal dependiente que sufren nuestros pueblos. Así pues, en este fascismo de nuevo cuño, su expresión de fuerza es en realidad señal de debilidad.
Construir un nuevo paradigma revolucionario implica combatir sin cuartel el neofascismo
El atentado contra CFK y la derrota del Apruebo en el plebiscito chileno (con la evidente impunidad de la campaña del miedo) atestiguan que esas fuerzas oscuras se mantienen al acecho y activas. Por eso no se pueden tolerar provocaciones y agresiones de esa derecha irracional y fascistoide que, si se siente impune, redoblará su violencia. Con el fascismo y el neo fascismo no es posible negociar. Al fascismo se lo combate y se lo derrota.
En el caso de Chile, demasiado tarde las fuerzas progresistas y de izquierda convocaron a la movilización, a la acción, a la lucha, a la defensa del proyecto. Como decía el querido compañero Daniel Martínez Cunill en un trabajo reciente, “en Chile no bastaba con estar del lado del Apruebo, había que estar también con la Dignidad, es decir, del pueblo que le acompaña.”
En Argentina, el salto a acciones terroristas no buscaba solo una víctima mortal, sino la multiplicación de esas víctimas por el miedo, en sectores populares. La respuesta fue la movilización masiva, el rechazo y la denuncia. El desafío es continuar esa movilización de manera permanente y proactiva
Sin duda, la lucha en el continente se centra en fortalecer las fuerzas populares, con la clara actitud combativa de una izquierda revolucionaria que sume en esfuerzos unitarios, y de gobiernos que busquen en el apoyo del pueblo su defensa, como contraparte al cumplimiento escrupuloso de los compromisos con ese pueblo que los llevó al gobierno. El esperanzador caso de Colombia se presenta hoy paradigmático y es sin duda objeto de observación.
Las señales que el fascismo nos envía no son nuevas. Son las mismas que envió cuando preparaba el Plan Cóndor en los años 70, son las mismas que pretendieron derrocar a Chávez; son las mismas que a través de un golpe policial secuestraron durante horas al presidente Correa en Ecuador, son las que en Bolivia asesinaron a mansalva todo aquello que recordara a “lo indio y a lo popular”; son, en fin, las fuerzas de la reacción más salvaje y violenta. Detrás de ellas, sin duda, está la marca imperial. Es contra esas fuerzas que debemos combatir, no con diálogos y concesiones sino con la organización popular y la lucha desde las calles, desde las redes sociales, los medios de comunicación y desde cada tribuna que se ponga al alcance del pueblo.
* Raúl Llarull – El Salvador
Ponencia presentada ante el XXVI Seminario Internacional del Partido del Trabajo
México, ciudad de México, septiembre 21-24, 2022